Este blog se mudó a

Palabras Rojas
 
Aclaración preliminar (para todos los artículos)
El blog Alegre Subversión se mudó a http://palabrasrojas.blogspot.com/. El autor de A.S ya no se hace responsable por los puntos de vista expresados en ningún artículo publicado en este espacio, especialmente aquellos anteriores a septiembre de 2007. Este blog se conserva, únicamente, a modo de archivo, y no posee ningún otro valor.


martes, mayo 20, 2008

Alegre Subversión se transforma

El blog "Alegre Subversión" cumplió su ciclo. Si bien siempre fue sufriendo transformaciones a lo largo de su existencia, su última fase ya no tenía prácticamente nada que ver (ni en contenido ni en forma) con lo que era al principio. Por esta razón, va a cambiar de nombre y se va a mudar de dirección: ahora es Palabras Rojas, y su dirección es
palabrasrojas.blogspot.com.


La intención sigue siendo la misma: aportar un granito de arena al debate sobre la emancipación humana, desde la trinchera socialista revolucionaria.

Pero su autor ya no comparte los puntos de vista espontaneístas que tenía cuando creó el blog a mediados del año 2006. Por esa razón, se cambió no solo el enfoque de los artículos, sino que se borró también todos los vínculos a páginas que reflejaban el antiguo punto de vista.

Aprovecho este espacio para agradecer a todos los que vienen leyendo el blog, a los que soportan la extensión de los artículos y, especialmente, a los que hicieron comentarios, críticas constructivas, etc.

Un abrazo a todos,
el autor del blog

domingo, mayo 18, 2008

Marxismo vs. Anarquismo (segunda parte)

Como se dijo más arriba, la corriente marxista basa todo su accionar en el hecho de que la sociedad está escindida en clases y capas que poseen intereses contradictorios, lo que eventualmente lleva a choques que pueden transformar toda la estructura social con su impacto. No se basa en un mundo de ideas agradables que deberían regir el mundo, sino en las fuerzas que ya están contenidas esencialmente en el interior de la sociedad.

Por esta razón, la corriente marxista toma partido por la más históricamente progresiva de estas fuerzas sociales: el proletariado moderno, los obreros desposeídos de todo medio de producción que se ven obligados a venderle su fuerza de trabajo a un capitalista a cambio de un salario. Y es la históricamente más progresiva, porque es, de las dos clases sociales modernas (es decir, ligadas a las formas modernas de producción, a la gran industria: los propietarios del capital y los obreros asalariados), aquella que no tiene nada que perder con una revolución social más que sus cadenas, y un mundo entero por ganar.

La corriente marxista considera que las clases y capas sociales caracterizadas por poseer pequeños medios de producción (una pequeña cantidad de tierras cultivables, herramientas o máquinas de manufactura, etc.), por más que claramente no cumplan el mismo rol que los grandes propietarios, no son esencialmente una clase revolucionaria, a diferencia del proletariado. Si bien en los países en que el campesinado, los artesanos y la pequeñoburguesía en general conforman un porcentaje importante de la población es de vida o muerte para el proletariado el hecho de ganarse a esas clases para la revolución, eso no significa que estas desplacen a la clase obrera en su rol de sujeto revolucionario por excelencia. En todo caso, el proletariado debe conseguir “arrastrar atrás de sí” a los campesinos y las capas medias, pero de ninguna forma diluirse entre ellas ni mucho menos ir a su rastra. Aún en los países en que los obreros asalariados son una pequeña minoría de la población, deben ser estos los que tomen en sus manos las riendas del movimiento revolucionario, por más que esto implique en los hechos una imposición autoritaria por sobre las mayorías. Esto también está incluido en el concepto de dictadura del proletariado.

Todo esto se diferencia tajantemente de los postulados anarquistas, que consideran que el obrero asalariado ocupa igual lugar en el proceso revolucionario que el campesino u otro sectores sociales (sus variantes autonomistas y posmodernas extreman esto al punto de impugnar la noción de “sujeto”). De esta forma, el anarquismo termina representando, en las sociedades de mayoría campesina o artesana, el punto de vista de estos pequeños propietarios, opuestos por sus intereses de clase al desarrollo de fuerzas productivas modernas. Y como muchas veces estos sectores de pequeños propietarios terminan yendo a la rastra de los grandes en contra de la revolución proletaria, la corriente anarquista termina cumpliendo un rol reaccionario, como ocurrió en la Revolución Rusa.

El idealismo anarquista, por último, se manifiesta también en su rechazo a toda forma de acción política, y en especial a la labor parlamentaria y a la formación de partidos. Algunas corrientes anarquistas directamente llegaban a plantear que la acción de los sectores populares se debía limitar a obtener mejoras económicas, dando lugar a la tendencia sindicalista (que terminó siendo integrada por el capitalismo para combatir a las tendencias revolucionarias dentro de los sindicatos obreros, dando lugar en muchos lugares a la moderna burocracia sindical).

Quizás el anti-parlamentarismo sea el error menos grave de la enorme cantidad en los que incurre la tendencia anarquista, pero de cualquier manera, entrega un importante terreno de batalla ideológica a la burguesía, perdiéndose la posibilidad de que los sectores revolucionarios puedan participar con un programa propio en los grandes debates políticos que atraviesan a la sociedad. Mucho más grave que eso es el rechazo en abstracto a los partidos políticos, sin distinguir su signo de clase, con lo cual el anarquismo renuncia a la posibilidad de construir una dirección revolucionaria para el movimiento de masas, entregándoselo de lleno al “sentido común” impuesto por la hegemonía burguesa, a los prejuicios socialmente instalados, y a muchos otros factores que limitan seriamente las posibilidades de desarrollo revolucionario. Con su confianza ciega en la espontaneidad de las masas, el anarquismo se encuentra imposibilitado para evitar que estas avancen “espontáneamente” hacia su propio suicidio. Pero muchísimo más grave aún que todo lo anterior, llegando ya a empalmar de lleno con las tendencias abiertamente reaccionarias, es la negación a que las organizaciones de masas discutan y se posicionen políticamente. Al negarle a las masas la posibilidad de hacer política a través de sus propios órganos, terminan obligándolas a aceptar la política impuesta por los órganos de la burguesía.

Por suerte, no todas las tendencias anarquistas comparten todas las características anteriormente descriptas. Hay algunas que se acercan más a posiciones coherentes, clasistas, revolucionarias. Sin embargo, en el extremo opuesto, hay decenas de ideologías, viejas y nuevas, que se embeben de la ideología anarquista para llegar a las conclusiones más reaccionarias posibles: por ejemplo, que el cambio sólo es posible “adentro de uno mismo”, que la revolución es un hecho individual, y otros horrores similares que no consiguen más que desarticular toda posibilidad de cambio real.

Sin embargo, si las tendencias anarquistas, autonomistas e individualistas florecen en el mundo actual de la forma en que lo hacen, se debe en parte a una razón totalmente comprensible y lógica: el miedo a que una verdadera revolución proletaria termine de la forma en que terminó la URSS.

