Este blog se mudó a

Palabras Rojas
 
Aclaración preliminar (para todos los artículos)
El blog Alegre Subversión se mudó a http://palabrasrojas.blogspot.com/. El autor de A.S ya no se hace responsable por los puntos de vista expresados en ningún artículo publicado en este espacio, especialmente aquellos anteriores a septiembre de 2007. Este blog se conserva, únicamente, a modo de archivo, y no posee ningún otro valor.


martes, mayo 20, 2008

Alegre Subversión se transforma

El blog "Alegre Subversión" cumplió su ciclo. Si bien siempre fue sufriendo transformaciones a lo largo de su existencia, su última fase ya no tenía prácticamente nada que ver (ni en contenido ni en forma) con lo que era al principio. Por esta razón, va a cambiar de nombre y se va a mudar de dirección: ahora es Palabras Rojas, y su dirección es
palabrasrojas.blogspot.com.


La intención sigue siendo la misma: aportar un granito de arena al debate sobre la emancipación humana, desde la trinchera socialista revolucionaria.

Pero su autor ya no comparte los puntos de vista espontaneístas que tenía cuando creó el blog a mediados del año 2006. Por esa razón, se cambió no solo el enfoque de los artículos, sino que se borró también todos los vínculos a páginas que reflejaban el antiguo punto de vista.

Aprovecho este espacio para agradecer a todos los que vienen leyendo el blog, a los que soportan la extensión de los artículos y, especialmente, a los que hicieron comentarios, críticas constructivas, etc.

Un abrazo a todos,
el autor del blog

domingo, mayo 18, 2008

Marxismo vs. Anarquismo (segunda parte)

Como se dijo más arriba, la corriente marxista basa todo su accionar en el hecho de que la sociedad está escindida en clases y capas que poseen intereses contradictorios, lo que eventualmente lleva a choques que pueden transformar toda la estructura social con su impacto. No se basa en un mundo de ideas agradables que deberían regir el mundo, sino en las fuerzas que ya están contenidas esencialmente en el interior de la sociedad.

Por esta razón, la corriente marxista toma partido por la más históricamente progresiva de estas fuerzas sociales: el proletariado moderno, los obreros desposeídos de todo medio de producción que se ven obligados a venderle su fuerza de trabajo a un capitalista a cambio de un salario. Y es la históricamente más progresiva, porque es, de las dos clases sociales modernas (es decir, ligadas a las formas modernas de producción, a la gran industria: los propietarios del capital y los obreros asalariados), aquella que no tiene nada que perder con una revolución social más que sus cadenas, y un mundo entero por ganar.

La corriente marxista considera que las clases y capas sociales caracterizadas por poseer pequeños medios de producción (una pequeña cantidad de tierras cultivables, herramientas o máquinas de manufactura, etc.), por más que claramente no cumplan el mismo rol que los grandes propietarios, no son esencialmente una clase revolucionaria, a diferencia del proletariado. Si bien en los países en que el campesinado, los artesanos y la pequeñoburguesía en general conforman un porcentaje importante de la población es de vida o muerte para el proletariado el hecho de ganarse a esas clases para la revolución, eso no significa que estas desplacen a la clase obrera en su rol de sujeto revolucionario por excelencia. En todo caso, el proletariado debe conseguir “arrastrar atrás de sí” a los campesinos y las capas medias, pero de ninguna forma diluirse entre ellas ni mucho menos ir a su rastra. Aún en los países en que los obreros asalariados son una pequeña minoría de la población, deben ser estos los que tomen en sus manos las riendas del movimiento revolucionario, por más que esto implique en los hechos una imposición autoritaria por sobre las mayorías. Esto también está incluido en el concepto de dictadura del proletariado.

Todo esto se diferencia tajantemente de los postulados anarquistas, que consideran que el obrero asalariado ocupa igual lugar en el proceso revolucionario que el campesino u otro sectores sociales (sus variantes autonomistas y posmodernas extreman esto al punto de impugnar la noción de “sujeto”). De esta forma, el anarquismo termina representando, en las sociedades de mayoría campesina o artesana, el punto de vista de estos pequeños propietarios, opuestos por sus intereses de clase al desarrollo de fuerzas productivas modernas. Y como muchas veces estos sectores de pequeños propietarios terminan yendo a la rastra de los grandes en contra de la revolución proletaria, la corriente anarquista termina cumpliendo un rol reaccionario, como ocurrió en la Revolución Rusa.

