Este blog se mudó a

Palabras Rojas
 
Aclaración preliminar (para todos los artículos)
El blog Alegre Subversión se mudó a http://palabrasrojas.blogspot.com/. El autor de A.S ya no se hace responsable por los puntos de vista expresados en ningún artículo publicado en este espacio, especialmente aquellos anteriores a septiembre de 2007. Este blog se conserva, únicamente, a modo de archivo, y no posee ningún otro valor.


sábado, octubre 27, 2007

Historia de la revolución proletaria mundial hasta 1939


Los primeros pasos

La rebelión de los sectores sociales oprimidos es una constante de la historia.

Ya en el mundo antiguo las revueltas de los esclavos rompían habitualmente con la "paz social" de los explotadores. El primer gran nombre que todavía recordamos es probablemente el de Espartaco, el que hizo temblar a la titánica Roma conduciendo un ejército rebelde que logró poner en jaque a sus legiones.

Durante la edad media y en los albores de la modernidad, no faltaron tampoco rebeliones de los campesinos y artesanos, contra la tiranía de los nobles y de la incipiente burguesía.

Sin embargo, estos estallidos no conseguían todavía articular un movimiento político que disputase el poder sobre los asuntos sociales en general y sobre la producción en particular.

La urbanización y el surgimiento de los grandes talleres de manufactura, así como el surgimiento de la flamante burguesía, fueron causa y consecuencia de la progresiva disolución del viejo orden en toda Europa. Fue en este marco que estalló en Francia, a fines del siglo XVIII, el primer gran movimiento político que arrastró a grandes masas populares a luchar por una perspectiva de poder, bajo la bandera de la República. Si bien la dinámica de este movimiento estuvo marcada en líneas generales por la burguesía y sus partidos, asomó también la cabeza, por primera vez en la historia, el fantasma de la independencia política de los explotados, en los sectores "incontrolados" por el jacobinismo, en las asambleas populares y las milicias, aquellos que recibieron el nombre de "rabiosos" (enragés), que no se conformaban con las pequeñas reformas, y que no veían que fuera posible ninguna "libertad, igualdad y fraternidad" si no era con una transformación social profunda. Entendían que o se cambiaba todo o no se cambiaba nada, y por eso clamaban "¡que todos los grandes principios sean puestos en discusión!". Sus cabezas fueron parte de las muchas que rodaron bajo los sucesivos gobiernos burgueses, pero aún así obligaron a estos a tomar medidas mucho más radicales de las que estos hubieran deseado, y que limitaban el desarrollo y concentración de la propiedad privada.

Desde la Revolución Francesa, las capas oprimidas de Europa levantaron la bandera de la República, dándole un sentido propio, diferente al que le daban los liberales burgueses. En la medida en que se fue desarrollando la industria moderna y la relación asalariada, el naciente proletariado se iba apropiando de ella para darle una perspectiva superadora a sus reclamos gremiales.

Las revoluciones de 1848 vieron despertar a un gigante, ahora de forma masiva y clara: el proletariado armado y constituido en clase independiente, presentando sus propias demandas, diferentes de la burguesía y conscientes de serlo. Fue su aplastamiento militar el que el hizo que al reclamo de una República social comenzara agregarle el de la dictadura de la clase obrera, la única que podía garantizar la primera y llenarla de su verdadero contenido, haciendo reales las banderas de "libertad, igualdad y fraternidad".

Durante todo ese período comenzaron a aflorar varias tendencias que proponían una visión de conjunto desde la perspectiva de la emancipación obrera y popular (entre ellos, la de Marx y Engels). Realizaron un trabajo de clarificación teórica que fue progresivamente dando sus frutos.

El resultado de todo este proceso, y de la actividad febril de varios militantes, fue la constitución en 1864 de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT). Sus dos grandes lemas ("¡Proletarios del mundo, uníos" y "La emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos") daban cuenta de que se había producido un cambio irreversible, y que la clase obrera nunca iba a volver a ser la misma.

La Primera Internacional

Desde la AIT, por lo tanto, se comenzó a preparar la revolución proletaria mundial, creando núcleos organizados en todos los países, especialmente en las potencias del momento.

No habían pasado más de siete años de su creación, cuando la guerra franco-prusiana culminó en la toma de Paris por parte de sus obreros armados, en marzo de 1871. Implementaron allí la famosa Comuna, el primer gobierno proletario de la historia, formado sobre la base de milicias populares, asambleas y delegados revocables.

Sin embargo, la Comuna de París fue aplastada tras unos pocos meses, y se desató una brutal represión contra el movimiento obrero de toda Europa.

En este marco, se agudizaron las diferencias existentes entre las dos grandes tendencias de la Internacional, los socialistas y los anarquistas, lo cual llevaría a la expulsión de estos últimos en 1872. En ese mismo año se decidió trasladar su sede de Londres a Nueva York, lo cual, junto a todo lo anterior, tuvo como resultado su disolución, oficializada en 1876, en condiciones de reflujo mundial del movimiento obrero.

La socialdemocracia y la Segunda Internacional

Impulsado por la Primera Internacional se había creado en Alemania en 1875 el partido que luego (en 1890, tras su legalización) sería llamado Partido Socialdemócrata. Este estuvo desde su comienzo impregnado de ideas positivistas que Marx y Engels combatieron ferozmente pero no consiguieron erradicar.

Este Partido se desarrollaría luego hasta volverse gigantesco, con una enorme influencia de masas.

En 1889, los partidos socialistas y laboristas del mundo, construidos a imagen y semejanza del alemán, fundaron la Segunda Internacional, que llegó a consolidar poderosas secciones en todos los países. Sin embargo, el positivismo que había estado presente desde un comienzo en la socialdemocracia alemana (sumado a un creciente liberalismo) comenzaron a ocupar un lugar cada vez mayor. La participación parlamentaria, que para el marxismo era una forma más de desarrollar la conciencia revolucionaria, se volvió para los partidos socialdemócratas el único medio para realizar una transformación social, y cada vez más un fin en sí mismo. Las instituciones burguesas ya no eran denunciadas como tales, e incluso eran embellecidas y defendidas, cayendo en un creciente legalismo.

