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jueves, marzo 22, 2007

Sobre las posibilidades de la revuelta en el mundo actual (segunda parte)

Acá va la segunda parte del artículo que había empezado antes. En realidad la idea original era que se extendiera más sobre el período de las décadas 1990-2000, pero me pareció que tenía que replantear muchas cosas anteriores. Por lo tanto quedan todavía pendientes algunas partes más.

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Como se dijo antes, la posguerra inauguró un nuevo período para la resistencia popular. En la medida en que las viejas organizaciones reformistas habían abandonado ya toda perspectiva de abolición de la sociedad de clases, que los viejos sindicatos revolucionarios habían sido diezmados por la represión y por el fortalecimiento de los integrados, y que las burocracias “URSS”istas habían asumido la responsabilidad de liquidar toda posibilidad insurreccional en los países capitalistas (para convertir a los movimientos de resistencia en peones de sus intereses mundiales), y en el marco de una creciente integración consumista-espectacular de las clases obreras al sistema (contra el cual antes se revolvían permanentemente), no quedaba ya para aquellos que querían superar el estado de las cosas otra opción que buscar otros frentes de combate.

Excepto en los restos fósiles de los viejos movimientos anarquista y bolchevista disidente (es decir, de la religión construída alrededor de las milenarias recetas “marxista-leninistas” en su versión anti-estalinista y “renovada” por las profecías de L. Trotsky), que seguían dialogando con un viejo mundo ya inexistente, con una clase obrera ya transformada, y con un movimiento obrero ya derrotado, no quedaba prácticamente ningún espacio de militancia que conservara su autonomía frente al sistema bipolar capitalista/”comunista” estatal de dominio mundial.

Sólo unos pocos grupos y organizaciones intentaron contribuir con su obra teórico-práctica al desarrollo de una revolución autogestionaria en las condiciones modernas de existencia y a partir del accionar autónomo del proletariado real y del movimiento de multitudes. Entre ellos se encontraba la Internacional Situacionista, agrupación que desarrolló un análisis y crítica integral de la sociedad mercantil en su fase espectacular.

La llamada ”revolución cubana” de 1959, realizada por una organización político-militar con una fuerte base campesina en un país con escaso desarrollo urbano e industrial (y que, pese a tener inicialmente un carácter nacionalista y populista, tomó una deriva “URSS”ista en la medida en que necesitaba de la ayuda de esa potencia para superar la insuficiencia de su sistema de producción) inspiró a millones de personas que encontraron en ella la inyección de vitalidad que requería el adormecido movimiento de resistencia.

Dicha revolución, sumada a otros acontecimientos en todo el mundo y al enfrentamiento conocido como “guerra fría” entre las clases dominantes burguesa capitalista y burocrática de la “URSS” y China (causada por la adversidad de sus intereses particulares de clase), y que se manifestó en procesos tales como la guerra de Vietnam, produjo un reavivamiento global de los movimientos de resistencia.

La década de 1960 desarrolló por lo tanto nuevas formas de resistencia. En todo el mundo surgieron organizaciones revolucionarias armadas, muchas de las cuales retomaron todos los vicios burocráticos, alienantes y anti-históricos de las viejas organizaciones cuyo vacío habían venido a rellenar. La juventud desarrolló movimientos contraculturales y surgieron corrientes feministas, anti-carcelarias, pacifistas, etc. Los estudiantes irrumpieron masivamente en la vida social como sujeto político.

Simultáneamente, comenzó a crecer en las clases obreras desde la década de 1950 un rechazo a ese nuevo mundo alienado, y en especial al trabajo asalariado en las fábricas y oficinas del capitalismo y del “comunismo” de las burocracias, que se manifestaba en la tendencia a la huelga salvaje, a las ocupaciones y a todo tipo de acciones radicales. En todos lados estas acciones se topaban con la actitud de contención de las organizaciones integradas, a las cuales comenzaron a sobrepasar permanentemente.

La combinación de todos estos factores tuvo como consecuencia el desarrollo, especialmente a fines de la década de 1960, de una tendencia a la revuelta espontánea, caracterizada por la rebelión de las bases proletarias de las organizaciones sindicales y partidarias integradas, y por una fuerte presencia de los desorganizados (muchos sin experiencia militante previa de ningún tipo).