El idealismo anarquista, por último, se manifiesta también en su rechazo a toda forma de acción política, y en especial a la labor parlamentaria y a la formación de partidos. Algunas corrientes anarquistas directamente llegaban a plantear que la acción de los sectores populares se debía limitar a obtener mejoras económicas, dando lugar a la tendencia sindicalista (que terminó siendo integrada por el capitalismo para combatir a las tendencias revolucionarias dentro de los sindicatos obreros, dando lugar en muchos lugares a la moderna burocracia sindical).

Quizás el anti-parlamentarismo sea el error menos grave de la enorme cantidad en los que incurre la tendencia anarquista, pero de cualquier manera, entrega un importante terreno de batalla ideológica a la burguesía, perdiéndose la posibilidad de que los sectores revolucionarios puedan participar con un programa propio en los grandes debates políticos que atraviesan a la sociedad. Mucho más grave que eso es el rechazo en abstracto a los partidos políticos, sin distinguir su signo de clase, con lo cual el anarquismo renuncia a la posibilidad de construir una dirección revolucionaria para el movimiento de masas, entregándoselo de lleno al “sentido común” impuesto por la hegemonía burguesa, a los prejuicios socialmente instalados, y a muchos otros factores que limitan seriamente las posibilidades de desarrollo revolucionario. Con su confianza ciega en la espontaneidad de las masas, el anarquismo se encuentra imposibilitado para evitar que estas avancen “espontáneamente” hacia su propio suicidio. Pero muchísimo más grave aún que todo lo anterior, llegando ya a empalmar de lleno con las tendencias abiertamente reaccionarias, es la negación a que las organizaciones de masas discutan y se posicionen políticamente. Al negarle a las masas la posibilidad de hacer política a través de sus propios órganos, terminan obligándolas a aceptar la política impuesta por los órganos de la burguesía.

Por suerte, no todas las tendencias anarquistas comparten todas las características anteriormente descriptas. Hay algunas que se acercan más a posiciones coherentes, clasistas, revolucionarias. Sin embargo, en el extremo opuesto, hay decenas de ideologías, viejas y nuevas, que se embeben de la ideología anarquista para llegar a las conclusiones más reaccionarias posibles: por ejemplo, que el cambio sólo es posible “adentro de uno mismo”, que la revolución es un hecho individual, y otros horrores similares que no consiguen más que desarticular toda posibilidad de cambio real.

Sin embargo, si las tendencias anarquistas, autonomistas e individualistas florecen en el mundo actual de la forma en que lo hacen, se debe en parte a una razón totalmente comprensible y lógica: el miedo a que una verdadera revolución proletaria termine de la forma en que terminó la URSS.

Por lo tanto, no hay discusión posible con esas tendencias si la corriente marxista no explica también que la degeneración burocrática de la URSS no se debió a la esencia de su teoría y de su programa, sino a las condiciones concretas, particulares y específicas en las que se tuvo que desenvolver la Revolución Rusa. Principalmente, al hecho de haberse estancado en el interior de las fronteras de un solo país sin poderse expandir al resto del mundo (y en especial a las zonas de alto desarrollo de las fuerzas productivas), con el agravamiento de que ese país era uno que poseía una población de enorme mayoría campesina (más del 80 por ciento), con una estructura económica agraria con fuertes rasgos feudales y primitivos. Esto tuvo muchísimas consecuencias negativas, entre ellas: que el sujeto revolucionario por excelencia, la clase obrera, se encontrara en minoría frente a las enormes masas campesinas, quedando entonces el más firme apoyo a la revolución reducido a un sector minoritario con intereses parcialmente contrapuestos a los de la mayoría (y con ello, que la democracia más directa de todas, la democracia obrera basada directamente en las grandes fábricas concentradas, fuera solo una pequeña parte del proceso revolucionario). Que fuera necesario un aparato estatal hipertrofiado para poder superar las consecuencias de la dispersión poblacional (por la necesidad de gran cantidad de funcionarios, inspectores, etc.). Que se debieran tomar medidas represivas que terminaron asfixiando la democracia soviética, como la supresión de los partidos que saboteaban al Estado obrero. Que fuera necesario pasar por una fase semi-capitalista en el campo (la Nueva Política Económica, la NEP) para poder superar el enorme atraso de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, dando lugar a una capa social de explotadores y especuladores que se terminaron enquistando en el Estado Obrero contribuyendo a su deformación.