En ese marco, los obreros radicalizados ya no encontraban en los partidos socialistas una herramienta para su liberación, por lo cual muchos de ellos se volcaron a los sindicatos anarquistas y revolucionarios, especialmente en los países latinos (España, Italia, Francia, América latina), que tuvieron en esos años un gran desarrollo. Sin embargo, el anarquismo, por sus propias concepciones teóricas, no ofrecía una perspectiva de superación revolucionaria a través de la toma del poder político, con lo cual condenaba a toda esa radicalidad a permanecer estéril, mientras que cientos de militantes eran masacrados en combates con la policía o directamente por el ejército y las bandas reaccionarias de la patronal.

Sin embargo, en 1905 la situación empezaría a cambiar. En Rusia, los obreros lanzaron una huelga general política contra la autocracia zarista, y construyeron sus órganos de poder paralelo, los consejos de delegados ("soviets" en ruso). Se armaron por doquier y se negaron luego a desarmarse, lo cual constituyó un enorme avance en el camino de la independencia política, aplicando en la práctica lo que Marx teorizaba ya en 1848.

Este hecho, de enorme impacto, provocó que se delimitara dentro de la Segunda Internacional una tendencia radicalizada, que recuperaba concepciones revolucionarias que hasta el momento sólo eran defendidas por el anarquismo y el dudoso "sindicalismo revolucionario", como la defensa de la huelga general política, de los organismos de autodeterminación obrera y de la insurrección armada. Sus principales exponentes fueron dos grandes dirigentes y teóricos: Rosa Luxemburgo y Vladimir Lenin.

Lamentablemente, la tendencia revolucionaria de la socialdemocracia permaneció siendo minoritaria en todo el mundo (excepto en Rusia, cuya situación particular empujaba hacia una profunda radicalización). Sin embargo, esta situación no duró más de diez años.

La Primera Guerra Mundial y la Internacional Comunista

En 1914, las tensiones acumuladas entre las potencias imperialistas (producto de la tendencia de concentración de capitales), estallaron en forma de guerra mundial.

La socialdemocracia, en vez de combatir esta guerra, votó en los parlamentos el otorgamiento de créditos para financiarla. Esta traición fue sentida por muchos militantes como la gota que rebalsó el vaso de agua: en todos lados, el ala radicalizada de la socialdemocracia rompía con los partidos oficiales y creaba nuevos agrupamientos.

En 1917, el proletariado ruso lanzó la ofensiva que en Octubre lo llevó a conquistar el poder político, dando inicio a ese asalto proletario mundial cuya preparación había llevado a la formación de la Primera Internacional en 1864, es decir, 53 años antes.

En todo el mundo, los obreros radicalizados desataron huelgas generales y levantamientos insurreccionales, estuvieran agrupados en el socialismo disidente, en el anarquismo o simplemente desorganizados.

En 1919, se fundó en la Moscú revolucionaria la Internacional Comunista o Tercera Internacional, con el objetivo de constituirse en la dirección de esa revolución proletaria mundial. Su existencia es el pico más alto alcanzado hasta el día de hoy en el camino hacia ella. En todos los países se constituyeron Partidos Comunistas que buscaron orientar al proletariado a la conquista del poder político.

Sin embargo, la revolución proletaria mundial fue derrotada militarmente (y luego políticamente) en los primeros años de la década de 1920. Sólo en Rusia se consiguió derrotar definitivamente a la burguesía, destruyendo su Estado, expropiándola y despojándola de toda posibilidad de manifestarse políticamente. Sin embargo, la derrota de la revolución mundial se manifestó allí también: la victoria militar en la Guerra Civil, que cesó en la mayoría de sus frentes en 1920, fue una victoria pírrica, que significó en última instancia la muerte de la revolución proletaria, por sus enormes consecuencias en el bando revolucionario (muerte de sus principales cuadros, desánimo y pesimismo general, destrucción de la economía, militarización de la producción y de la vida social en general, etc.).

Esta derrota mundial se puede explicar por varias razones: la falta de madurez de la nueva dirección revolucionaria, la Internacional Comunista, que no tuvo tiempo de consolidarse, las ilusiones que todavía quedaban en el proletariado respecto a la socialdemocracia, los prejuicios que restaban en los obreros anarquistas tras años de enfrentamiento con el socialismo, etc. Sin embargo, todos estos defectos podrían haber sido revertidos con el tiempo, si no hubiera sido porque la burguesía, que retomó entonces la iniciativa en todo el mundo, supo articular una respuesta contundente.

La contrarrevolución mundial

Los primeros años de la década de 1920 significaron entonces el inicio de la contrarrevolución mundial, con el ascenso del fascismo en Italia en 1922. En Rusia, las penosas condiciones en que había quedado el país tras la guerra civil, sumadas al aislamiento desolador, llevaron a un creciente enfrentamiento entre la dirección comunista y algunos sectores populares, que se tradujo en más derramamiento de sangre y más desánimo, y por lo tanto, en un reflujo del protagonismo de masas que sentó las bases para la apropiación del Partido Comunista por parte de la capa social de arribistas, burócratas, oficiales y campesinos enriquecidos por la liberalización económica (que también fue producto de todo lo anterior). Esta capa social parasitaria aprovechó la enfermedad de Lenin para imponer a Stalin como representante de sus intereses, iniciando su dominio desde 1924.

Fascismo y estalinismo fueron las dos tendencias políticas que marcaron la dinámica del período comprendido entre 1924 y 1939. La primera, exterminando a la vanguardia proletaria con la más absoluta complicidad de las burguesía liberales, y la segunda, llevando a esa misma vanguardia proletaria a derrota tras derrota, con su nefasta teoría del "socialismo en un solo país".

La burguesía, que había tenido un respiro por la recuperación económica de posguerra y la derrota militar de la revolución, se vio nuevamente sacudida en 1929 por la crisis económica que era expresión de sus más profundas contradicciones estructurales.

Ese mismo año, Trotsky y otros revolucionarios rusos fueron expulsados de la URSS por la dirección estalinista, fundando estos luego la Oposición de Izquierda dentro de la Internacional Comunista.

Esta crisis, de terribles consecuencias para la clase obrera, llevó a crecer considerablemente a muchos Partidos Comunistas, pero el estalinismo se encargó de que esto no se tradujera en un nuevo avance proletario.