Estas revueltas, sin embargo, no llegaron en la mayoría de los casos a dotarse (a diferencia del anterior asalto general sobre las condiciones de existencia) de órganos propios e independientes, como lo eran antes los consejos de obreros, campesinos y soldados insubordinados (llamados “soviets” en la Rusia de 1905 y 1917, en Alemania de 1919, o la Comuna en París de 1871, entre muchos otros) o los sindicatos y sociedades de resistencia con finalidad autoemancipatoria de Italia, España, Francia, Argentina, etc. (originados directa o indirectamente en la primera Asociación Internacional de los Trabajadores de 1864).

Por lo tanto, y como resultado de la prolongada ausencia de un proyecto de auto-emancipación entre las multitudes, cada una de estas revueltas fue desarticulada por una combinación del accionar sedante y divisionista de las burocracias sindicales-partidarias, la represión física, la concesión de ciertas mejoras muy superficiales y el desgaste propio de los movimientos desorganizados (y en muchos casos, con escasa experiencia).

Finalmente el espectáculo, a partir de la completa focalización mediática en las acciones de las organizaciones revolucionarias armadas (muchas veces infiltradas por servicios “de inteligencia” estatales y paraestatales burgueses) y de la manipulación de su imagen para hacerlas caber en el rol de “terroristas” (prefabricado por el mismo espectáculo en sus usinas ideológicas), logró asestar dos golpes mortales al movimiento de multitudes:

Por un lado, lo desplazó del centro del debate público, y con él, a la creciente radicalización de sus métodos de lucha, a su negación en los hechos y en su discurso (y en algunos casos, hasta en su teoría) de la totalidad de la vida alienada, y del mismo modo, a la afirmación que llevaba implícita de una nueva forma de vida radicalmente diferente (quitándole de esta manera su capacidad de tomar la iniciativa e imponerle el ritmo a toda la sociedad, y con ello, la mayor parte de su fuerza).

Por otro lado, generó un clima de inseguridad que se tradujo en el pánico colectivo y en el repudio generalizado a esas organizaciones armadas, que quebró al movimiento de resistencia y alentó la represión legal e ilegal sobre la totalidad de sus tendencias (inclusive las que no tenían ninguna relación con las organizaciones revolucionarias armadas).

La derrota del segundo asalto y el supuesto “fin de la historia”

Mientras este nuevo asalto general sobre las condiciones de existencia se desarrollaba en todo el mundo, se desataba (en 1973) una crisis económica internacional por causa del aumento de los precios del petróleo. Esta crisis modificó las bases sobre la cual se desarrollaba la revuelta: el problema volvía a ser el desempleo y la inflación, además de todos los otros que se seguían acumulando. Las nuevas manifestaciones de la revuelta fueron tan disímiles como la huelga salvaje argentina en 1975 (como reacción ante el anuncio de un paquete de medidas gubernamentales inflacionarias conocido como “rodrigazo”), la de Italia en 1977, y el movimiento contra-cultural de los jóvenes desocupados ingleses con pico en ese mismo año, la famosa explosión punk del ‘77 (cuya influencia sigue vigente aún hoy), entre muchas otras.

En los países periféricos comenzó a partir de esa “crisis del petróleo” una transformación macroeconómica-financiera, apoyada por el despliegue generalizado estatal y paraestatal del terror blanco represivo, que se cobró la vida de decenas de miles de personas en todos los países, desarticulando a las organizaciones combativas, asesinando, encarcelando u obligando a exiliarse a sus militantes, cuadros, simpatizantes, etc., además de a todos aquellos que cuestionasen o hubiesen cuestionado, en la práctica y/o en la teoría, al orden establecido.

Este contrataque de la burguesía acorralada y desesperada por la pérdida de su autoridad sobre las multitudes, fue lo suficientemente hábil como para lograr destruir completamente los remanentes de aquel mencionado segundo asalto generalizado sobre las condiciones de existencia. Comenzó entonces lentamente el progresivo desmontaje del modelo de pleno empleo y del “estado de bienestar” que era, según los propios militares golpistas, “un criadero de subversión”. Como parte de ello, consiguieron la más completa complicidad de las burocracias político-sindicales-sociales, cuyas organizaciones dejaron de esa manera definitivamente de ser funcionales al proletariado (ya que ahora ni siquiera podían conseguir mejoras sustanciales en el modo de vida de los trabajadores en el marco del capitalismo).