Estos son sólo algunos ejemplos de cómo las condiciones específicas que tuvo que atravesar la Revolución Rusa llevaron a su degeneración burocrática y contrarrevolucionaria y a su permanente atraso económico respecto a las potencias capitalistas, que llevaron finalmente a la restauración del capitalismo (que fue falsamente propagandizada por los profetas del capital como “el fracaso del comunismo”, como si este hubiera llegado a existir).

De cualquier forma, aún habiendo sufrido una brutal deformación, que negó radicalmente su propio origen e intenciones iniciales, la Revolución Rusa de 1917 dejó una profundísima e imborrable huella en la historia, llenando de pánico durante décadas a la burguesía mundial y obligándola a emprender reformas sociales en todo el globo. Aún con todos sus aspectos negativos, la Revolución Rusa logró conquistar importantes mejoras en las condiciones de vida para la población trabajadora, desarrollar de una forma muy considerable las fuerzas productivas en países muy atrasados, contribuir a la relativa independencia de muchos países semicoloniales, así como desarticular al mayor bastión de la reacción monárquica en Europa. Nada de esto puede decirse de las revoluciones orientadas por el anarquismo: todas ellas fueron aplastadas en poco tiempo y sobreviven solo como bellos recuerdos del pasado, para rememorar en jornadas de nostalgia y auto-afirmación ideológica.

Marxismo vs. Anarquismo (parte 1)

Las diferencias entre la corriente marxista y la anarquista son, en su esencia, las diferencias entre una visión materialista, de pretensión científica, y una visión idealista.

La teoría marxista se basa, ante todo, en el análisis de las características materiales de la sociedad. Es el resultado del estudio sistemático de la historia, de la reflexión sobre la dinámica que adquirió la lucha entre las clases sociales en todas sus fases.

En cambio, ya para empezar no se podría hablar de “teoría” anarquista, porque sus principios nunca fueron formulados como un conjunto de enunciados constatables. Al contrario, es más bien la expresión de un conjunto de deseos y anhelos, variables de una persona a otra, sin sistematicidad y sin dimensión empírica. Mientras la corriente marxista se basa en un cuerpo teórico, la corriente anarquista se basa en valores y principios individuales.

La corriente marxista toma como punto de partida el análisis del sentido de la evolución histórica. Ese sentido es el del desarrollo de las fuerzas productivas, es decir, de la capacidad de la humanidad para moldear su entorno, dominar las fuerzas de la naturaleza, proyectar su deseo en forma de materia. Considera que este desarrollo es inevitable, porque es el que garantiza que la humanidad viva cada vez con más comodidades y placeres, con menos esfuerzo y sufrimiento. Lo único que traba al desarrollo de las fuerzas productivas es una determinada forma de organizar socialmente la producción, o sea, un modo de producción obsoleto, que ya no se corresponde con el nivel alcanzado por las fuerzas de producción.

Pero las fuerzas productivas no se contienen a sí mismas ante un modo de producción obsoleto, sino que chocan contra él con toda su potencia. Esto hace temblar toda la estructura de la sociedad, la resquebraja y hace emerger con enorme violencia las contradicciones esenciales entre los intereses de las diferentes clases y capas sociales. El impacto de estas, al igual que el choque entre las placas tectónicas, tiene como resultado la transformación de todo lo que sobre ellas se sustenta, la reconfiguración de todas las relaciones productivas, de las instituciones, de las formas de ver el mundo. Sobre esta base material es que la corriente marxista desarrolla sus análisis y su intervención práctica, para conseguir que el desarrollo de las contradicciones que ya están presentes en el interior de la sociedad desemboque en el establecimiento de las relaciones socialistas-comunistas a escala mundial, y en el marco del más alto desarrollo de las fuerzas productivas, de la ciencia y la tecnología.

En cambio, la corriente anarquista no toma ningún punto de partida histórico. Postula las características de una sociedad ideal, que no tiene lugar ni tiempo concreto. En ese sentido es la heredera de las corrientes utópicas, es decir, de las fantasías surgidas hace siglos como reflejo de la aspiración de las clases oprimidas pre-capitalistas a una vida mejor, en un marco en el que el escaso desarrollo de las fuerzas productivas hacía imposible el surgimiento de un proyecto emancipador serio. Mientras la corriente marxista es producto de la existencia de la industria y la ciencia moderna, la corriente anarquista es resultado de condiciones primitivas de existencia, del pequeño campesino y el artesano. Esto no quiere decir que el anarquismo no haya hecho pie en la clase obrera moderna (por el contrario, llego a influenciar a millones de trabajadores a fines del siglo XIX y principios del XX, sobre todo en España y los países de América Latina, en los que llegó a ser corriente hegemónica). Lo que sí quiere decir es que sus postulados no permiten responder a los problemas concretos que presenta la lucha de clases moderna: ante el menor desafío de las circunstancias, el anarquismo siempre terminó actuando o bien como furgón de cola de alguna corriente burguesa, o bien abriéndole el camino a la reacción burguesa gracias a la desorganización, las pretensiones fantasiosas y la ingenuidad política (o mejor dicho, la gran ingenuidad que es el a-politicismo).

El idealismo anarquista impide ver las condiciones materiales concretas en las que se desenvuelve toda lucha. Desprecia totalmente la importancia del desarrollo de las fuerzas productivas: es lo mismo el “comunismo primitivo”, las comunidades indígenas americanas y las pequeñas cooperativas que la gran industria altamente tecnificada y la organización del trabajo a escala mundial. Inclusive hay algunas corrientes del anarquismo que se oponen a la existencia misma de la industria moderna. En este sentido, tiene algo de religioso y de reaccionario: pretende volver a unas idílicas condiciones pasadas de existencia, a una edad dorada que fue dejada atrás por el paso del tiempo. Una variante “new age” del anarquismo, el autonomismo, pretende construir esa sociedad primitiva inclusive en coexistencia con el mundo capitalista actual, a través de la creación de redes cooperativas, etc. Como si la pequeña industria artesanal tuviera alguna ínfima posibilidad de competir con la gran industria capitalista sin caer en la ruina o tener que asociarse con algún empresario. La mitología de las cooperativas, además de ser totalmente irreal, significa en el mejor de los casos una socialización de la escasez, de la miseria, en definitiva: la generalización de la auto-explotación. La corriente marxista genuina no lucha por la creación de cooperativas, sino por la nacionalización bajo control obrero de lo más avanzado en la producción. En todo caso, puede ser necesaria en ciertas condiciones la creación de cooperativas para garantizar la subsistencia material de un grupo de personas (en caso de desocupación generalizada, por ejemplo), pero de ninguna manera debe volverse un objetivo en sí mismo.

El desprecio de las condiciones materiales de existencia por parte del anarquismo se observa también en su concepción de la defensa militar frente a la reacción contrarrevolucionaria y la invasión de las potencias imperialistas. Supone que es posible organizar una resistencia seria sin necesidad de industria avanzada y de una organización económica y militar centralizada y bien planificada a escala nacional. En ese aspecto, el anarquismo coincide con el socialismo nacionalista (por ejemplo, el estalinismo) en el sentido de que considera que no sólo es posible el socialismo en un solo país, sino inclusive en una sola provincia y hasta en una sola comunidad. Sus variantes individualistas “new age” prácticamente llegan al punto de plantear la posibilidad del socialismo en una sola maceta.

No hace falta citar el caso de la resistencia indígena americana frente a la conquista europea para demostrar que es imposible ofrecerle un desafío serio a un enemigo que posee fuerzas productivas mucho más desarrolladas y una organización centralizada.

La corriente marxista, por el contrario, entiende que el único triunfo sostenible y deseable frente a la reacción burguesa, es la victoria de la revolución proletaria mundial, especialmente en el interior de las potencias imperialistas (EEUU, Europa, Japón, etc.). Tiene muy en claro que ningún triunfo en un pequeño territorio con escaso desarrollo es sostenible por largo tiempo. Para que Cuba pudiese sostenerse frente al imperialismo, fue necesario un largo período de subsidios por parte de de la Unión Soviética.