En Alemania, la "amenaza comunista", combinada con la destrucción de la economía por la crisis, logró que la burguesía nacional, la pequeñoburguesía y los desocupados unieran filas alrededor del Partido Nacional Socialista, que conquistó el poder en 1933, gracias a la completa incapacidad del estalinismo y la socialdemocracia para ponerle freno, y a la complicidad de las burguesías liberales.

En 1935, el estalinismo lanzó en todo el mundo la consigna de formar frentes populares con la burguesía antifascista, terminando de liquidar la perspectiva de una revolución proletaria.

En 1936, el proletariado español lanzó su contraofensiva contra el intento fascista de derribar la República que el anterior había conquistado en 1931, y a la cual le había impuesto una serie de medidas que atacaban los privilegios de las clases dominantes y de la Iglesia. Esta contraofensiva estuvo conducida por el anarquismo, principalmente, y la socialdemocracia en segundo lugar, que habían formado con la burguesía liberal el Frente Popular que proponía el estalinismo.

Este Frente Popular se encargó de que la contraofensiva proletaria no derivara en una disputa por el poder político. En mayo de 1937 la burguesía republicana y el estalinismo recuperaron el terreno perdido disolviendo las milicias y buena parte de las colectivizaciones urbanas y rurales. Finalmente, el Frente Popular perdió la guerra civil en 1939.

La única tendencia que en este período conservó la perspectiva de la revolución proletaria mundial, defendiendo hasta el final la más absoluta independencia política del proletariado, fue el trotskismo, que en 1938 constituyó la Cuarta Internacional, el partido que pretendía retomar la lucha traicionada por la socialdemocracia y el estalinismo, como manifiesta en su Programa de Transición.

Sin embargo, la derrota del proletariado en la Guerra Civil Española significó un durísimo golpe para la clase obrera en todo el mundo, y dio vía libre al nazi-fascismo para avanzar sobre Europa, obligando al mismo tiempo al proletariado a subordinarse políticamente a las direcciones burguesas para poder defender las más mínimas libertades democráticas.

De esta forma, el proletariado ingresaba en el nuevo período histórico totalmente desmoralizado y atado de pies y manos, con un único bastión de resistencia que todavía no había tenido tiempo para consolidarse, la Cuarta Internacional.

miércoles, octubre 17, 2007

Desmitificando al Che Guevara (Parte 3)

La revolución en ausencia de proletariado

¿Era posible que la revolución en Cuba siguiese un camino diferente?

Es difícil saberlo. Hay quienes sostienen que inclusive hubiera sido posible una revolución basada en el escaso proletariado urbano existente. Pero suponiendo que esta posibilidad no hubiese existido realmente ¿qué se podía hacer? La pregunta debe ser formulada más generalmente: ¿qué se puede hacer en los países donde no se ha desarrollado un proletariado con suficiente fuerza como para encabezar una revolución?

La expropiación de la burguesía, y en especial de la burguesía imperialista, es de por sí un progreso ya que conduce al debilitamiento de ella en todo el mundo y facilita su derrota, llevándola a la crisis en sus propios países. Si todos los países periféricos pudieran expropiar a la burguesía imperialista, entonces muy probablemente el capitalismo entraría en una crisis terminal en las propias potencias mundiales, incitando a sus propios proletariados a darle el golpe final. Además, la expropiación de la burguesía imperialista en cualquier país siempre tiende a producir una oleada de simpatía mundial en los sectores adelantados del proletariado, de los estudiantes y de las capas oprimidas en general, que los lleva a redoblar sus embates contra el capital. La revolución cubana de 1959 fue un factor de enorme peso para la radicalización de la lucha de clases ocurrida en la década del sesenta y setenta.

Estos argumentos eran parte de los sostenidos por las tendencias tercermundistas de la posguerra, dando lugar a los movimientos “de liberación nacional”. Ellos se dividían en general en dos grandes tendencias: por un lado, la de la “revolución por etapas”, que consideraba que las burguesías nacionales podían encabezar revoluciones que expropiasen a las extranjeras, por otro lado, una mucho más progresiva, que sostenía que ninguna burguesía era capaz de encabezar una lucha hasta el final contra el imperialismo.

El Che Guevara, justo es decirlo, era un exponente de la segunda tendencia, y jamás confió ni un milímetro en la capacidad de las burguesías nativas para enfrentarse al imperialismo, pese a que a muchos de los que hoy lo idolatran forman parte de la primera tendencia.

Pero, si la burguesía nacional no puede expropiar a la imperialista, y en algunos países tampoco existe un proletariado que pueda hacerlo ¿cuáles son las fuerzas capaces de conseguirlo? Evidentemente, sólo un partido-ejército que, apoyándose en los reclamos de las capas oprimidas, las oriente de una u otra forma hacia la toma del poder. Es probable que en estos contextos, la teoría foquista sea la única que pueda dar una respuesta para el problema de cómo movilizarlas en ausencia de un proletariado fuerte.

Es en este marco que la revolución cubana fue un hecho progresivo, en el sentido de que realizó todo lo que podía realizar: expropiar a la burguesía imperialista, para contribuir de esta forma a la crisis mundial del capitalismo y alentar a las masas en todo el mundo a imitar el ejemplo. Sin un proletariado urbano masivo, es muy poco probable que se pudiera conseguir algo más que ello. En este sentido, el Estado burocrático y el modo de producción burocrático pueden inclusive ser perdonables, hasta tanto no se generen las condiciones para una verdadera transición al comunismo, de la mano de los consejos obreros. Sin embargo, no hay que darle a estos casos mayor categoría de la que realmente tienen: las conclusiones que son válidas en ellos no lo son necesariamente para los demás, y esta es una diferencia fundamental que hay que poseer respecto a las tendencias tercermundistas.