En todo el mundo comenzó, sobre los últimos embates del segundo asalto y como su derrota definitiva, una progresiva reconfiguración productiva que desarticuló los grandes bastiones industriales de la clase obrera, que habían sido los cuarteles de la revuelta (“hay que liquidar a la guerrilla fabril”, según las sinceras palabras de un político capitalista argentino). En los años ochenta, sobre la base de la recuperación del empresariado y de sus nuevas condiciones sociales, políticas y técnicas, se intensificó y diversificó el espectáculo y el consumismo, profundizándose además la tendencia a destruir el “estado de bienestar”. La década finalizó con la reconversión de la burocracia de la “URSS” a empresariado “privado” fragmentario (en oposición al empresariado estatal colectivo-jerarquizado del “socialismo” de Estado).

Esta “URSS”, si bien ya había significado desde su nacimiento una derrota de la resistencia (que vio en ella negada su proyección autogestionaria total) y cuyo fracaso no tuvo otro origen que sus propias restricciones internas (que dieron lugar a la formación de una capa burocrática que comenzó a realizar la contrarrevolución aún antes de que triunfara la propia revolución), era paradójicamente al mismo tiempo la consecuencia de la mayor victoria histórica parcial de esa misma resistencia, que aún de forma efímera y contradictoria había conseguido tomar el poder derribando a todo un Estado. Por esa razón fue siempre adoptada por muchas personas combativas como su máximo estandarte. Además, aún en su aspecto renunciante de la autogestión generalizada, seguía significando la posibilidad de otro tipo de configuración de la producción y circulación diferente a la del capitalismo de libre mercado, y que al menos ofrecía la ventaja de asegurar a todos un puesto de trabajo (alienado, obviamente) y consecuentemente una remuneración suficiente para sobrevivir, además de un acceso gratuito a los sistemas de salud y educación, etc.

Con el impulso que adquirió la burguesía gracias a la derrota simbólica de la resistencia que significó la disolución de la “URSS”, pudo darse el lujo de proclamar el fin de la historia (la historia, en tanto devenir de la sociedad, es la negación de la rigidez estática de la vida alienada. Su reflujo hace cristalizarse a lo dado haciendo que se nos presente falsamente como normal, natural, en definitiva, inmutable, mientras que su retorno lo hace estallar por los aires). Esta proclama puramente formal tuvo sin embargo un correlato real en la destrucción definitiva de la ya escasa moral combativa que le restaba a las multitudes tras la secuencia de derrotas anteriores.

Un nuevo derrumbamiento se producía sobre las esperanzas de millones de personas: habían caído simultáneamente la posibilidad de mejorar sustancialmente las condiciones de vida dentro del capitalismo (porque la “globalización neoliberal” había destruido todos los resortes estatales que la habían realizado anteriormente, en la etapa keynesiana) y el único sistema “alternativo” al capitalismo de mercado que existía en el mundo, el “comunismo” burocrático.

Las consecuencias fueron devastadoras para la resistencia, que sufrió probablemente el mayor reflujo de la historia, aún peor que el producido desde la Segunda Guerra Mundial. La época profundizó enormemente la tendencia a no luchar y sobre todo a no organizarse.

Como consecuencia de este reflujo, la burguesía intensificó aún más su ofensiva en toda la década del noventa: se multiplicaron los despidos, se flexibilizaron y precarizaron las condiciones de trabajo, bajaron los salarios, aumentó la explotación de la mano de obra inmigrante (aun mayor que la sufrida por la local) y se relocalizaron los centros de producción y circulación hacia los países donde la mano de obra era más fácil de explotar.