Si la URSS pudo sostenerse apenas triunfó la revolución de Octubre, fue precisamente porque contaba con: un territorio extenso, una gran cantidad de población, cierto grado desarrollo industrial moderno, y en especial, una organización centralizada de la economía y la defensa militar: el Estado obrero, orientado a su vez por un partido marxista revolucionario, el partido bolchevique. No hubiera sido posible resistir la invasión de 14 ejércitos imperialistas y la reacción de los guardias blancos, soportar las hambrunas y la crudeza del invierno ruso sin la utilización racional y optimizada de todos los recursos económicos y humanos disponibles. Y no es posible esa planificación sin garantizar la centralización del poder político en manos de la clase obrera, el monopolio de la fuerza por parte del ejército rojo proletario y la nacionalización de la industria bajo control obrero.

Es en ese sentido que la corriente marxista defiende la necesidad de un Estado Obrero en la transición hacia el socialismo-comunismo, es decir, un Estado que sea el proletariado organizado como clase dominante, hasta tanto la revolución proletaria termine de destruir los últimos bastiones de la reacción burguesa y no haya más necesidad de un aparato represivo. En ese caso, el Estado obrero simplemente se extinguiría en tanto fuerza de dominación del proletariado sobre la burguesía, porque ya no existiría burguesía a la cual dominar, y los obreros ya no serían proletarios sino integrantes igualitarios de una sociedad sin clases. En la medida en que se desarrollen las fuerzas productivas y se garanticen las condiciones materiales e intelectuales de existencia para todos los individuos, aún la más mínima coerción perdería la razón de ser y dejaría de existir, porque ya no habría a quién vigilar y castigar. Solo continuaría existiendo un aparato (formado por funcionarios sometidos a mandato popular y revocables) de administración y gestión económica, íntimamente ligada a los comités de control obrero en cada rama de la producción.

Pero mientras la lucha contra la reacción burguesa aún no haya acabado, negarse a ejercer cierto grado de represión y de limitación de las libertades (el mínimo indispensable para el triunfo de la guerra revolucionaria y el aplastamiento de toda posibilidad de reacción), es negarse a tener posibilidades reales de victoria contra un enemigo que a nivel mundial es infinitamente más poderoso, precisamente por ser propietario de todas las fuerzas productivas avanzadas de la humanidad. A ese mínimo indispensable de represión y limitación de las libertades es al que la corriente marxista denomina dictadura del proletariado, etapa que termina con el triunfo definitivo de la revolución proletaria mundial. El grado de represión y centralización aplicado en cada situación depende de las condiciones concretas de la lucha de clases en cada momento y lugar. Todo lo contrario a lo que plantea la corriente anarquista, que antepone el ideal abstracto de “libertad”, “libre asociación”, “federalismo”, etc. a las necesidades concretas de cada situación concreta.

(Continuará…)

domingo, mayo 04, 2008

Lanzamiento de la Cátedra Libre Socialismo o Barbarie

(este artículo no fue escrito por el autor del blog, sino publicado en el periódico del MAS Socialismo o Barbarie Nº 124, 17/04/08)



En universidades de todo el país

Lanzamiento de la
Cátedra Libre


Socialismo o Barbarie


Por Martín Primo


“La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases”
Manifiesto del Partido Comunista, 1848)


Desde el MAS y la Agrupación ¡Ya Basta! estamos lanzando la Cátedra Libre “Socialismo o Barbarie” con el objetivo de aportar al debate y a la lucha por el relanzamiento de la perspectiva de la revolución obrera y socialista. En este momento histórico está latente una importante crisis de hegemonía y económica del imperialismo yanqui que amenaza con trastocar todas las bases de la economía y los “equilibrios” políticos en el mundo, con la consecuencia esperable de que se profundicen las colisiones entre las clases. Es por esto que entendemos de capital importancia prepararnos política e ideológicamente para las batallas que se vendrán.

Sin duda, este comienzo de siglo ha venido preñado de inmensos procesos de rebeliones populares, siendo América Latina el escenario por excelencia donde se concentran las más ricas experiencias de la lucha de clases en la actualidad. Las luchas de los pueblos originarios en el Ecuador, las dos insurrecciones populares protagonizadas por las masas en el Altiplano boliviano, la comuna popular de Oaxaca, el “Argentinazo” de 2001 y los acontecimientos en Venezuela desde el “caracazo” hasta el presente son, con todos sus zig-zags, las crestas más altas que emergen de un mar de fondo que sacude a todo el continente.