Además, las masas deben tener derecho, aún en estos casos, a poseer las libertades democráticas que usualmente los Estados burocráticos reprimen, siempre y cuando estas medidas represivas no sean realmente imprescindibles para la defensa de la propiedad estatal frente a los intentos liberalizadores capitalistas. Aunque la historia demostró que, cuando a la capa burocrática la interesa la restauración de la propiedad privada, las medidas represivas no son usadas para defender las conquistas revolucionarias sino por el contrario, para terminar de aniquilarlas. Por eso, cuando la capa burocrática se vuelve restauracionista, la conquista de libertades democráticas es una necesidad cuyo sentido principal es, paradójicamente, defender la propiedad burocrática de los ataques de la misma burocracia.

Demás está decir que, cuando realmente existe un proletariado fuerte, capaz de asumir en sus manos la dirección de la sociedad, la conquista de libertades democráticas en los Estados burocráticos es una necesidad fundamental en todo momento, y la guerra con la capa burocrática debe ser frontal y absoluta, con el objetivo de derrocarla y abrirle el paso a la transición al comunismo. Sólo deben ser admisibles las medidas represivas completamente imprescindibles, e implementadas por los mismos órganos de autodeterminación del proletariado.

Ya han ocurrido en la historia casos en los que el proletariado entrara en conflicto abierto con la capa burocrática: Alemania Oriental en 1953, Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968, etc. En el caso de Hungría, llegaron inclusive a formarse consejos obreros y a plantearse la necesidad de la “propiedad auténticamente socialista de la producción”, es decir, de la planificación combinada con la autogestión, en oposición al modo de producción burocrático heredado del estalinismo.

Estas cuestiones son centrales para realizar un balance de las experiencias pasadas, y tienen importancia también para las batallas que se avecinan. Nada nos indica que ciertas circunstancias adversas no vayan a repetirse en las revoluciones del futuro, si bien, afortunadamente, esto es poco probable, ya que el desarrollo de las fuerzas productivas en todo el mundo llevó a la generalización de la relación asalariada, el crecimiento de las ciudades, el incremento de los volúmenes de producción y el desarrollo de las tecnologías de transporte y comunicación, dando menos margen a la formación de una capa burocrática. Lo más probable es que, en las condiciones modernas, en el caso de que triunfe en algún rincón del mundo una revolución proletaria, esta lleve tarde o temprano al derrocamiento del capitalismo y la transición al comunismo, o que sea ahogada en sangre en el intento. En tiempos de globalización, la lucha se juega a todo o nada.

La restauración capitalista

La reconversión en burguesía privada es la única opción que le queda a la capa burocrática cuando el modo burocrático entra en crisis por sus contradicciones internas, que a la vez son producto de las condiciones económicas mundiales y de su intento de competir mercantil y bélicamente con el capitalismo de mercado. Es una “retirada en orden” en la que esta descarga el peso de la crisis sobre la población, salvando sus propios intereses. Las mismas medidas represivas que antes usaba para garantizar su posición de privilegio a través de la propiedad estatal, ahora las utiliza para conseguir la restauración capitalista.

Esto ocurrió en la URSS, aunque caóticamente y con grandes dificultades, por lo cual en su copia china se intentó hacerlo de forma más progresiva y controlada.

Tras la caída de la URSS, Cuba se quedó sin su mayor fuente de subsidios, por lo cual su economía presenta cada vez más atraso respecto al mundo capitalista. A esto se le suma la presión política e ideológica que impuso la propaganda burguesa gracias a la caída del mal llamado “socialismo real”.

Se plantea entonces, inevitablemente, la cuestión de la restauración capitalista en Cuba. A diferencia de los otros casos, a la capa burocrática se le presentan muchas dificultades para reconvertirse en burguesía privada mediante una transición, ya sea al estilo ruso o al estilo chino: la isla posee muy poco territorio, población, recursos e industria. Excepto el negocio del turismo, una de las mayores fuentes de ingreso para la economía cubana, no existen prácticamente negocios rentables para una futura burguesía de ex-burócratas, a diferencia de Rusia, por ejemplo, donde gracias a la industria del petróleo pudieron seguir enriqueciéndose. Además, una restauración capitalista podría llegar a destruir completamente la economía de la isla, trayendo enormes dificultades como tasas elevadas de desempleo, hambrunas, etc. Es muy probable que sea por estas razones que todavía no haya comenzado una restauración masiva de la propiedad privada. Por otro lado, Cuba todavía puede obtener un respiro gracias a los subsidios económicos que le otorga el chavismo venezolano con los hidrocarburos.

Sin embargo, es muy probable que tarde o temprano se termine llevando a cabo la restauración de la propiedad privada en Cuba, por las presiones económicas y políticas que sufre. La vieja guardia de dirigentes de la revolución del ’59 no va a ser eterna, y es muy poco probable que las nuevas camadas vayan a mantener las cosas como están.

Es necesario advertir y preparar a las masas para ello, porque el efecto ideológico que va a tener la caída del modo de producción burocrático va a ser devastador, gracias a la propaganda burguesa, que lo va a hacer pasar nuevamente como “el fracaso del socialismo”, como ya lo hizo con la URSS y China. La generación que vivió en su juventud la emoción de la revolución cubana va a terminar de dar el giro a la derecha que ya emprendió desde el fracaso del ascenso proletario y popular de los setenta. Al mismo tiempo, las nuevas generaciones, que crecieron bajo la hegemonía neoliberal, van a ser afectadas en dos sentidos opuestos: por un lado, se va a fortalecer la idea que “no existe alternativa al capitalismo”, alentando la despolitización y el desánimo. Por otro lado, van a poder liberarse al fin de los últimos restos de la cosmovisión estalinista, lo cual permite que, de la mano de un balance correcto, se logre avanzar nuevamente hacia posturas clasistas, internacionalistas, dialécticas, revolucionarias y partidarias del protagonismo de masas, siempre y cuando se logre contrarrestar la influencia de las ideologías autonomistas, posmodernas, etc.

Por primera vez en más de ochenta años, se podrá recuperar el verdadero sentido de la palabra “comunismo”, se harán otras lecturas de las obras clásicas (de Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Luxemburgo, etc.), etc. En este marco, no sólo no pierde vigencia la necesidad de partidos revolucionarios trotskistas, sino que estos inclusive adquieren una nueva responsabilidad que se agrega a las anteriores: la de orientar esa lucha teórica.

