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miércoles, mayo 02, 2007

Contestación y “vanguardias”

En la medida en que las personas no hablen por sí mismas, otras lo harán en su lugar.

Mientras no haya contestación visible, ya sea en forma de expresión artística/musical/literaria/estética, de movilización, de vivencia al margen (cooperativas, comunidades, etc.), de apropiación (ocupación de establecimientos, incautación de mercancías, etc.), de sabotaje, de escrache, de ataque físico, etc., la única voz que se escuchará será la del poder, y podrá por lo tanto hacer pasar por reales a sus mitos naturalizantes de lo existente. Las personas potencialmente disidentes no podrán entonces saber que hay otras en su misma situación, y se resignarán a aceptar lo dado.

Hay tres grupos de personas en la sociedad: una ínfima minoría que hace estas cosas, un grupo bastante más amplio que disiente con el estado de las cosas pero no se expresa o lo hace de forma invisible, y por último, una enorme mayoría formada por personas indiferentes, que aceptan lo existente o que inclusive quieren empeorarlo. Es sobre la base de éste último grupo que la dominación encuentra consenso.

Si las personas no expresan su disidencia, entonces los gobernantes, los medios “de comunicación”, los burócratas sindicales, etc., que siempre hablan en su nombre, tendrán la palabra definitiva.

De la misma manera, la existencia de diversos grupúsculos aspirantes a vanguardia dirigente queda resaltada por la absoluta inexistencia de un movimiento real de las personas que demuestre su disidencia frente al estado de las cosas. En ese marco, aquellas personas que comiencen a expresarse terminan incorporándose o acercándose a esos grupúsculos justamente por que son los únicos que se manifiestan. Aquellos que no lo hacen quedan sin soporte y no pueden emprender ninguna acción de magnitud, lo cual los lleva habitualmente a la desmoralización y desactivación, completándose el círculo vicioso.

El poder se aprovecha de esta situación para identificar toda disidencia con esos grupúsculos, de tal manera que parezca que lo natural es aceptar lo dado y la desviación es acercarse a ellos, quedando excluídas todas las otras opciones. De esta forma, busca siempre resaltar la intervención de esos grupúsculos en todo conflicto que ponga en tela de juicio alguno de los presupuestos básicos de la sociedad capitalista y democrática o que amenace el status o las ganancias particulares de algunos de sus socios (siendo esto particularmente válido para el caso de las confrontaciones violentas). Con este accionar, se libera de la amenaza de que las personas se sientan identificadas con los disidentes, ya que casi por definición una persona “común” jamás podría sentirse identificada con los grupúsculos.

Por otro lado, dichas “vanguardias” intentan siempre monopolizar todos los movimientos autónomos y de base que surjan. Muchas veces con su accionar dentro de ellos contribuyen a destruirlos, ya sea como producto de las disputas públicas entre las distintas sectas, o de la sustitución del protagonismo de la mayoría de las personas por el de la minoría de los “activistas”, o por las maniobras burocráticas que realizan, o por su tendencia a introducir consignas sentidas por las personas como totalmente ajenas a ellas, o por su soberbia, arrogancia y maltrato. En cambio, cuando los movimientos autónomos y de base se resisten a ser infiltrados por los grupúsculos, reciben a cambio la acusación de “divisionistas”, “macartistas”, “oficialistas”, “pequeñoburgueses”, “desorganizadores” y hasta “reaccionarios”, que algunas veces se traduce en acciones reales de boicot y sabotaje hacia esos movimientos.

Todas estas cosas refuerzan la división espectacular de tareas que el sistema realiza: los gobernantes asumen como su única oposición “por izquierda” a los grupúsculos, y los grupúsculos asumen como su única oposición a los gobernantes. Todo el que no esté con uno estará entonces con el otro. De esta forma, la existencia de los grupúsculos le sirve al sistema como su última valla de contención para cuando fallan todas las demás: si no logra evitar un giro “izquierdista” de las personas, sabe que al menos caerán bajo la influencia de esas sectas y por lo tanto perderán todo potencial real. Y si tampoco consigue eso, al menos hará parecer que es así a través de los medios “de comunicación”, que siempre están muy dispuestos a encontrar y resaltar “partidos de izquierda” en todas las luchas populares, aún en las que ellos tienen un rol totalmente marginal o directamente están ausentes.

Demás está decir que los típicos rituales organizados por los grupúsculos (actos, manifestaciones, etc.) son completamente inútiles y lo único que consiguen es llenar de tedio y aburrimiento a las personas que se acerquen a ellos. Mientras los aspirantes a dirigentes juegan a “elevar la conciencia” de sus espectadores con interminables, repetitivos y simplistas discursos, volantes, prensas, etc., estos últimos sólo pueden pensar en lo ajena que les resulta toda esa puesta en escena.
La contestación, por lo tanto, no debe ser sólo contra el sistema y la sociedad que lo sostiene, sino también contra los grupúsculos que pretenden "representar" a la disidencia. No es posible la existencia de un movimiento de resistencia autónomo y de base sino es por fuera de las sectas, negandoles toda posibilidad de intervenir en él y preparándose para una posible confrontación con ellas.