Sin embargo, ni siquiera así se pudo verificar su hipótesis del supuesto “fin de la historia”, que sufrió una doble desmentida: desde el propio campo burgués, con las guerras de medio oriente, el “terrorismo”, los conflicos étnico-culturales-religiosos (balcanes, chechenia, etc.) y desde el campo de la resistencia, con las revueltas latinoamericanas de fines de la década del ochenta y de toda la del noventa, con la insurrección armada llamada “zapatista” de los indígenas de la selva Lacandona (México, 1994), con el nacimiento del movimiento llamado “piquetero” de Argentina, con el surgimiento de un movimiento contra las guerras y contra la “globalización neoliberal”, etc. Todas las tensiones acumuladas durante esa década comenzarían a estallar en la del 2000 (especialmente en América Latina), en forma de desbordes más o menos espontáneos y muy heterogéneos (tanto respecto a su componente social como a sus orígenes, métodos, objetivos y características en general).

(Continuará...)

miércoles, marzo 21, 2007

Los síntomas hablando por sí mismos

Si bien la idea era que en esta entrada del blog viniera la continuación del artículo anterior (que sigo preparando, y va a salir en tandas porque trata muchos temas), encontré en internet un texto que me pareció que decía mucho más que cualquier cosa que yo pudiera escribir.

Este texto, con fecha en 18/12/06, fue publicado en http://lahaine.org/index.php?blog=3&p=19253. Aclaro desde ya que no necesariamente comparto las opiniones en él expresadas, pero me parece que refleja muy bien los síntomas de este mundo enfermo.

EDICIÓN DEL 21/3/07: Me acabo de enterar gracias a un comentario que alguien escribió en esta misma entrada, que la entrevista era en realidad ficcional, y que sin embargo fue publicada como si fuera verdadera, tratando de producir un impacto mediático del estilo de la cobertura de Orson Wells sobre una supuesta invasión extraterrestre (que obviamente no existió)... sin embargo, me parece que no deja de ser interesante, asi que sigo recomenando su lectura.

Reproduzco a continuación:

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En mayo de este año el diario O Globo de Brasil en su separata Segundo Caderno, publicó una ’Entrevista a Marcola del PCC’. El es Marcos Camacho, jefe de la banda carcelaria de Sao Paulo denominada “Primer Comando de la Capital” (PCC). La siguiente es la traducción textual del reportaje.

- ¿Usted es del PCC?

- Más que eso, yo soy una señal de estos tiempos. Yo era pobre e invisible. Ustedes nunca me miraron durante décadas y antiguamente era fácil resolver el problema de la miseria. El diagnostico era obvio: Migración rural, desnivel de renta, pocas villas miseria, discretas periferias; la solución nunca aparecía... ¿Qué hicieron? Nada.

¿El Gobierno Federal alguna vez reservó algún presupuesto para nosotros? Nosotros sólo éramos noticia en los derrumbes de las fabelas de los cerros o en la música romántica sobre ’la belleza de esas montañas al amanecer’, esas cosas... Ahora estamos ricos con la multinacional de la droga. Y ustedes se están muriendo de miedo. Nosotros somos el inicio tardío de vuestra conciencia social ¿Vio? Yo soy culto. Leo al Dante en la prisión.

- Pero la solución sería...

- ¿Solución? No hay solución, hermano. La propia idea de ’solución’ ya es un error. ¿Ya vio el tamaño de las 560 villas miseria de Río? ¿Ya anduvo en helicóptero por sobre la periferia de San Pablo? ¿Solución, cómo? Sólo la habría con muchos millones de dólares gastados organizadamente, con un gobernante de alto nivel, una inmensa voluntad política, crecimiento económico, revolución en la educación, urbanización general y todo tendría que ser bajo la batuta casi de una ’tiranía esclarecida’ que saltase por sobre la parálisis burocrática secular, que pasase por encima del legislativo cómplice.

¿O usted cree que los chupasangres no van a actuar? Si se descuida van a robar hasta al PCC. Tendría que haber una reforma radical del proceso penal del país, tendría que haber comunicaciones e inteligencia entre policías municipales, provinciales y federales (nosotros hacemos hasta conference calls entre presidiarios...) Y todo eso costaría billones de dólares e implicaría una mudanza psicosocial profunda en la estructura política del país. O sea: es imposible. No hay solución.