De la misma forma en que sólo estos partidos pudieron sobrevivir a la debacle del campo burocrático, mientras que todas las otras corrientes partidarias se disolvían, quedándole el terreno despejado para su intervención en la lucha de clases, ahora este mismo proceso se agudizará, abriendo perspectivas muy interesantes. El problema que se plantea en esta nueva etapa ya no es tanto de dirección, sino de articulación entre los partidos trotskistas y las masas, los movimientos y sus sectores más avanzados.

El caso de Venezuela

Por último, es necesario hacer un balance sobre la situación actual en Venezuela. Se da allí un caso muy particular: a contramano de lo que ocurre en el resto del mundo, un gobierno surgido del ejército burgués encabeza un proceso que se denomina a sí mismo “revolucionario” y “socialista”. Y no sólo eso, sino que inclusive hace referencias al marxismo y a los dirigentes de la revolución rusa.

Es muy difícil adivinar las intenciones de la dirección de este proceso (es decir, el grupo de oficiales del ejército, los empresarios nacionalistas y la burocracia sindical, una estructura que recuerda mucho al peronismo y a todos los movimiento nacionalistas burgueses). Sin embargo, hay algo que se hace bastante evidente: el deseo de este grupo de avanzar en la nacionalización de algunos sectores de la economía.

Algunas corrientes autodenominadas “marxistas”, ven en estas nacionalizaciones, al igual que en la revolución cubana, el inicio del socialismo, especialmente por su combinación con la retórica antes mencionada.

Sin embargo, y por más progresivas y deseables que sean, las nacionalizaciones no sólo no significan la apertura del camino al socialismo (ni mucho menos su consumación), sino que son parte de los intereses de una capa de empresarios privados y estatales, actuales y futuros, que a través de ellas piensan incrementar sus ganancias gracias a las posibilidades de inversión, de explotación de los hidrocarburos y de expansión de los mercados que esas nacionalizaciones abren.

Pero entonces ¿cuál es el sentido de la retórica revolucionaria? Por un lado, ganarse el apoyo en todo el mundo de las tendencias más centristas de la izquierda, recreando ese espacio político que quedó vacante desde la caída de la URSS. Por otro lado, legitimar ante las mismas masas el proyecto de las nacionalizaciones, que desde la ofensiva neoliberal fueron víctimas de una campaña propagandística demonizadora.

Si bien es cierto que esta retórica, y la dinámica del proceso en general, pueden llevar a una radicalización del proceso, la misma estructura verticalista de los sindicatos chavistas y del nuevo Partido Socialista Unificado se encargarán de contenerlo, de la misma forma en que lo hizo el peronismo en la Argentina en las décadas del ’40, ’50, ’60 y ’70.

Los dirigentes sindicales y partidarios clasistas ya están siendo perseguidos y reprimidos, obviamente bajo la acusación típicamente estalinista de “ser funcionales a la oposición burguesa” o directamente “agentes del imperialismo”.

El porvenir de la Venezuela chavista y de los restos de la Revolución cubana están íntimamente ligados: ambos se necesitan mutuamente, y difícilmente una vaya a soportar la caída de la otra. De ellas depende también la capacidad de los gobiernos “progresistas” como el de Kirchner, Lula, Evo Morales, Tabaré Vázquez, Bachelet, Correa, etc. para mantener su retórica y simbolismo, formando entre todos ellos una simbiosis que les permite a sus respectivas clases y capas dominantes mantener y expandir sus beneficios.

En esos países y en todo el mundo, la única transformación posible vendrá de la mano del proletariado arrastrando tras de sí a las capas oprimidas, y bajo la conducción de los partidos revolucionarios trotskistas.

lunes, octubre 15, 2007

Desmitificando al Che Guevara (Parte 2)

La influencia ideológica del estalinismo


La segunda guerra mundial modificó fuertemente el panorama de la lucha de clases mundial. A su término, el Estado burocratizado de la URSS se había expandido militarmente por sobre Europa oriental, fortalecido su capacidad industrial y bélica, y por lo tanto, elevado su posición mundial a la de segunda potencia, compitiendo cabeza a cabeza con EEUU. De esta forma, se había fortalecido también, y especialmente, la capa social burocrática que lo dirigía.

Una de las consecuencias que tuvo este hecho, es que aumentó también su influencia ideológica en todo el mundo. La capa burocrática, al haberse formado como degeneración de la dictadura del proletariado, sólo podía justificar su existencia y sus políticas reaccionarias con un doble juego: por un lado, tomando como punto de partida a la teoría de Marx y Lenin, por otro lado, distorsionándola de tal forma que le quedara a medida.

Es este “marxismo leninismo” distorsionado, fabricado en las usinas ideológicas de la capa burocrática de la URSS, el que predominó en los medios revolucionarios de posguerra. Mao Tse Tung, Fidel Castro y el Che Guevara fueron exponentes de esta tendencia.

Esta distorsión teórica sobre el marxismo original y su desarrollo leninista, fue efectuada en distintos campos. En un primer momento, fue el engendro teórico del “socialismo en un solo país” el encargado de enterrar la clarísima exposición de Marx y Engels sobre la necesidad imperiosa de una revolución en los países dominantes para que sea concebible una transformación radical en las relaciones de producción. De esta aberración se desprende la siguiente: la proclamación del socialismo/comunismo, de la “sociedad sin clases” como ya alcanzada en la URSS (error en el que ya habían incurrido parcialmente los mismos bolcheviques, pero sin la intencionalidad conservadora con la que lo hizo el estalinismo).

Pero esto no fue suficiente para la capa burocrática, que debió atacar todavía el otro pilar de la teoría marxista, el del sujeto revolucionario. Para el marxismo original, el proletariado constituido en clase, arrastrando tras de sí a las capas oprimidas, era el único que podía llevar a cabo una revolución que abriese el camino al comunismo, y para el desarrollo leninista, esto sólo era posible si era bajo la dirección de un partido revolucionario.

Para el “marxismo leninismo” distorsionado, en cambio, lo único importante era el Partido, que podía conducir directamente a las capas oprimidas sin mediación del proletariado, y por lo tanto, sin mediación de sus órganos de autodeterminación ni de su impulso consciente.