Por lo tanto, no hay discusión posible con esas tendencias si la corriente marxista no explica también que la degeneración burocrática de la URSS no se debió a la esencia de su teoría y de su programa, sino a las condiciones concretas, particulares y específicas en las que se tuvo que desenvolver la Revolución Rusa. Principalmente, al hecho de haberse estancado en el interior de las fronteras de un solo país sin poderse expandir al resto del mundo (y en especial a las zonas de alto desarrollo de las fuerzas productivas), con el agravamiento de que ese país era uno que poseía una población de enorme mayoría campesina (más del 80 por ciento), con una estructura económica agraria con fuertes rasgos feudales y primitivos. Esto tuvo muchísimas consecuencias negativas, entre ellas: que el sujeto revolucionario por excelencia, la clase obrera, se encontrara en minoría frente a las enormes masas campesinas, quedando entonces el más firme apoyo a la revolución reducido a un sector minoritario con intereses parcialmente contrapuestos a los de la mayoría (y con ello, que la democracia más directa de todas, la democracia obrera basada directamente en las grandes fábricas concentradas, fuera solo una pequeña parte del proceso revolucionario). Que fuera necesario un aparato estatal hipertrofiado para poder superar las consecuencias de la dispersión poblacional (por la necesidad de gran cantidad de funcionarios, inspectores, etc.). Que se debieran tomar medidas represivas que terminaron asfixiando la democracia soviética, como la supresión de los partidos que saboteaban al Estado obrero. Que fuera necesario pasar por una fase semi-capitalista en el campo (la Nueva Política Económica, la NEP) para poder superar el enorme atraso de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, dando lugar a una capa social de explotadores y especuladores que se terminaron enquistando en el Estado Obrero contribuyendo a su deformación.

Estos son sólo algunos ejemplos de cómo las condiciones específicas que tuvo que atravesar la Revolución Rusa llevaron a su degeneración burocrática y contrarrevolucionaria y a su permanente atraso económico respecto a las potencias capitalistas, que llevaron finalmente a la restauración del capitalismo (que fue falsamente propagandizada por los profetas del capital como “el fracaso del comunismo”, como si este hubiera llegado a existir).

De cualquier forma, aún habiendo sufrido una brutal deformación, que negó radicalmente su propio origen e intenciones iniciales, la Revolución Rusa de 1917 dejó una profundísima e imborrable huella en la historia, llenando de pánico durante décadas a la burguesía mundial y obligándola a emprender reformas sociales en todo el globo. Aún con todos sus aspectos negativos, la Revolución Rusa logró conquistar importantes mejoras en las condiciones de vida para la población trabajadora, desarrollar de una forma muy considerable las fuerzas productivas en países muy atrasados, contribuir a la relativa independencia de muchos países semicoloniales, así como desarticular al mayor bastión de la reacción monárquica en Europa. Nada de esto puede decirse de las revoluciones orientadas por el anarquismo: todas ellas fueron aplastadas en poco tiempo y sobreviven solo como bellos recuerdos del pasado, para rememorar en jornadas de nostalgia y auto-afirmación ideológica.

Marxismo vs. Anarquismo (parte 1)

Las diferencias entre la corriente marxista y la anarquista son, en su esencia, las diferencias entre una visión materialista, de pretensión científica, y una visión idealista.

La teoría marxista se basa, ante todo, en el análisis de las características materiales de la sociedad. Es el resultado del estudio sistemático de la historia, de la reflexión sobre la dinámica que adquirió la lucha entre las clases sociales en todas sus fases.

En cambio, ya para empezar no se podría hablar de “teoría” anarquista, porque sus principios nunca fueron formulados como un conjunto de enunciados constatables. Al contrario, es más bien la expresión de un conjunto de deseos y anhelos, variables de una persona a otra, sin sistematicidad y sin dimensión empírica. Mientras la corriente marxista se basa en un cuerpo teórico, la corriente anarquista se basa en valores y principios individuales.

La corriente marxista toma como punto de partida el análisis del sentido de la evolución histórica. Ese sentido es el del desarrollo de las fuerzas productivas, es decir, de la capacidad de la humanidad para moldear su entorno, dominar las fuerzas de la naturaleza, proyectar su deseo en forma de materia. Considera que este desarrollo es inevitable, porque es el que garantiza que la humanidad viva cada vez con más comodidades y placeres, con menos esfuerzo y sufrimiento. Lo único que traba al desarrollo de las fuerzas productivas es una determinada forma de organizar socialmente la producción, o sea, un modo de producción obsoleto, que ya no se corresponde con el nivel alcanzado por las fuerzas de producción.

Pero las fuerzas productivas no se contienen a sí mismas ante un modo de producción obsoleto, sino que chocan contra él con toda su potencia. Esto hace temblar toda la estructura de la sociedad, la resquebraja y hace emerger con enorme violencia las contradicciones esenciales entre los intereses de las diferentes clases y capas sociales. El impacto de estas, al igual que el choque entre las placas tectónicas, tiene como resultado la transformación de todo lo que sobre ellas se sustenta, la reconfiguración de todas las relaciones productivas, de las instituciones, de las formas de ver el mundo. Sobre esta base material es que la corriente marxista desarrolla sus análisis y su intervención práctica, para conseguir que el desarrollo de las contradicciones que ya están presentes en el interior de la sociedad desemboque en el establecimiento de las relaciones socialistas-comunistas a escala mundial, y en el marco del más alto desarrollo de las fuerzas productivas, de la ciencia y la tecnología.

En cambio, la corriente anarquista no toma ningún punto de partida histórico. Postula las características de una sociedad ideal, que no tiene lugar ni tiempo concreto. En ese sentido es la heredera de las corrientes utópicas, es decir, de las fantasías surgidas hace siglos como reflejo de la aspiración de las clases oprimidas pre-capitalistas a una vida mejor, en un marco en el que el escaso desarrollo de las fuerzas productivas hacía imposible el surgimiento de un proyecto emancipador serio. Mientras la corriente marxista es producto de la existencia de la industria y la ciencia moderna, la corriente anarquista es resultado de condiciones primitivas de existencia, del pequeño campesino y el artesano. Esto no quiere decir que el anarquismo no haya hecho pie en la clase obrera moderna (por el contrario, llego a influenciar a millones de trabajadores a fines del siglo XIX y principios del XX, sobre todo en España y los países de América Latina, en los que llegó a ser corriente hegemónica). Lo que sí quiere decir es que sus postulados no permiten responder a los problemas concretos que presenta la lucha de clases moderna: ante el menor desafío de las circunstancias, el anarquismo siempre terminó actuando o bien como furgón de cola de alguna corriente burguesa, o bien abriéndole el camino a la reacción burguesa gracias a la desorganización, las pretensiones fantasiosas y la ingenuidad política (o mejor dicho, la gran ingenuidad que es el a-politicismo).

El idealismo anarquista impide ver las condiciones materiales concretas en las que se desenvuelve toda lucha. Desprecia totalmente la importancia del desarrollo de las fuerzas productivas: es lo mismo el “comunismo primitivo”, las comunidades indígenas americanas y las pequeñas cooperativas que la gran industria altamente tecnificada y la organización del trabajo a escala mundial. Inclusive hay algunas corrientes del anarquismo que se oponen a la existencia misma de la industria moderna. En este sentido, tiene algo de religioso y de reaccionario: pretende volver a unas idílicas condiciones pasadas de existencia, a una edad dorada que fue dejada atrás por el paso del tiempo. Una variante “new age” del anarquismo, el autonomismo, pretende construir esa sociedad primitiva inclusive en coexistencia con el mundo capitalista actual, a través de la creación de redes cooperativas, etc. Como si la pequeña industria artesanal tuviera alguna ínfima posibilidad de competir con la gran industria capitalista sin caer en la ruina o tener que asociarse con algún empresario. La mitología de las cooperativas, además de ser totalmente irreal, significa en el mejor de los casos una socialización de la escasez, de la miseria, en definitiva: la generalización de la auto-explotación. La corriente marxista genuina no lucha por la creación de cooperativas, sino por la nacionalización bajo control obrero de lo más avanzado en la producción. En todo caso, puede ser necesaria en ciertas condiciones la creación de cooperativas para garantizar la subsistencia material de un grupo de personas (en caso de desocupación generalizada, por ejemplo), pero de ninguna manera debe volverse un objetivo en sí mismo.