- ¿Usted no tiene miedo a morir?

- Ustedes son los que tienen miedo a morir, yo no. Mejor dicho, aquí en la cárcel ustedes no pueden entrar y matarme, pero yo puedo mandar matarlos a ustedes allí afuera. Nosotros somos hombres-bombas. En las villas miseria hay cien mil hombres-bombas. Estamos en el centro de lo insoluble mismo. Ustedes en el bien y el mal y, en medio, la frontera de la muerte, la única frontera. Ya somos una nueva ’especie’, ya somos otros bichos, diferentes a ustedes. La muerte para ustedes es un drama cristiano en una cama, por un ataque al corazón. La muerte para nosotros es la comida diaria, tirados en una fosa común. ¿Ustedes intelectuales no hablan de lucha de clases, de ser marginal, ser héroe? Entonces ¡llegamos nosotros! ¡Ja, ja, ja...!

Yo leo mucho; leí 3.000 libros y leo al Dante, pero mis soldados son extrañas anomalías del desarrollo torcido de este país. No hay más proletarios, o infelices, o explotados. Hay una tercera cosa creciendo allí afuera, cultivada en el barro, educándose en el más absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles, como un monstruo Alien escondido en los rincones de la ciudad. Ya surgió un nuevo lenguaje. ¿Ustedes no escuchan las grabaciones hechas ’con autorización’ de la justicia? Es eso. Es otra lengua. Está delante de una especie de post miseria. Eso. La post miseria genera una nueva cultura asesina, ayudada por la tecnología, satélites, celulares, Internet, armas modernas. Es la mierda con chips, con megabytes. Mis comandados son una mutación de la especie social. Son hongos de un gran error sucio.

- ¿Qué cambió en las periferias?

- Plata. Nosotros ahora tenemos. ¿Usted cree que quien tiene 40 millones de dólares como Beira Mar no manda? Con 40 millones de dólares la prisión es un hotel, un escritorio... ¿Cuál es la policía que va a quemar esa mina de oro, entiende? Nosotros somos una empresa moderna, rica. Si el funcionario vacila, es despedido y ’colocado en el microondas’. Ustedes son el estado quebrado, dominado por incompetentes. Nosotros tenemos métodos ágiles de gestión. Ustedes son lentos, burocráticos. Nosotros luchamos en terreno propio. Ustedes, en tierra extraña. Nosotros no tememos a la muerte. Ustedes mueren de miedo. Nosotros estamos bien armados. Ustedes tienen calibre 38.

Nosotros estamos en el ataque. Ustedes en la defensa. Ustedes tienen la manía del humanismo. Nosotros somos crueles, sin piedad. Ustedes nos transformaron en ’super stars’ del crimen. Nosotros los tenemos de payasos. Nosotros somos ayudados por la población de las villas miseria, por miedo o por amor. Ustedes son odiados. Ustedes son regionales, provincianos. Nuestras armas y productos vienen de afuera, somos ’globales’. Nosotros no nos olvidamos de ustedes, son nuestros ’clientes’. Ustedes nos olvidan cuando pasa el susto de la violencia que provocamos.

- ¿Pero, qué debemos hacer?

- Les voy a dar una idea, aunque sea en contra de mí. ¡Agarren a ’los barones del polvo’ (cocaína)! Hay diputados, senadores, hay generales, hay hasta ex presidentes del Paraguay en el medio de la cocaína y de las armas. ¿Pero, quién va a hacer eso? ¿El ejército? ¿Con qué plata? No tienen dinero ni para comida de los reclutas. El país está quebrado, sustentando un estado muerto con intereses del 20 % al año, y Lula todavía aumenta los gastos públicos, empleando 40 mil sinvergüenzas.

¿El ejército irá a luchar contra el PCC? Estoy leyendo Klausewitz, ’Sobre la Guerra’. No hay perspectiva de éxito. Nosotros somos hormigas devoradoras, escondidas en los rincones. Tenemos hasta misiles anti-tanque. Si embroman, van a salir unos Stinger. Para acabar con nosotros... solamente con una bomba atómica en las villas miseria. ¿Ya pensó en eso? ¿Ipanema radiactiva?

- Pero... ¿No habrá una solución?