En estas condiciones, el “marxismo leninismo” distorsionado desarrolló también otra aberración teórica: la de “revolución socialista”. Para Marx, la revolución era solamente revolución proletaria, y por las medidas anticapitalistas que ésta tomaría, llevaría a largo plazo al comunismo, es decir, a la sociedad sin clases sociales ni Estado.

En el concepto de “revolución socialista”, lo que se entierra es justamente el carácter necesariamente proletario de la revolución, mientras se da a entender que el socialismo puede ser resultado de un decreto fundacional, cosa absolutamente falsa y que ignora el carácter complejo de las relaciones sociales de producción.

Todas estas cuestiones pueden ser fácilmente observadas en el cuerpo teórico creado por el maoísmo, el guevarismo y demás tendencias tercermundistas.

Con ellas es coherente, además, la metodología propuesta por el Che Guevara de crear un foco guerrillero que “genere las condiciones” para un levantamiento campesino y urbano dirigido por éste. Esta propuesta jamás pasó la prueba de la historia en contextos urbanos e industriales desarrollados, ya que el proletariado, por sus características, posee una dinámica propia que lo lleva a no participar masivamente en procesos que no tengan como punto de partida su propia actividad independiente, y en particular la lucha gremial. El método foquista llevó, además, a la formación en Cuba de un Estado burocrático desde el comienzo, que de ninguna manera abrió el camino al comunismo (cosa que por otro lado, tampoco era posible mientras la revolución quedase aislada).

La formación histórica de la capa burocrática y de su modo de producción


Para entender todas estas cosas, es necesario hacer una recorrida histórica por los orígenes de la capa burocrática y de su modo de producción asociado.

En octubre de 1917, se dio en Rusia el más profundo proceso revolucionario ocurrido hasta el momento en la historia.

El proletariado y el campesinado, organizados en asambleas y consejos de delegados (soviets), y en medio de una masiva huelga general, comenzaron a pronunciarse a favor de la toma del poder. Removieron a las direcciones reformistas, poniendo en su lugar al Partido Bolchevique, el único que había sostenido firmemente la necesidad de derrocar al gobierno provisional burgués y establecer un gobierno obrero-campesino. Bajo la dirección de este Partido, se levantaron insurreccionalmente, destruyeron al Estado zarista y dieron lugar a la formación de el primer Estado obrero de la historia (segundo, si se considera a la efímera Comuna de París), no sin batirse antes a muerte con los ejércitos blancos de la contrarrevolución y la intervención imperialista, en lo que fue conocido como Guerra Civil Rusa. El carácter proletario de este Estado se hace evidente en su misma denominación: Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Luego el adjetivo “soviético”, de la mano de la reacción estalinista, pasaría a nombrar exactamente a su contrario.

Pero esta revolución proletaria no podía abrir el camino al comunismo si no se extendía también a las potencias capitalistas. Mientras el proletariado ruso se desangraba en la Guerra Civil, la revolución era también aplastada en Alemania, Italia, Hungría, etc.

El aislamiento que de ello se desprendió, sumado a las dificultades específicas de un país periférico, de economía muy atrasada y enorme mayoría campesina, llevaron a que el Partido Bolchevique (renombrado Partido Comunista) debiera ir progresivamente suprimiendo la democracia obrera y militarizando la producción y la vida social en general, lo cual tuvo como consecuencia la formación de una capa burocrática. En estas condiciones fue que la camarilla reaccionaria de Stalin pudo hacerse con el control del Partido Comunista, dando lugar a la liquidación de enormes conquistas revolucionarias. Como un cáncer, el estalinismo devoró “desde adentro” todo vestigio de dictadura del proletariado, inaugurando la dictadura de esa capa burocrática.

De esta forma, la única revolución obrera y soviética triunfante de la historia dio lugar al surgimiento de la capa burocrática y, con ella, del modo burocrático de producción, es decir, de la economía planificada sin protagonismo de multitudes y con una capa privilegiada que, al igual que en el capitalismo, se enriquece gracias la extracción de plusvalía en el proceso productivo mismo y sin coerción interna (a diferencia de la esclavitud).

Esta anomalía histórica solo pudo ser posible gracias, por un lado, a la fuerza titánica de la revolución proletaria (que pudo transformar radicalmente las relaciones sociales de producción), y por el otro, a las condiciones objetivas adversas nacionales e internacionales, aunque también motivada probablemente por algunas concepciones poco dialécticas del bolchevismo (lo que no implica negar su importantísimo rol en la revolución rusa y la validez de muchas de sus enseñanzas sobre el Partido).

La situación de esta capa burocrática era muy particular, ya que, si bien dominaba de hecho la producción y la vida social en general, y se enriquecía gracias a ello, no poseía ninguna garantía jurídica y cultural de sus privilegios, por la ausencia de propiedad privada y de otras formas de institucionalización (como lo eran, por ejemplo, en el modo feudal, los fueros personales como títulos nobiliarios, etc.).

De esta forma, los miembros de la capa burocrática no tienen asegurada su posición dominante, por lo cual su principal preocupación va a consistir siempre en perpetuarse, lo cual sólo es posible mediante el terrorismo estatal y el control rígido y verticalista de la vida social en general y de la producción en particular.

Necesitan, además, de una figura fuerte que pueda disminuir las tensiones internas de esa capa y oscurecer su existencia ante los ojos de las multitudes, presentándose como caudillo. Esto empalma con la lógica necesidad de dirigentes fuertes en todos los grandes procesos, pero transformando cualitativamente su contenido. Así, Stalin se ganó su lugar entre la capa burocrática soviética, usando el simbolismo de la figura fuerte de Lenin para erigirse como máximo dictador, creando a su alrededor una mística paternalista.

Allí donde las masas anónimas encuentran dificultades para asumir la dirección de sus propios asuntos (en el caso cubano, por la ausencia de un proletariado con organismos de autodeterminación), se genera una expectativa mesiánica alrededor de los dirigentes fuertes, que ya sienta las bases para su transformación dictatorial en Primer Burócrata. Este es claramente, el caso de Fidel Castro y Mao Tse Tung, y por extensión, del Che Guevara, que además tuvo la mala suerte de ser tomado como referente hollywoodense del marketing de la “juventud rebelde”.