El desprecio de las condiciones materiales de existencia por parte del anarquismo se observa también en su concepción de la defensa militar frente a la reacción contrarrevolucionaria y la invasión de las potencias imperialistas. Supone que es posible organizar una resistencia seria sin necesidad de industria avanzada y de una organización económica y militar centralizada y bien planificada a escala nacional. En ese aspecto, el anarquismo coincide con el socialismo nacionalista (por ejemplo, el estalinismo) en el sentido de que considera que no sólo es posible el socialismo en un solo país, sino inclusive en una sola provincia y hasta en una sola comunidad. Sus variantes individualistas “new age” prácticamente llegan al punto de plantear la posibilidad del socialismo en una sola maceta.

No hace falta citar el caso de la resistencia indígena americana frente a la conquista europea para demostrar que es imposible ofrecerle un desafío serio a un enemigo que posee fuerzas productivas mucho más desarrolladas y una organización centralizada.

La corriente marxista, por el contrario, entiende que el único triunfo sostenible y deseable frente a la reacción burguesa, es la victoria de la revolución proletaria mundial, especialmente en el interior de las potencias imperialistas (EEUU, Europa, Japón, etc.). Tiene muy en claro que ningún triunfo en un pequeño territorio con escaso desarrollo es sostenible por largo tiempo. Para que Cuba pudiese sostenerse frente al imperialismo, fue necesario un largo período de subsidios por parte de de la Unión Soviética.

Si la URSS pudo sostenerse apenas triunfó la revolución de Octubre, fue precisamente porque contaba con: un territorio extenso, una gran cantidad de población, cierto grado desarrollo industrial moderno, y en especial, una organización centralizada de la economía y la defensa militar: el Estado obrero, orientado a su vez por un partido marxista revolucionario, el partido bolchevique. No hubiera sido posible resistir la invasión de 14 ejércitos imperialistas y la reacción de los guardias blancos, soportar las hambrunas y la crudeza del invierno ruso sin la utilización racional y optimizada de todos los recursos económicos y humanos disponibles. Y no es posible esa planificación sin garantizar la centralización del poder político en manos de la clase obrera, el monopolio de la fuerza por parte del ejército rojo proletario y la nacionalización de la industria bajo control obrero.

Es en ese sentido que la corriente marxista defiende la necesidad de un Estado Obrero en la transición hacia el socialismo-comunismo, es decir, un Estado que sea el proletariado organizado como clase dominante, hasta tanto la revolución proletaria termine de destruir los últimos bastiones de la reacción burguesa y no haya más necesidad de un aparato represivo. En ese caso, el Estado obrero simplemente se extinguiría en tanto fuerza de dominación del proletariado sobre la burguesía, porque ya no existiría burguesía a la cual dominar, y los obreros ya no serían proletarios sino integrantes igualitarios de una sociedad sin clases. En la medida en que se desarrollen las fuerzas productivas y se garanticen las condiciones materiales e intelectuales de existencia para todos los individuos, aún la más mínima coerción perdería la razón de ser y dejaría de existir, porque ya no habría a quién vigilar y castigar. Solo continuaría existiendo un aparato (formado por funcionarios sometidos a mandato popular y revocables) de administración y gestión económica, íntimamente ligada a los comités de control obrero en cada rama de la producción.

Pero mientras la lucha contra la reacción burguesa aún no haya acabado, negarse a ejercer cierto grado de represión y de limitación de las libertades (el mínimo indispensable para el triunfo de la guerra revolucionaria y el aplastamiento de toda posibilidad de reacción), es negarse a tener posibilidades reales de victoria contra un enemigo que a nivel mundial es infinitamente más poderoso, precisamente por ser propietario de todas las fuerzas productivas avanzadas de la humanidad. A ese mínimo indispensable de represión y limitación de las libertades es al que la corriente marxista denomina dictadura del proletariado, etapa que termina con el triunfo definitivo de la revolución proletaria mundial. El grado de represión y centralización aplicado en cada situación depende de las condiciones concretas de la lucha de clases en cada momento y lugar. Todo lo contrario a lo que plantea la corriente anarquista, que antepone el ideal abstracto de “libertad”, “libre asociación”, “federalismo”, etc. a las necesidades concretas de cada situación concreta.

(Continuará…)

domingo, mayo 04, 2008

Lanzamiento de la Cátedra Libre Socialismo o Barbarie

(este artículo no fue escrito por el autor del blog, sino publicado en el periódico del MAS Socialismo o Barbarie Nº 124, 17/04/08)



En universidades de todo el país

Lanzamiento de la
Cátedra Libre


Socialismo o Barbarie


Por Martín Primo


“La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases”
Manifiesto del Partido Comunista, 1848)


Desde el MAS y la Agrupación ¡Ya Basta! estamos lanzando la Cátedra Libre “Socialismo o Barbarie” con el objetivo de aportar al debate y a la lucha por el relanzamiento de la perspectiva de la revolución obrera y socialista. En este momento histórico está latente una importante crisis de hegemonía y económica del imperialismo yanqui que amenaza con trastocar todas las bases de la economía y los “equilibrios” políticos en el mundo, con la consecuencia esperable de que se profundicen las colisiones entre las clases. Es por esto que entendemos de capital importancia prepararnos política e ideológicamente para las batallas que se vendrán.

Sin duda, este comienzo de siglo ha venido preñado de inmensos procesos de rebeliones populares, siendo América Latina el escenario por excelencia donde se concentran las más ricas experiencias de la lucha de clases en la actualidad. Las luchas de los pueblos originarios en el Ecuador, las dos insurrecciones populares protagonizadas por las masas en el Altiplano boliviano, la comuna popular de Oaxaca, el “Argentinazo” de 2001 y los acontecimientos en Venezuela desde el “caracazo” hasta el presente son, con todos sus zig-zags, las crestas más altas que emergen de un mar de fondo que sacude a todo el continente.

Pero América Latina conserva en su entrañas, es decir, en sus tradiciones de lucha, las experiencias acumuladas de largos siglos de resistencia y enfrentamiento a la opresión. Desde las rebeliones indígenas de Tupac Amaru, pasando por la grandiosa gesta de la revolución de independencia de los esclavos negros en Haití, hasta las revoluciones del siglo XX. Son esas tradiciones, resignificadas al calor de las luchas, las victorias y las derrotas, las que aparecen y reaparecen en la actualidad.

Por esto es necesario tener en cuenta la valiosa observación que nos legara Marx: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal”.

Ante el retorno del populismo y el nacionalismo burgués, levantemos las banderas de la revolución socialista

Lejos han quedado las esperanzas incubadas a principios de los 90 desde el imperialismo y las burguesías locales, de hacer del siglo XXI un paraíso de la explotación, donde los trabajadores y las masas populares se resignen pacíficamente a ser el paté en el banquete del capital. Pero las derrotas y retrocesos de los 90 no han pasado sin dejar su marca. Los retrocesos en el plano de la lucha tienen su correlato en el político-ideológico. El escepticismo, la desmoralización y la desconfianza en las propias fuerzas abonaron el terreno para el surgimiento de corrientes políticas e ideológicas que dejaban por fuera del horizonte de la historia la lucha por la emancipación de los trabajadores. Sin duda, más allá de su prédicas “progresista”, eran tributarias del paradigma del “fin de la historia” de Fukuyama y funcionales a los mismos intereses.