Pero América Latina conserva en su entrañas, es decir, en sus tradiciones de lucha, las experiencias acumuladas de largos siglos de resistencia y enfrentamiento a la opresión. Desde las rebeliones indígenas de Tupac Amaru, pasando por la grandiosa gesta de la revolución de independencia de los esclavos negros en Haití, hasta las revoluciones del siglo XX. Son esas tradiciones, resignificadas al calor de las luchas, las victorias y las derrotas, las que aparecen y reaparecen en la actualidad.

Por esto es necesario tener en cuenta la valiosa observación que nos legara Marx: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal”.

Ante el retorno del populismo y el nacionalismo burgués, levantemos las banderas de la revolución socialista

Lejos han quedado las esperanzas incubadas a principios de los 90 desde el imperialismo y las burguesías locales, de hacer del siglo XXI un paraíso de la explotación, donde los trabajadores y las masas populares se resignen pacíficamente a ser el paté en el banquete del capital. Pero las derrotas y retrocesos de los 90 no han pasado sin dejar su marca. Los retrocesos en el plano de la lucha tienen su correlato en el político-ideológico. El escepticismo, la desmoralización y la desconfianza en las propias fuerzas abonaron el terreno para el surgimiento de corrientes políticas e ideológicas que dejaban por fuera del horizonte de la historia la lucha por la emancipación de los trabajadores. Sin duda, más allá de su prédicas “progresista”, eran tributarias del paradigma del “fin de la historia” de Fukuyama y funcionales a los mismos intereses.

Pero en este comienzo de siglo, junto con el emerger de las luchas populares, el escepticismo y la desmoralización empiezan a disiparse. Las masas no sólo mostraron que no se puede vivir en estas condiciones, sino que además que están dispuestas a luchar contra sus condiciones de existencia. Como producto y necesidad de estos procesos es que poco a poco se empiezan a poner sobre el tapete todos los debates estratégicos: la posibilidad y necesidad de la revolución, el socialismo, qué socialismo, la organización de los trabajadores, el sujeto social capaz de encarar esta trasformación histórica. A esta discusión –verdadera batalla política que se reproduce, más o menos solapada, en cada huelga, asamblea o movilización–, afluyen respuestas de todo tipo y color. Desde los que niegan la posibilidad innata de la humanidad de ir más allá del capitalismo y nos proponen luchar por formas más “humanizadas” de explotación, o quienes apuestan la suerte de la humanidad al surgimiento de un caudillo bueno y colosal que, librado de toda atadura con su medio social, “libere” a los oprimidos de sus cadenas. Frente a esto, estamos los que levantamos las banderas de los trabajadores y de la revolución obrera y socialista apoyándonos en la riquísima tradición de lucha que han mostrado los trabajadores a lo largo de todo el siglo XX, que en nuestro continente tienen como su máximo estandarte la gloriosa revolución obrera de los mineros bolivianos en 1952.

Desde el Movimiento al Socialismo y la Agrupación Universitaria ¡Ya Basta! estamos convencidos de que es necesario buscar las raíces históricas de estos debates estratégicos para así saldar cuentas con el pasado de cara a las necesidades del presente; mirar de frente a los fantasmas de nuestra historia y transformarlos en armas de lucha. Por eso es que en las universidades de Buenos Aires, La Plata, Córdoba, Luján, General Sarmiento, Mar del Plata y del Comahue lanzamos esta Cátedra Libre Socialismo o Barbarie: “Revolución y Socialismo en América Latina” como un aporte para, junto con los estudiantes y trabajadores, pasar revista de manera crítica y científica a ese rico cúmulo de experiencias de lucha y al bagaje teórico-político que se gestó al calor de estos, como contribución a relanzar la perspectiva de la revolución obrera y socialista en el siglo XXI.

En la Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía (sede Puán 480), aula 234, se dictará el curso los jueves 8 y 22 de mayo y 5 y 19 de junio, a las 21hs.

Para más información, llamá al (11) 4381 2718 o escribí a correspondencia@socialismo-o-barbarie.org

agrupacionyabasta@gmail.com