Este modelo burocrático estalinista fue copiado en las revoluciones de posguerra por partidos-ejércitos separados del proletariado y sus organismos, que dirigiendo masas campesinas (carentes de organismos de autodeterminación) impulsadas por la demanda de reforma agraria y libertades democráticas, llegaron al poder político, expropiando a la burguesía y deviniendo luego ellos mismos como la nueva capa dominante. En el caso de Cuba, esto no se dio desde un inicio, sino que la revolución adquirió un carácter burocrático y no meramente nacionalista campesino en la medida en que necesitaba expropiar los resortes principales de la economía para completar esas tareas, y que requería asociarse con la economía de la URSS para desarrollar sus fuerzas productivas y defenderse militar y diplomáticamente.


El Che y la capa burocrática


Si bien el Che Guevara repudió siempre los privilegios de la capa burocrática, no comprendió nunca que la única forma de evitarlos es, por un lado, con la vida política y social en manos de los organismos de autodeterminación de masas (como en la Comuna de París), y por otro lado, con la gestión obrera de la producción, y que ambas cosas requieren del protagonismo de un proletariado moderno que pueda arrastrar a todas las capas oprimidas, por las razones antes mencionadas.

Su crítica de la URSS era en tanto “socialimperialismo” y en tanto continuación del reino de la ley del valor, que él pretendía eliminar idealísticamente mediante la creación de un “hombre nuevo” en base a la educación y el ejemplo. Esta pretensión resulta claramente utópica cuando se tiene en cuenta que la ley del valor no puede dejar de regir en un lugar aislado del mundo, y mucho menos en uno escasamente industrializado, subsidiado por una economía muchísimo mayor (la URSS), y dependiente de la agricultura. El “hombre nuevo”, en ese contexto, sólo puede ser utilizado por la capa burocrática como legitimación del “trabajo voluntario” y demás formas de extracción de plusvalía.

(continuará...)

sábado, octubre 06, 2007

Desmitificando al Che Guevara (Parte 1)

Han pasado ya 40 años desde el fusilamiento del Che Guevara en Bolivia. La importancia simbólica que ha cobrado últimamente su figura provocó que en todos lados se estén realizando homenajes, documentales, etc.

En este marco, Alegre Subversión quiere aprovechar para introducir un debate sobre un aspecto un poco más profundo que su vida personal, su “gesta heroica” y demás atributos literarios. Es decir, quiere introducir un debate sobre sus posiciones teóricas y su relación con el proceso histórico que protagonizó, la revolución cubana.

En primer lugar, es necesario hacer una serie de reconocimientos preliminares para evitar malinterpretaciones. Sin duda alguna, el Che era un hombre de gran calidad personal, valentía y entrega a la causa, con una muy fuerte y sincera voluntad de mejorar la calidad de vida de los sectores explotados y de acabar con la dominación imperialista y sus consecuencias. También era fuertemente internacionalista, anticapitalista, y tenía muy en claro la necesidad de una revolución, en un momento donde todas estas cosas no eran ya tan comunes.

Sin embargo, también hubo millones de otras personas con esas características, que no han recibido el reconocimiento que merecen, perdiéndose en el anonimato. Es el caso de enormes cantidades de hombres y mujeres que han luchado en primera fila en todos los procesos revolucionarios, desde las revueltas de los esclavos romanos hasta los caídos en las manifestaciones populares recientes, pasando por la revolución francesa, la Comuna de Paris, las revoluciones rusas, la Guerra Civil Española y las huelgas clasistas de la década del 70, entre muchas otras.

Por otro lado, si bien al Che Guevara hay que reconocerle todas estas virtudes personales y políticas, es casi lo único que se le puede reconocer, porque como teórico debe ser implacablemente criticado. Ahora sí, vayamos a lo importante.


¿Tercermundismo o revolución proletaria mundial?


Cuba se caracterizaba, en el momento de la revolución (1959) por ser un país con muy poco territorio y recursos naturales, cuyo peso económico recaía en la agricultura, con una población mayoritariamente agraria y un muy escaso desarrollo industrial. Sus principales empresas y explotaciones agrícolas dependían del capital extranjero, en especial del estadounidense, y el país era gobernado por una dictadura militar.

La revolución cubana fue, por lo tanto, una revolución esencialmente campesina, que perseguía una reforma agraria, la liberación nacional y la adquisición de libertades democráticas, que fue iniciada y conducida por un partido-ejército guerrillero. Este partido-ejército, una vez que tomó el poder, fue expropiando progresivamente a la burguesía y asociándose con la Unión Soviética, estableciendo un modo de producción burocrático (es decir, sin protagonismo de masas) y con fuerte dependencia a los subsidios de la URSS. Todo esto bajo la bandera del “socialismo” o “comunismo” y haciendo alusión a la tradición del marxismo.

Sin embargo, observando las características de la revolución cubana y las posiciones teóricas de sus dirigentes, se vuelve más que evidente la contradicción entre ellas y las características de la revolución proletaria mundial que Marx y Engels defendían. Algunos de los defensores de los postulados guevaristas sostienen que éste realizó una “adaptación a la situación latinoamericana”, como si fuera posible tal cosa, como si los enunciados del materialismo dialéctico no fueran ya de por sí universales.

Marx sostiene, en La ideología alemana(1846):

“Con esta «enajenación» (...) sólo puede acabarse partiendo de dos premisas prácticas. Para que se convierta en un poder «insoportable», es decir, en un poder contra el que hay que hacer la revolución, es necesario que engendre a una masa de la humanidad como absolutamente «desposeída» y, a la par con ello, en contradicción con un mundo de riquezas y de educación, lo que presupone, en ambos casos, un gran incremento de la fuerza productiva, un alto grado de su desarrollo; y, de otra parte, este desarrollo de las fuerzas productivas (...) constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la porquería anterior; y, además, porque sólo este desarrollo universal de las fuerzas productivas lleva consigo un intercambio universal de los hombres, en virtud de lo cual, por una parte, el fenómeno de la masa «desposeída» se produce simultáneamente en todos los pueblos (competencia general), haciendo que cada uno de ellos dependa de las conmociones de los otros y, por último, instituye a individuos histórico-universales, empíricamente universales, en vez de individuos locales. Sin esto, 1) el comunismo sólo llegaría a existir como fenómeno local, 2) las mismas potencias de relación no podrían desarrollarse como potencias universales y, por tanto, insoportables, sino que seguirían siendo simples «circunstancias» supersticiosas de puertas adentro, y 3) toda ampliación de la relación acabaría con el comunismo local. El comunismo, empíricamente, sólo puede darse como la acción «coincidente» o simultánea de los pueblos dominantes, lo que presupone el desarrollo universal de las fuerzas productivas y el intercambio universal que lleva aparejado.