- Ustedes sólo pueden llegar a algún éxito si desisten de defender la ’normalidad’. No hay más normalidad. Ustedes precisan hacer una autocrítica de su propia incompetencia. Pero ser francos, en serio, en la moral. Estamos todos en el centro de lo insoluble. Sólo que nosotros vivimos de él y ustedes no tienen salida.

Sólo la mierda. Y nosotros ya trabajamos dentro de ella. Entiéndame, hermano, no hay solución. ¿Saben por qué? Porque ustedes no entienden ni la extensión del problema. Como escribió el divino Dante: ’Pierdan todas las esperanzas. Estamos todos en el infierno’.

domingo, marzo 04, 2007

Sobre las posibilidades de la revuelta en el mundo actual (primera parte)

La sociedad de posguerra

El fin de la Segunda Guerra Mundial significó el pico máximo de un proceso que ya se había iniciado desigualmente en diferentes países: el de auto-revolución de la sociedad capitalista existente. Esto marcó el comienzo de una época que perdura hasta el día de hoy, aunque en constante transformación.

La producción separada de las multitudes (es decir, cuya dirección está acaparada por una clase social dominante, en este caso el empresariado moderno), que ya había dado lugar al surgimiento de la variante asalariada del trabajo alienado (el trabajo cuyas condiciones y producto escapan al control del trabajador) y con él, al de una clase social de obreros ocupados y desocupados, se desarrolló al punto de transformar considerablemente las condiciones de la vida social e individual.

Si bien disminuyó la presión de las viejas alienaciones (mediante la reducción de la cantidad de horas al día que el asalariado desperdicia entregándole su vida a un patrón, el aumento en la capacidad de consumo, la legislación del trabajo, etc.), una tanda de nuevas alienaciones en otros aspectos ocupó su lugar.

A la enajenación del trabajo se le sumó la enajenación del tiempo libre, en forma de consumismo, es decir, el consumo por parte de todos del producto de la producción separada, que excede cada vez más la simple satisfacción de necesidades básicas, tanto para dar respuesta (de una forma alienada) a los deseos reales como para generar otros artificialmente.

Pero el más novedoso y revolucionario de los elementos de la sociedad capitalista de posguerra, es el desarrollo de los llamados “medios de comunicación masiva”.

Tal denominación es un eufemismo bastante sutil, que pretende hacer pasar por bi-direccional lo que en realidad es lisa y llanamente transmisión de espectáculo.

Este espectáculo, que se constituyó no sólo a través de los medios técnicos sino a partir de la totalidad de la sociedad alienada en todos sus aspectos, transformó profundamente la vida a lo largo y a lo ancho del mundo, pero especialmente en las zonas en las que ya dominaba el modo de vida “moderno”, los países centrales y las grandes ciudades de los países periféricos, valiéndose de ese nuevo “tiempo libre” y de esa igualmente novedosa capacidad de consumo aumentada.

La disolución de los viejos movimientos reformistas y revolucionarios

En el período de entreguerras (1917-1939), la clase obrera había protagonizado en todo el mundo un asalto general sobre las condiciones de existencia. En él, un gran dilema separaba aguas, generando dos grandes tendencias diferenciadas: reforma o revolución. La primera opción buscaba transformar la vida social e individual a partir de la participación y reforma de las instituciones creadas por el sistema. La segunda buscaba eliminarlas mediante una insurrección masiva y construir otras en su lugar.

Ambas tendencias contaban con organizaciones permanentes, multitudinarias y más o menos independientes, dependiendo del caso: sindicatos, partidos, específicas, grupos de propaganda, etc. Cada una de ellas era un ámbito de pertenencia en el cual los obreros depositaban gran parte de su tiempo y recursos, en muchos casos con enormes esfuerzos.

Esta oleada proletaria mundial fue derrotada a manos de la represión policial, militar y para-estatal (excepto en los países que integrarían la llamada “URSS”, los únicos en los cuales logró derrocar el orden existente) en algunos casos efectuada por los diferentes fascismos (que surgieron como reacción a dicho asalto en los países en que estaba más avanzado: Italia, Alemania y España), en otros por los sectores conservadores tradicionales, y en otros, paradójicamente, por los gobiernos supuestamente “reformistas” surgidos de esa misma oleada (que no lo eran más que superficial y aparentemente, ya que eran ejercidos por sus burocracias conciliadoras y no por sus bases combativas). Luego la segunda guerra mundial inmovilizaría a la clase obrera de los países beligerantes e invadidos, mientras que en el resto de los países se daría una fuerte reconfiguración de los movimientos proletarios.

La represión física había logrado ya eliminar, aterrorizar y dispersar a enormes cantidades de militantes, principalmente de las organizaciones más combativas e independientes, lo cual produjo un crecimiento en importancia e influencia de las más conciliadoras, que se tradujo en un muy fuerte crecimiento numérico de estas últimas.

La llamada “URSS”, que ya había nacido dominada (aunque parcialmente) por la burocracia bolchevique, sufrió la consolidación de ese grupo (el cual fue a su vez hegemonizado tras la muerte de Lenin por el sector más recalcitrantemente burocrático -el liderado por Stalin-) que logró monopolizar completamente los resortes del poder y estabilizarse como clase social dominante, proyectándose al mismo tiempo en todo el mundo como supuesta “representante del proletariado” a través de los partidos mal llamados “comunistas” y de los sindicatos y organizaciones dirigidos por ellos. Esta burocracia internacional “URSS”ista, dirigida desde el Kremlin pero existente en todos los países capitalistas, no pensaba en extender su modelo hacia ellos sino en lograr el control de sus respectivas clases obreras para hacerlas defender los intereses de la clase social burocrática de la “URSS” en cada uno de ellos.

El resultado de todo esto, de la mencionada auto-revolución de la sociedad capitalista y de su consecuencia (la vertiginosa expansión del consumismo y el espectáculo), fue la aceleración del proceso (que ya se había iniciado tiempo atrás en todo el mundo) de pérdida de independencia política por parte de la clase obrera y de sus organizaciones reformistas y revolucionarias, que quedaron cada vez más en manos de burocracias político-sindicales conciliadoras e integradas (cuyos proyectos no cuestionaban la separación de la sociedad en clases, o que lo hacían solo formalmente, sin dar ningún paso real hacia su supresión). Dichas burocracias podían ser, o bien “URSS”istas (anteriormente descriptas), o bien locales. Estas últimas presentaban a su vez dos variantes:

-las que conservaban su forma clásica de movimientos partidario-sindicales socialdemócratas dirigidos por “intelectuales” liberales. Estas existían desde la Segunda Internacional (e inclusive desde la primera) y tuvieron un rol protagónico en el proceso de integración.

-las que estaban estructuradas verticalmente en aparatos políticos dirigidos por militares o civiles (llamados “nacionalistas” o “populistas”), especialmente en algunos países del llamado “tercer mundo”.

Estas burocracias conciliadoras no buscaron nunca eliminar al capitalismo mediante una reforma o una revolución, sino mantener controlada a la clase obrera, a partir de la obtención de mejoras superficiales en sus condiciones de vida en el marco del sistema. Por su parte, la enorme mayoría del proletariado aceptó (y hasta buscó) este cambio, o al menos no fue capaz de articular una alternativa. Los que aún sostenían la necesidad de organizaciones independientes debieron o bien permanecer en las organizaciones integradas con la esperanza de recuperarlas, o bien formar o incorporarse a grupos minoritarios por fuera de ellas, o bien permanecer desorganizados.

De esta forma, quedó completamente obsoleto el viejo proyecto transformador centrado en el accionar de las organizaciones reformistas y revolucionarias permanentes, multitudinarias e independientes.

El nuevo movimiento de transformación social

Las consecuencias de este proceso no fueron menores: para obtener una transformación más o menos profunda de la sociedad, no se podía contar ya con las grandes organizaciones permanentes tales como eran, y tampoco era posible recuperarlas (como demostró luego la historia). No habría ya movimientos reformistas o revolucionarios al viejo estilo en las zonas donde imperaban las condiciones modernas de vida, sino revueltas más o menos espontáneas protagonizadas por multitudes desorganizadas o por las bases insubordinadas de las organizaciones integradas.

En la década de 1950 esto se comenzó a observar en los países dominados por la burocracia “URSS”ista (especialmente en la revuelta húngara de 1956, en la que volvieron a formarse consejos obreros), y en una creciente agitación en los países capitalistas, que se volvió semi-insurreccional en el llamado mayo francés de 1968, en el que diez millones de personas (cuya enorme mayoría no estaba encuadrada en ninguna organización) se lanzaron a una huelga general salvaje (por fuera de los sindicatos y la legislación gremial) con ocupación de todo tipo de establecimientos (incluídas fábricas, universidades y oficinas, entre otros).

Esta revuelta desencadenó en todo el mundo otras similares. En Argentina tuvo lugar el Cordobazo de mayo de 1969. Se extendió la ocupación de fábricas (inclusive con toma de rehenes empresarios) como método habitual de lucha. Se desarrolló una tendencia a la huelga salvaje, convocada por asambleas de los mismos trabajadores, que desbordó una y otra vez la contención burocrática sindical-partidaria.

Durante toda la década transcurrida entre fines de los años sesenta y fines de los setenta, se sucedieron revueltas de este tipo en todo el mundo, sacudiendo las bases del sistema capitalista. Este nuevo asalto sobre las condiciones de existencia fue finalmente derrotado (por represión o contención), y una reconfiguración general del sistema modificó las bases sobre las cuales se había desarrollado, dando lugar a una nueva etapa.

Las revueltas en el mundo actual

A partir de la crisis económica mundial de 1973, comenzó en todo el mundo capitalista un proceso de reorganización económica, política y social. Este proceso (llamado “de globalización neoliberal”) se aceleró con la reconversión del supuesto “socialismo” de la “URSS” en liso y llano capitalismo de mercado, y de su clase social burocrática en empresariado clásico. Una de las consecuencias de dicho proceso fue el enorme crecimiento de la desocupación en las clases obreras, que logró quebrarlas definitivamente en un sector con capacidad de consumo y en otro sin ella (y por lo tanto, completamente marginal). Pero aún el primero de ellos se vio fuertemente golpeado por la precarización, la flexibilización laboral, etc. Las viejas organizaciones integradas perdieron todo su restante carácter proletario, al vaciarse de militantes de base y al evidenciarse cada vez más la cercanía de sus burocracias a las clases dominantes. La revuelta ya no podía ni siquiera considerarlas un obstáculo.

A finales de la década de 1980 y a lo largo de la del 90, comenzó a gestarse en todo el mundo una nueva oleada de agitación social, esta vez protagonizada por los sectores más perjudicados por la “globalización neoliberal”. Pero esta vez el espectáculo ya no podía aparentar que tuviesen alguna relación con las organizaciones integradas, y debió reconocer que tenían un carácter anti-político. En algunas zonas llegaron inclusive a resurgir algunas organizaciones permanentes independientes y multitudinarias, sobre todo en los sectores más duramente golpeados (el Ejército Zapatista de Liberación Nacional entre los indígenas de México, el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, las organizaciones piqueteras entre los desocupados de Argentina).

En la década del 2000, la agitación social se agudizó hasta volverse revuelta en muchos países. El diciembre argentino de 2001 marcó un punto de inflexión: las multitudes se lanzaron al saqueo, se volcaron masivamente a las calles, se enfrentaron a la policía, derribaron a un gobierno, formaron asambleas populares, recuperaron empresas quebradas, ocuparon espacios abandonados, construyeron centros culturales, organizaron emprendimientos productivos, realizaron piquetes y constituyeron agrupamientos de diferentes tipos (y todo esto aún sin la participación de la enorme mayoría de la clase obrera ocupada y de la sociedad, y de forma fragmentaria, sin un análisis integral, ni una perspectiva superadora, ni un proyecto alternativo).

Otras revueltas, similares o diferentes, se desatarían luego en otros países, tanto de América Latina (Bolivia, Ecuador, México, Chile, etc.) como del resto de mundo (especialmente en Francia). Vale la pena analizarlas en profundidad, porque en ellas se manifiesta todo el carácter que adquiere la el proyecto transformador en el mundo actual. (Continuará...)