Pero en este comienzo de siglo, junto con el emerger de las luchas populares, el escepticismo y la desmoralización empiezan a disiparse. Las masas no sólo mostraron que no se puede vivir en estas condiciones, sino que además que están dispuestas a luchar contra sus condiciones de existencia. Como producto y necesidad de estos procesos es que poco a poco se empiezan a poner sobre el tapete todos los debates estratégicos: la posibilidad y necesidad de la revolución, el socialismo, qué socialismo, la organización de los trabajadores, el sujeto social capaz de encarar esta trasformación histórica. A esta discusión –verdadera batalla política que se reproduce, más o menos solapada, en cada huelga, asamblea o movilización–, afluyen respuestas de todo tipo y color. Desde los que niegan la posibilidad innata de la humanidad de ir más allá del capitalismo y nos proponen luchar por formas más “humanizadas” de explotación, o quienes apuestan la suerte de la humanidad al surgimiento de un caudillo bueno y colosal que, librado de toda atadura con su medio social, “libere” a los oprimidos de sus cadenas. Frente a esto, estamos los que levantamos las banderas de los trabajadores y de la revolución obrera y socialista apoyándonos en la riquísima tradición de lucha que han mostrado los trabajadores a lo largo de todo el siglo XX, que en nuestro continente tienen como su máximo estandarte la gloriosa revolución obrera de los mineros bolivianos en 1952.

Desde el Movimiento al Socialismo y la Agrupación Universitaria ¡Ya Basta! estamos convencidos de que es necesario buscar las raíces históricas de estos debates estratégicos para así saldar cuentas con el pasado de cara a las necesidades del presente; mirar de frente a los fantasmas de nuestra historia y transformarlos en armas de lucha. Por eso es que en las universidades de Buenos Aires, La Plata, Córdoba, Luján, General Sarmiento, Mar del Plata y del Comahue lanzamos esta Cátedra Libre Socialismo o Barbarie: “Revolución y Socialismo en América Latina” como un aporte para, junto con los estudiantes y trabajadores, pasar revista de manera crítica y científica a ese rico cúmulo de experiencias de lucha y al bagaje teórico-político que se gestó al calor de estos, como contribución a relanzar la perspectiva de la revolución obrera y socialista en el siglo XXI.

En la Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía (sede Puán 480), aula 234, se dictará el curso los jueves 8 y 22 de mayo y 5 y 19 de junio, a las 21hs.

Para más información, llamá al (11) 4381 2718 o escribí a correspondencia@socialismo-o-barbarie.org

agrupacionyabasta@gmail.com

viernes, abril 25, 2008

Primero de mayo: una fecha política de lucha de clases


La abstención absoluta en política es imposible; todos los periódicos abstencionistas hacen también política. El quid de la cuestión consiste únicamente en cómo la hacen y qué política hacen. Por lo demás, para nosotros la abstención es imposible. El partido obrero existe ya como partido político en la mayoría de los países. Y no seremos nosotros los que lo destruyamos predicando la abstención. La experiencia de la vida actual, la opresión política a que someten a los obreros los gobiernos existentes, tanto con fines políticos como sociales, les obligan a dedicarse a la política, quiéralo o no. Predicarles la abstención significaría arrojarlos en los brazos de la política burguesa. La abstención es completamente imposible, sobre todo después de la Comuna de París, que ha colocado la acción política del proletariado a la orden del día.

Queremos la abolición de las clases. ¿Cuál es el medio para alcanzarla? La dominación política del proletariado. Y cuando en todas partes se han puesto de acuerdo sobre ello, ¡se nos pide que no nos mezclemos en la política! Todos los abstencionistas se llaman revolucionarios y hasta revolucionarios por excelencia. Pero la revolución es el acto supremo de la política; el que la quiere, debe querer el medio, la acción política que la prepara, que proporciona a los obreros la educación para la revolución y sin la cual los obreros, al día siguiente de la lucha, serán siempre engañados por los Favre y los Pyat. Pero la política a que tiene que dedicarse es la política obrera; el partido obrero no debe constituirse como un apéndice de cualquier partido burgués, sino como un partido independiente, que tiene su objetivo propio, su política propia.

Las libertades políticas, el derecho de reunión y de asociación y la libertad de la prensa: éstas son nuestras armas. Y ¿deberemos cruzarnos de brazos y abstenernos cuando quieran quitárnoslas? Se dice que toda acción política implica el reconocimiento del estado de cosas existente. Pero cuando este estado de cosas nos da medios para luchar contra él, recurrir a ellos no significa reconocer el estado de cosas existente.

Sobre la acción política de la Clase Obrera, Federico Engels, 1871


La mayor diferencia entre el marxismo y el anarquismo fue siempre la cuestión de la acción política de la clase obrera. Este fue el tópico que dividió aguas en la Primera Internacional de 1864: mientras el anarquismo predicaba el abstencionismo, Marx y Engels luchaban por la intervención activa de la clase trabajadora en los asuntos políticos.

Esta disputa recrudeció tras la gloriosa Comuna de París de 1871, llevando a la ruptura de los sectores anarquistas y a la redacción por parte de la AIT de las palabras arriba citadas.

Con este espíritu fue creada en 1889 la Segunda Internacional, continuación de la primera sobre bases más firmes. Esta declaró al primero de mayo Día Internacional del Trabajador, jornada de lucha independiente de la clase obrera, en conmemoración de la lucha por las 8 horas laborales por la que fueron ejecutados los Mártires de Chicago.

Desde aquel momento, el primero de mayo fue tomado como una fecha de gran importancia para toda la tradición socialista revolucionaria. Aún después de la derrota de las grandes oleadas revolucionarias mundiales, de la degeneración burocrática de la URSS, de su caída y de la ofensiva patronal neoliberal, los partidos que se reivindican de la tradición de las Internacionales siguieron realizando actos y actividades en esa fecha para llevar a los trabajadores la memoria viva de sus mejores experiencias históricas. El primero de mayo siempre fue, por lo tanto, una fecha de la vanguardia obrera y popular, una fecha eminentemente política.

Hoy en día, la Argentina está atravesada por una crisis política que tiene su eje en la disputa interburguesa entre el Gobierno nacional y los productores agropecuarios. Esta crisis, lejos de resolverse, tiende a agudizarse, con la renuncia del ministro de economía Martín Losteau y la amenaza de los productores de retomar el lockout y volver a los cortes de ruta.

Ambos bandos en disputa comparten un carácter fuertemente antiobrero, disputándose la renta obtenida de los grandes negocios capitalistas, y por lo tanto, el producto del trabajo de la clase obrera de todo el país.

Los trabajadores no pueden permanecer silenciosos ante esta disputa, porque cualquiera sea el resultado de ella, será la clase obrera la que tendrá que pagar sus costos. Es por esta razón que este primero de mayo, retomando la experiencia de las Internacionales obreras, debe ser una fecha de lucha política, de afirmación de la independencia política de clase.

Ahora bien ¿qué proponen los partidos que se reivindican socialistas revolucionarios?

El PCR maoísta, ni siquiera llama a hacer actividades, concentrado en su acto partidario del 30/4. El MST propone un acto en Congreso... ¡en apoyo a los productores rurales!

Un párrafo aparte merece el P.O., que renegando de todo posicionamiento marxista, llama a convertir la fecha en un acto sindicalista, vaciado de contenido político, en el cual “estén unidos los luchadores”, sin distinciones. Este es claramente un retroceso a posiciones anarquizantes, abstencionistas. No contribuye a hacer avanzar la conciencia política de los trabajadores y el pueblo, sino que intenta “caer simpático” en las estructuras laborales lavando su programa: esto es exactamente a lo que llamamos OPORTUNISMO. No es de ninguna manera algo novedoso en un partido caracterizado por construirse a sí mismo a costa de la destrucción de todo lo que tenga alrededor. Una vez más, su izquierdismo discursivo queda solamente como adorno de una práctica orientada con exclusividad al desarrollo de su aparato.

Por último, dos partidos llaman a realizar un acto levantando la bandera de la independencia política de los trabajadores, el rechazo explícito a ambas variantes patronales en disputa. Estos son el nuevo MAS y el PTS, que convocan en el Obelisco a las 15 hs.

Es ese último sin duda el camino que hay que seguir: el asentamiento de una postura clara, que sirva para hacer avanzar la conciencia de las masas. Para realizar actos sindicales unitarios está todo el resto del año, y organizar actividades unificadas de todos los bastiones de lucha independiente debe ser una tarea prioritaria, pero sin por ello dejar de posicionarse políticamente en las fechas en que es necesario hacerlo.

En realidad, es lógico que el P.O. ponga tanto empeño en realizar un acto de unidad sindical el primero de mayo: durante todo el resto del año saboteó las experiencias de coordinación obrera surgidas de la lucha del Casino, negándose en un primer momento a formar el espacio, llamándolo luego a ser meramente un comité a de apoyo, y finalmente ninguneándolo y llamando a disolverlo. Ahora, cuando lo que se impone es plantar una bandera de independencia política ante la crisis, desvía el eje trayendo de vuelta algo que debería haber impulsado mucho antes, y que en esta fecha particular carece de sentido.


El primero de mayo a las 15 hs ¡todos al obelisco, por la independencia política de los trabajadores! ¡Ni con el gobierno K ni con la Sociedad Rural!

lunes, abril 07, 2008

El significado del Mayo Francés de 1968


En mayo de 2008 se cumplen 40 años de este importantísimo proceso de huelgas, ocupaciones y luchas de barricadas. Este articulo es un boceto que pretende aportar a un proyecto mayor, del que se informará cuando haya más datos.

El significado del Mayo Francés de 1968

El Mayo Francés de 1968 tuvo un impacto muy fuerte en la situación mundial, en la vanguardia obrera y popular y en millones de personas. Pero su significado profundo, con todas sus implicancias y derivaciones, es aún mayor: es desmesuradamente grande, a tal punto que probablemente las palabras no alcancen para describirlo en toda su magnitud. Y más aún si se lo contrasta con la sistemática subestimación, tergiversación y ocultamiento que sufre por parte de la prensa del sistema.

Entre todos esos elementos de significado profundo, vale especialmente la pena señalar unos cuantos:

El regreso por segunda vez en la posguerra del movimiento revolucionario obrero y de masas a los países capitalistas* (que, con la única excepción de la Revolución Boliviana de 1952, estaba liquidado desde las derrota de la Revolución Española de 1936 y definitivamente sepultado por la Segunda Guerra Mundial de 1939-1945 y el surgimiento de los Estados de bienestar), en un escenario mundial capitalista dominado por las revoluciones campesinas, el frentepopulismo de liberación nacional y el aparatismo militarista guerrillero.

La desmentida, por lo tanto, de las teorizaciones estalino-mao-guevaristas, reformistas socialdemócratas o proto-autonomistas (intelectuales, bohemias o hippies) que sostenían que ya no había clase obrera distinguible, que no podía ser un sujeto político independiente o que debía ir a la rastra de vanguardias iluminadas (posición que había logrado ganar inclusive a la patética mayoría del trotskismo del momento).

El regreso por primera vez en la posguerra del movimiento revolucionario de la clase obrera a los países imperialistas, haciendo entrar en crisis a la aparentemente inalterable sociedad primermundista y volviendo a traer esperanzas en la revolución proletaria mundial, contra las elucubraciones etapistas y tercermundistas del “socialismo en un solo país”.

El señalamiento, en definitiva, de la vigencia de la teoría trotskista de la Revolución Permanente.

Una de las huelgas generales más largas y más masivas de la historia: un mes entero (contabilizando desde la generalización de las ocupaciones el día 16 de mayo), involucrando a 10 millones de personas, y 122 fábricas ocupadas, con permanentes enfrentamientos semi-insurreccionales de masas contra las fuerzas represivas.

La estrecha unión de la clase obrera con el estudiantado y los sectores populares.

El resurgimiento (en algunas partes del movimiento) del internacionalismo proletario, y la recuperación por parte de las masas juveniles y obreras de la tradición socialista revolucionaria expresada en íconos como la bandera roja y el himno Internacional.

El rechazo del reformismo sindicalista de los acuerdos de Grenelle, la apertura de la perspectiva del poder obrero en base al derrumbe del gobierno, la negación cada vez mayor del poder del Estado capitalista y la destrucción de sus símbolos.

El más absoluto protagonismo de masas: a lo largo de todo un país, en cada establecimiento funcionaba una asamblea general soberana. En los edificios ocupados, todas las credenciales perdían su validez: no había autoridad por fuera del movimiento real y viviente de las masas. En las calles confluían permanentemente decenas de miles de personas. Cuando las fuerzas represivas intentaban avanzar, eran miles los que levantaban espontáneamente varios perímetros de barricadas y resistían por largos períodos en durísimos combates.



El Mayo Francés significó, en definitiva, la irrupción viscosa, hirviente y burbujeante de lo humano sobre los hierros oxidados y fríos de la estructura social de alienación. El final del silencio forzado y el monólogo social, acabado por el alzamiento de miles de voces que dialogaban sin restricciones ni jerarquías, sin limitaciones de lugar ni de tiempo.

¿Qué fue entonces lo que falló?

Todo esto no fue suficiente: la clase obrera, por carecer todavía de una conciencia revolucionaria plena (lo cual es normal al comienzo de los procesos revolucionarios**), permitió que siguiera al frente de sus organismos de lucha la burocracia estalinista, que se encargó de evitar su evolución en el sentido de organismos políticos de autodeterminación de masas (al estilo soviets).

De esta forma, los Comités de Acción de las fábricas, que habían sido creados directamente por las bases obreras o bajo la presión de ellas, en vez de servir para unificar y elevar la lucha, la encerraron dentro de los límites físicos de cada planta industrial, aislando (mediante el férreo control de las puertas de las fábricas) a los obreros de ellas entre sí y del movimiento revolucionario de masas (que desde el 13 de mayo había encontrado su cuartel general en la Sorbona).

De esa forma, el estalinismo pudo evitar la formulación de la perspectiva revolucionaria hasta que el gobierno pudo retomar la iniciativa y contraatacar. Luego de eso, se encargó de desactivar uno por uno los bastiones de la huelga, coordinando su acción con la represión estatal.

Como sostenía Lenin, la clase obrera no desarrolla espontáneamente una conciencia revolucionaria clara, un pensamiento estratégico de cómo lograr imponer su punto de vista contra sus enemigos. Esa claridad y esa estrategia debe serle aportada desde una organización específicamente diseñada para esa tarea: el partido revolucionario.

Durante las jornadas de mayo-junio, no existieron organizaciones revolucionarias con una política correcta y un nivel de inserción en las masas (y en el proletariado en particular) suficiente como para poder ganar a millones para una estrategia política de poder y disputarle al estalinismo la dirección de los Comités de Acción.

Las organizaciones existentes, o actuaban como furgón de cola de los estalinistas, o no contaban con una estructura partidaria desarrollada con núcleos sólidos en los principales bastiones de la lucha. Algunas agrupaciones revolucionarias, que intervinieron consecuentemente en la lucha y que inclusive habían llegado a ganarse el respeto y la simpatía de importantes sectores de vanguardia, se negaban a construir partidos por defender una perspectiva espontaneísta. Por lo tanto, el impulso revolucionario de las masas, de la juventud y de la clase obrera, se disipó ante la falta de una estrategia de poder y de una dirección consecuente con ella***.


-------------

* También habían ocurrido movimientos obreros revolucionarios en los estados burocráticos orientales: Alemania del Este en 1953, Hungría en 1956, etc.

** La Revolución Rusa de 1917 comenzó en febrero, con una huelga general y la formación de soviets. Aun en medio de esa gigante explosión, la falta de claridad estratégica de las masas se plasmaba en el hecho de que la dirección de los soviets estuviera en manos de los mencheviques y los “socialrevolucionarios”, fuerzas reformistas y, por lo tanto, contrarrevolucionarias.

*** En la Revolución Rusa de 1917, esa función la cumplió el Partido Bolchevique, que entre febrero y octubre, consiguió ganar a las masas obreras para la perspectiva de la toma del poder como medio para conquistar sus aspiraciones. Este triunfo político se plasmó a nivel dirección con la revocación de los delegados mencheviques en los soviets y la elección de otros bolcheviques para desempeñar su función, lo que permitió votar y llevar a cabo el levantamiento insurreccional.

miércoles, abril 02, 2008

Sobre el conflicto del campo

El blog vuelve después de un impasse con un tema poco habitual en él. Por las dudas se aclara: las opiniones expresadas son personales, discutibles y sujetas a posibilidad de revisión y cambio.

Durante estas semanas, un conflicto logró ganar un protagonismo central en los medios de comunicación e irrumpir en la sociedad generando un nivel de discusión e interés político que hace mucho tiempo no se veía. Ese conflicto es el del campo.

No se va a explayar en este espacio sobre lo que ya todos saben: el gobierno de los Kirchner implementó un sistema de retenciones móviles más elevadas que las que había hasta el momento, las principales organizaciones de productores agrarios respondieron con un lockout patronal de 21 días, se desarrollaron piquetes en las rutas de todo el país y cacerolazos en algunos barrios urbanos.

Hay en todas esas cosas algunos elementos que vale la pena destacar: mientras que el lockout es impulsado principalmente por las organizaciones agrarias (Sociedad Rural, Federación Agraria, etc.), y llevado a cabo por todo el espectro de productores rurales, los piquetes tienden a ser autoconvocados y protagonizados por los así llamados “pequeños productores”.

Este dato llevó a algunas organizaciones que se autodenominan (vaya uno a saber por qué) “revolucionarias”, “socialistas”, “obreras” y “populares” a apoyar políticamente los cortes e inclusive a participar en los cacerolazos de la clase alta y media-alta gorila y reaccionaria. Es el caso principalmente del maoísta PCR y el supuestamente “trotskista” MST (y su ruptura-satélite Izquierda Socialista). Su argumento es que “hay que apoyar a los pequeños productores”, que además “están desbordando a las direcciones reaccionarias”.

Pero hay varias cosas que estas organizaciones “se olvidan” de decir.

En primer lugar, que los así llamados “pequeños productores” no son precisamente la clase social más oprimida ni mucho menos. La mayoría de los que participan en los piquetes poseen o arriendan entre 100 y 200 hectáreas. Para darse una idea, los verdaderos campesinos, que producen para apenas llegar a satisfacer las necesidades de sus familias, y que en su mayoría provienen de comunidades con fuerte presencia indígena, suelen poseer menos de 10 hectáreas.

Pero eso no es todo. Estos “pequeños productores”, volcados principalmente a la exportación a precios internacionales (que ya son altos de por sí) y en dólares (con el tipo de cambio muy favorable), no son precisamente la imagen (muy arraigada en el progresismo centroizquierdista, de cuño peronista o estalinista) de la “burguesía nacional” que produce para el mercado interno con un compromiso nacional y popular. A diferencia de los campesinos, no trabajan la tierra con sus propias manos, sino que explotan a peones por salarios miserables y en condiciones informales y precarias.

Esta mentalidad patronal se expresa claramente en los piquetes, que nada tienen que ver con los piquetes de los obreros ocupados o desocupados que tan comunes se hicieron en la década de 1990. No solo evitan que lleguen los alimentos a la ciudad, causando desabastecimiento y brutales aumentos de precios (que perjudican a la población trabajadora y a las capas medias urbanas), sino que además, tiran comida o dejan que se pudra, en un país y en un mundo en el que siguen habiendo muertos por desnutrición.

Pero además de no ser una clase especialmente oprimida, el programa que levantan sigue siendo el mismo de los grandes propietarios, contra los cuales no se rebelaron: la reducción o eliminación de las retenciones. Esto, de llevarse a cabo, provocaría un enorme aumento de los precios (porque se trasladarían los precios internacionales al mercado interno, al ser mucho más rentable la exportación), generando una cadena inflacionaria que terminaría por licuar los ya de por sí escasos salarios de la clase obrera.

Por estas razones, por más autoconvocados que sean estos “pequeños productores”, por más desbordados que se encuentren con respecto a la Sociedad Rural y su aliada Federación Agraria, sus medidas siguen siendo reaccionarias, y por lo tanto deben ser combatidas por los trabajadores, de forma independiente de los aparatos burocráticos kirchneristas.

El gobierno de los Kirchner intenta posar de izquierdista al combatir discursivamente a la oligarquía, pero el hecho concreto es que todo su proyecto se había basado hasta el momento en enriquecerla aun más, siendo inclusive más tímido frente a ella que el ya de por sí tibio gobierno burgués de Perón. No solo no intentó realizar una reforma agraria, sino que ni siquiera puso en pie un monopolio estatal del comercio exterior, única forma realmente efectiva de garantizar precios bajos para el mercado interno y una gran acumulación de divisas para el Estado.

Precisamente por ser un gobierno burgués, no quiere incitar a los trabajadores a derrotar el lockout con los únicos métodos que realmente funcionan: los de la lucha de clases, la autoorganización desde abajo. Estas cosas harían volar por los aires la hegemonía de los patrones en sus empresas, la legalidad burguesa y el monopolio estatal de la fuerza.

Y al no hacerlo, al mismo tiempo se condena a sí mismo a la esterilidad. Si bien pudo jugar la carta de movilizar a su aparato punteril y burocrático y a sus simpatizantes pequeñoburgueses centroizquierdistas, y esto le permite por el momento cierto margen de maniobra, no es de ninguna forma una solución definitiva. Aún si se lograra una tregua, el conflicto volvería a estallar en poco tiempo o se llegaría a un acuerdo para descargar todo el peso de la crisis sobre las masas trabajadoras.

Si intentara llevar la lucha contra la oligarquía más allá de cierto punto (cosa que de cualquier forma no tiene ningún interés en hacer), se encontraría inmediatamente ante una coalición golpista de todos los sectores burgueses y la pequeñoburguesía reaccionaria, exactamente como ocurrió con Perón en 1955. Y al igual que él, se dejaría derribar sin ofrecer resistencia, con tal de no armar y llamar a movilizar a los trabajadores desde abajo. Esto es exactamente lo que hacen todos los gobiernos burgueses “progresistas”: molestar y lograr enfurecer a los sectores más reaccionarios de la sociedad, y dejarse tumbar por ellos para evitar un “derramamiento de sangre” que de cualquier forma termina ocurriendo (ya que la reacción, cuando toma el poder, no se ve precisamente escandalizada ante el hecho de tener que matar a trabajadores desarmados, cosa que hizo en todas las ocasiones históricas –Chile en 1973 es uno de los mejores ejemplos-)

En síntesis: el lockout, los piquetes y los cacerolazos patronales son reaccionarios y deben ser derrotados con la movilización obrera y popular independiente y autoorganizada. El gobierno es completamente impotente: no hay victoria posible que no sea con los métodos de la lucha de clases. Las organizaciones “de izquierda” que, en vez de tomar esta perspectiva, corren a abrazarse con los “pequeños productores”, deben ser repudiadas en todos lados y por todas las organizaciones combativas, sean agrupaciones, cuerpos de delegados, sindicatos recuperados o centros de estudiantes. En este sentido, el centro de la facultad de Filosofía y Letras dio un excelente ejemplo al votar (el 1/4), en una asamblea masiva como no se veía hace tiempo y con enorme grado de participación (casi 50 intervenciones de todo el espectro de partidos, agrupaciones e independientes), una declaración pública posicionándose políticamente en un sentido muy similar, aún contra la mayoría de la dirección del centro, formada por el PCR-MST.

sábado, enero 26, 2008

La Alegre Subversión de los pibes del Casino

9 de noviembre de 2007. La patota del sindicato de marineros rompía la asamblea de los trabajadores y trabajadoras del Casino Flotante de Puerto Madero. De esa forma, los matones a sueldo de la empresa buscaban sacarse de encima al cuerpo de delegados, a las comisiones, y a toda la organización de base que se venía construyendo desde aquel 9 de enero de 2006, que le dio su nombre a la agrupación 901.

Enero de 2008. Más de 70 de días de acampe, movilizaciones, piquetes, enfrentamientos con la patota, la prefectura y la policía. Algunos laburantes están preocupados porque no alcanza la plata para llevar algo de comer a la familia, para pagar las deudas. Sin embargo, no bajan la frente. Al principio los despedidos eran alrededor de sesenta, pero sobre dos mil trabajadores, acataron la huelga más del 70 por ciento. Mulos, carneros, traidores, así llaman los compañeros a las ratas que obedecen sumisamente a la patronal y suben al barco estando las carpas abajo. Pero no son muchos, el núcleo duro de ellos además fue así siempre, desde el primer conflicto. Gente que lleva el rastrerismo en el alma.

Los pibes del casino tienen en su mayoría entre veintipico y treinta y pico de años. Jóvenes como cualquier otro, de barrio, de boliche, de la cancha. Unos cuantos con hijos chicos, con familias más o menos consolidadas.

La energía, la fuerza que transmiten es increíble. Para muchos de ellos el conflicto por la reincorporación de los injustamente despedidos ya se volvió un desafío personal, una cuestión de orgullo. Una actitud muy sana, y que debería ser imitada por tanta gente, tantos laburantes que ya perdieron su dignidad hace rato, con tantas derrotas y tanta ofensiva patronal. Lo que hoy predomina en el mundo es la resignación, el “qué se le va a hacer, no queda otra”. Por suerte, hay sectores que recuerdan que atrás de ese engranaje biológico al que fueron reducidos por el capitalismo, hay humanidad. Y con eso alcanza para salir a luchar. Hace unos cuantas décadas, esa era la fuerza motriz del movimiento socialista, que brotaba como agua de una fuente, inundando las calles del planeta con una marea roja, con el puño en alto, y un himno glorioso: La Internacional.

Lamentablemente, en el medio vinieron las derrotas, las represiones, las traiciones, la cooptación, las ilusiones en los líderes reformistas o nacionalistas. Esa organización que los trabajadores del mundo habían construído, que tantos mártires les había costado, fue aplastada, abandonada, integrada o entregada. Lo que antes eran sus herramientas de lucha, pasaron a ser más vallas de contención para la reproducción del capital, para los bolsillos de los empresarios. El sindicato pasó a ser, de la piedra angular del movimiento, a su enemigo más inmediato. En todos lados florecen ahora los cuerpos de delegados de base, las comisiones internas, como bastiones de organización de base contra la burocracia.

La fuerza arrolladora del conflicto del casino fue una luz en el medio de la oscuridad. Tal era su intensidad, que en todos los rincones del país, el nuevo movimiento obrero lo empezó a mirar con esperanza. Pero no solo eso: su altísimo nivel de politización, la claridad que lograron ir ganando los trabajadores y sus referentes, les permitió darse cuenta de que era necesario unificar todos esos bastiones elevando los conflictos a un plano nacional. Y eso fue exactamente lo que hicieron, al convocar al encuentro nacional de delegados, agrupaciones y activistas combativos y antiburocráticos, que ya se reunió dos veces sentando un precedente importantísimo.

Es cierto que el tiempo apremia: mientras más se prolongue el conflicto, más se van a drenar los bolsillos de los trabajadores. Por eso mismo es imprescindible aportar al fondo de huelga. Sin embargo, pese a todos los contratiempos, sigue teniendo un poder de convocatoria enorme, como demostró el chalecazo realizado en Parque Lezama el lunes 21 de enero.

Son infinitos los aspectos de este conflicto que se podrían desarrollar, extender, profundizar. Muchos de ellos son tratados por las prensas de las organizaciones de trabajadores, los partidos revolucionarios, etc., que vienen acompañando, contribuyendo y en algunos casos, dando importantes batallas políticas para conseguir el mejor rumbo posible, que permita un avance de conjunto para todo el movimiento obrero.

Probablemente muchas cuestiones vayan a ser retomadas en futuros artículos. Por ahora, alcanza con algunas muestras gráficas y líricas de la fuerza del conflicto.

Panorámica del chalecazo:

http://argentina.indymedia.org/uploads/2008/01/chalecazo_panoramica.jpg (mirar en tamaño grande)

Algunas canciones:

Señores yo trabajo en el casino Buenos Aires

Me duele todo el cuerpo y nunca paro de toser
Dejo la vida por el cuatro por dos
Si sigo asi yo me voy para el cajón
Lo único que me interesa es la reducción

Y dale alegría alegría a mi corazón
La fuerza de los pibes es mi obsesión
decías que el día de lucha no iba a venir
si estamos todos unidos vos no existir
ya vaaas a veeer
los pibes que vos echaste van a volver
ya vaaas a veer
el gobierno con nosotros no va a poder

Una reja me separa
De lo’ mulo’ y lo’ gerente’
Se van a querer matar
Vamos a subir
Con toda la gente
Que puto sos
Che mulo sos cagón
Los pibes estamo’ aca
Y vos subis igual
Nos vamos a encontrar
Alla en el comedor
Y los vamos a mataaar

jueves, enero 03, 2008

Movimiento de masas y conciencia

En el artículo “La Alegre Subversión” se trató la importancia del protagonismo creativo de masas, de su actividad y crítica permanentes. En “La conciencia de clase” se abordó el aspecto de la formación y desarrollo de esa conciencia. Este tema se retomó también en el artículo “En defensa del bolchevismo”, haciendo la distinción entre la conciencia sindicalista y la conciencia socialista. Sin embargo, falta todavía una perspectiva integradora de todos esos aspectos.

Este artículo pretende precisamente atar esos cabos sueltos. Las preguntas, claramente formuladas, serían: ¿cómo se desarrolla el movimiento de masas? ¿cómo se desarrolla su conciencia? ¿cómo se puede contribuir a ello?

Para poder plantear este tema, hay que empezar por romper radicalmente con la brutal deformación ideológica que el estalinismo introdujo en el movimiento socialista revolucionario. Cuestión que en la mayoría de los casos no terminó de ser realizada ni siquiera en el ala más firmemente antiestalinista de este movimiento, el trotskismo.

Es decir, hay que comprender, por sobre todo, el sentido profundo de la degeneración burocrática, tema que ya se había tocado también en otros artículos (Sobre la subjetividad de los explotados, Desmitificando al Che Guevara).

Por sobre todas las cosas, es necesario entender que el proceso revolucionario ruso murió en la década de 1920, y que a partir de allí invirtió su dirección, volviéndose un proceso contrarrevolucionario. Ese proceso, dirigido por la capa burocrática explotadora que surgió en la URSS (como consecuencia de un conjunto de circunstancias particulares explicado en casi todos los artículos anteriores), se manifestó también, y de forma brutal, en el terreno teórico-ideológico. La deformación del semi-estado obrero (que era la forma política que adquiría la dominación social del proletariado y, por lo tanto, su proceso de emancipación y de todas las capas oprimidas) en un Estado burocrático (agigantado, independizado de las masas, convertido en la forma política de la dominación social de la burocracia y, por lo tanto, de la explotación de todas las otras capas sociales), fue acompañada por una deformación del cuerpo teórico creado por el socialismo revolucionario a lo largo de sus 80 años de historia previa. Así, nació la horrenda monstruosidad ideológica mal conocida como “materialismo dialéctico” y “marxismo-leninismo”, que poco tenía que envidiarle al oscurantismo y fanatismo religioso medieval.

Esta ideología, que era en realidad una cosmovisión integral, una explicación del mundo, de la historia y de la sociedad, reducía la dialéctica y el socialismo científico desarrollados por Marx y Engels a un ridículo determinismo material y economicista, que servía para justificar la criminal política del estalinismo en el mundo y en la URSS.

A través de este engendro ideológico se despojó a las multitudes de cualquier capacidad creativa y crítica, para ponerlas bajo la dirección vigilante del Gran Hermano, el Partido infalible y omnipotente. Se justificó la brutal y sanguinaria colectivización forzada del campo. Se estableció el culto religioso al líder y el ultraopresivo fanatismo por el trabajo. Se liquidó cualquier posibilidad de expresión y de disfrute lúdico mediante la imposición del “realismo socialista” en el arte. Se estancó el desarrollo de la investigación científica. Se legitimó la teoría de la “revolución por etapas”, es decir, de la conciliación de clases con la burguesía capitalista. Se redujo al socialismo a un mero desarrollo del aparato estatal y de algunos servicios públicos, al punto de terminar prácticamente coincidiendo con el ala intervencionista del capitalismo, las diferentes formas de keynesianismo, o dando lugar a un nuevo sustitucionismo militarista (el maoísmo y el castro-guevarismo). E infinitas cosas más.

Hay que decirlo con todas las letras: pocas cosas existieron tan repugnantes como la ideología estalinista. Quien no termine de romper con ella, no puede más que ser un obstáculo para el desarrollo revolucionario del movimiento de masas, y debe ser superado por ellas.

Ahora sí, volviendo al auténtico socialismo revolucionario, es decir, el de Marx y Engels, Luxemburgo, Lenin y Trotsky. Como se dijo en el artículo anterior, para esa tendencia se trataba de que el movimiento de masas desarrollara una conciencia socialista que le permitiera emanciparse a sí mismo, lo cual requería que fueran “traídos desde afuera” elementos teóricos que, por otro lado, eran a la vez el resultado del estudio de la historia y del mismo movimiento de masas.

La conciencia del movimiento de masas avanza como resultado de la combinación de su propia experiencia y de esos elementos teóricos, volviéndose socialista en la medida en que empieza a comprender las relaciones de poder existentes en la sociedad y la necesidad de subvertirlas profundamente, superando el plano meramente reivindicativo-sectorial. Este avance se da al mismo tiempo mediante el diálogo, la interacción permanente de los individuos que forman el movimiento y de todos aquellos que contribuyen a él de una forma u otra. Es por lo tanto una elaboración colectiva.

Por lo tanto, decir que “la conciencia socialista es traída desde afuera”, no debe ser entendido en una forma unilateral, donde una totalidad teórica es introducida a un espacio vacío o peor aún, mantenida como externa para justificar la superioridad de un sector (Partido o intelectuales) por sobre el movimiento.

La forma más común de intervención del socialismo revolucionario en el movimiento de masas, además de la participación e impulso militante, es a través de su programa. El programa es un conjunto de lineamientos, generales y para cada ámbito en particular, apuntando a la resolución de determinados problemas desde una determinada óptica. Por lo tanto, el programa socialista revolucionario es la forma concreta que adquiere la conciencia socialista en el movimiento práctico de masas.

Una organización socialista revolucionaria interviene en el movimiento de masas difundiendo su programa para ese ámbito en particular, sintetizado en las famosas consignas (tan atacadas por las distintas variantes del posmodernismo). Esas consignas, en algunos casos, pueden coincidir con la visión de ciertos sectores, (que ya habían llegado a esa conclusión por su cuenta, ya sea de forma clara y coherente o de manera fragmentaria y difusa), o bien ser adoptadas luego de un proceso de discusión. En todo caso, existen dos polos interactuando: la actividad de las corrientes socialistas revolucionarias, de un lado, y la elaboración propia del movimiento de masas (que en todo momento reflexiona sobre su propia experiencia e inclusive amplía sus horizontes a experiencias ajenas, más allá de que no lo haga de manera sistemática y científica), del otro.

En ese proceso de interacción, ambos polos se ven modificados: por un lado, el movimiento de masas incorpora algunos aspectos (más superficiales o más profundos) de la teoría socialista (haciéndolos prácticos), por otro lado, el socialismo revolucionario verifica su programa en la práctica, contrastándolo con las necesidades y el estado de conciencia concreto de las masas (viéndose por lo tanto empujado a modificarlo en caso de que haga falta).

Esta relación bilateral se ve, precisamente por serlo, muy influenciada por la actitud y el tipo de relación que planteen los socialistas revolucionarios hacia el movimiento. Una corriente que, desde la más absoluta externidad y con la más insufrible soberbia, intente darle a las masas instrucciones de lo que tienen que hacer, muy difícilmente vaya a lograr algo más que el repudio generalizado.

Por otra parte, para que el movimiento de masas avance en su comprensión del programa socialista, es fundamental que pueda hacer la experiencia con él, tanto por la positiva como por la negativa. A veces, una derrota producida por una mala estrategia (resultado de una falta de entendimiento sobre el funcionamiento de la sociedad y el poder), puede contribuir mucho más al avance de la conciencia (precisamente porque de esa forma hace entender qué es lo que no debe hacerse), que el mejor de los discursos o volantes de la más lúcida de las agrupaciones (aunque generalmente, el mejor resultado se obtiene de una combinación inteligente de ambas).

Esa es la razón por lo cual el socialismo revolucionario debe siempre apuntar a la autoorganización y protagonismo de las masas: sólo de esa forma, ellas pueden avanzar hacia una comprensión real del programa socialista. Y sin esa comprensión real, no sólo se vuelve imposible el anhelo de emancipación de la humanidad, sino inclusive el más pequeño triunfo parcial y sectorial que las masas persigan. La historia de las derrotas directas del proletariado, y la historia de la derrota de su mayor victoria (la revolución rusa, a manos de la deformación burocrática), lo demuestran de sobra. El socialismo mismo, la emancipación misma de los trabajadores y de la humanidad toda, es una obra del propio movimiento de masas. Ningún “partido revolucionario” ni “partido de clase” puede suplantar la falta de conciencia de ellas: todo intento sustitucionista ha terminado en la derrota o en la burocratización.

Es posible que Marx y Engels le hayan puesto más énfasis a este aspecto subjetivo que el que le pusieron la socialdemocracia revolucionaria (influenciada por el positivismo) y su continuidad bolchevique, con la honrosa excepción de Rosa Luxemburgo. En plena degeneración burocrática de la URSS, algunos brillantes miembros de la Oposición de Izquierda recuperaron ese camino, como Christian Rakovsky y en algunos textos, el mismo Trotsky.

Es necesario para el movimiento socialista revolucionario retomar esa perspectiva dialéctica, evitando los unilateralismos (apuntalados y profundizados por la degeneración estalinista), especialmente a la luz de la experiencia de la Revolución Rusa. El desarrollo del partido de clase y de la revolución proletaria, sólo podrá ser obra del movimiento de masas avanzando hacia la conciencia socialista. Ni el sustitucionismo estalinista-maoísta-guevarista, ni el espontaneísmo anarquista-autonomista-consejista, ni el trotskismo deformado (que sólo reconoce el problema de la dirección), están capacitados para contribuir a ese avance.