(...). Por tanto, el proletariado sólo puede existir en un plano histórico-mundial, lo mismo que el comunismo, su acción, sólo puede llegar a cobrar realidad como existencia histórico-universal. Existencia histórico-universal de los individuos, es decir, existencia de los individuos directamente vinculada a la historia universal.

Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente.”

Es decir: el comunismo sólo puede existir como movimiento universal (mundial) de negación del estado de las cosas, de la mano del proletariado moderno, en forma de acción coincidente en todas las potencias dominantes, y con un alto grado de desarrollo de las fuerzas productivas que permita socializar la riqueza y no la escasez.

¿Qué relación existió entre estas hipótesis y la revolución cubana? Prácticamente ninguna.

En primer lugar, no se puede hablar de socialismo ni de comunismo hasta tanto no haya sido derribado el capitalismo en las principales potencias mundiales, porque sino, ellas seguirían ejerciendo una hegemonía económica y militar en el mundo, que ahogaría las revoluciones o las obligaría a implementar un ritmo de autoexplotación para poder sobrevivir, como de hecho ocurrió en todas las revoluciones autoproclamadas “socialistas” que triunfaron hasta el momento. El fantasma de la invasión militar, la dependencia de su producción industrial, etc. lleva a los países en los que haya triunfado la revolución a mantener vigente la ley del valor capitalista y a organizar de forma militarista la producción y la vida social en general, es decir, en última instancia, a liquidar toda posibilidad de verdadero socialismo/comunismo.

Las revoluciones que no derriben al capitalismo en las potenciales centrales, en el mejor de los casos pueden ser consideradas revoluciones de transición, de cara a la expansión de esta a todo el planeta.

Sin embargo, para que una revolución sea transicional, requiere que desde su mismo inicio implique una disolución de las relaciones sociales enajenadas, es decir, una apropiación consciente por parte de las masas de la producción y de la vida social en general. Requiere por lo tanto de organismos de autodeterminación de masas. Pero estos organismos no pueden existir de forma duradera, ni subvertir realmente las relaciones sociales, si no están constituidos por la única clase social que puede hacerlo y que tiene razones para ello: el proletariado urbano moderno, en especial aquel que se desempeña en el área de la producción material, y que por lo tanto constituye la base social de la explotación capitalista, por lo cual se encuentra en la mayor contradicción con la burguesía, y tiene en sus manos el poder paralizar la producción y tomarla bajo control autogestivo, disolviendo de esa manera desde la base el proceso de apropiación de plusvalía revolucionando con ello las relaciones sociales de producción en su totalidad.

La revolución cubana, por lo tanto, no fue ni siquiera una revolución de transición, ya que no existía en Cuba un proletariado urbano lo suficientemente extenso como para tomar en sus manos la tarea de expropiar a la burguesía por sí mismo, es decir, sin falsas representaciones burocráticas.

El campesinado, por más que pueda en ciertas condiciones crear sus órganos de autodeterminación (como los soviets de campesinos en Rusia, o las colectividades agrarias de la Guerra Civil Española), no suele hacerlo sino es en paralelo a un levantamiento insurreccional del proletariado urbano, ya que por sí mismo no cumple con las condiciones necesarias para tomar la iniciativa: gran concentración poblacional y laboral, agilidad en el transporte y las comunicaciones, dependencia de un reducido número de empresarios, homogeneidad en el modo de vida, etc., que permiten que las masas formen un bloque compacto con independencia política. En Cuba estos organismos no existieron: el proceso revolucionario fue iniciado y dirigido por el grupo guerrillero.

Por último, para que una revolución proletaria y autodeterminada pueda sobrevivir estableciendo un rumbo transicional, y no degenerar burocráticamente (como ocurrió en Rusia), se necesita que el país en el que se desarrolla exista cierto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y cierta generalización de la condición asalariada, para que la revolución proletaria no sea aislada y enfrentada con los pequeños productores (rurales o urbanos) y para que no caiga en la escasez desmoralizando y causando divisiones en el seno del bando revolucionario. Es decir, aún si hubiera existido en Cuba una revolución proletaria (lo cual era imposible por las razones mencionadas), esta hubiera seguido probablemente el mismo camino que la revolución rusa.

En conclusión: es imposible realizar el socialismo mientras sigan en pie las potencias capitalistas. Es necesario derrotar a la burguesía imperialista en sus propios países en combinación con las revueltas periféricas, realizar la revolución en países donde la relación salarial esté generalizada y existan grandes ciudades (para evitar la reacción de la pequeño burguesía y crear grandes concentraciones de población que dinamicen los procesos), que haya fuerzas productivas desarrolladas para no socializar la escasez ni imponer ritmos de autoexplotación salvaje, y que existan grandes batallones proletarios concentrados, en especial en el área de la producción material.

Los consejos obreros, los soviets, son la expresión más acabada del rol revolucionario que puede desempeñar la clase obrera, que es producto de sus condiciones de existencia en tanto tal: es al mismo tiempo la fuente de toda riqueza material y la clase despojada de todo control sobre su propia vida y sobre el producto de su trabajo. Todas las otras clases explotadas y oprimidas pueden cumplir un rol revolucionario, pero siempre que marchen al lado del proletariado organizado desde las bases. No es posible la transición al socialismo sin consejos obreros, y al mismo tiempo, la clase obrera no puede existir positivamente (es decir, como sujeto político) si no es siendo dueña de su propio movimiento de emancipación, ya que allí donde se subordina políticamente a otras clases, aparatos o caudillos, lo único que puede conseguir es perpetuar de una u otra forma su situación de miseria. Es por estas razones que Marx eligió, como lema de la gloriosa Primera Internacional, la siguiente frase: la liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos.