Este blog se mudó a

Palabras Rojas
 
Aclaración preliminar (para todos los artículos)
El blog Alegre Subversión se mudó a http://palabrasrojas.blogspot.com/. El autor de A.S ya no se hace responsable por los puntos de vista expresados en ningún artículo publicado en este espacio, especialmente aquellos anteriores a septiembre de 2007. Este blog se conserva, únicamente, a modo de archivo, y no posee ningún otro valor.


jueves, diciembre 21, 2006

Sobre el 19 y 20 de diciembre de 2001

¿Qué fue lo que pasó el 19 y 20 de diciembre de 2001?

«¡El orden reina en Berlín! », proclama triunfante la prensa burguesa (…) «¡El orden reina en Berlín!», ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana ya «se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto» y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas:

¡Fui, soy y seré!

Rosa Luxemburgo, El orden reina en Berlin, 1919

Hace cinco años, en nuestro país, una revuelta popular sacudía violentamente la normalidad de la vida enajenada y socavaba algunas de sus más básicas condiciones de reproducción.

Existen muchas visiones y versiones sobre estos sucesos.

Desde el enfoque de varios sectores de la clase dominante, ni siquiera habría existido tal revuelta, y se habría dado simplemente una “represión trágica” a una “manifestación” que, junto a la crisis económica, habrían provocado “el fin de un gobierno”, a juzgar por las pequeñas notas publicadas por el diario Clarín y La Nación en ediciones impresa y digital el día de hoy (que curiosamente, coinciden en ambos diarios en recalcar el hecho de la “recuperación económica” y el “crecimiento industrial”, tal vez para intentar borrar en sus lectores el amargo recuerdo de los días en los que el poder enajenado no pudo ya controlar a las multitudes).

Desde el enfoque del sector “progresista” de la clase dominante, habría sido una “movilización popular espontánea que puso en tela de juicio un modelo económico, un sistema político y los paradigmas que habían primado durante tres décadas”, al menos según el diario Página/12 del día de hoy. Pero se cuida también este diario de dejar muy en claro unas cuantas cosas, que desnudan su ideología tibiamente reformista (es decir, esencialmente conservadora, porque es más lo que pretende conservar que lo que aspira a reformar): “La democracia ya es inconcebible como un mero agregado de instituciones armoniosas; recupera su condición de contrato político y social, su status como ejercicio vivo y dinámico de la soberanía popular. Con las elecciones periódicas como eje del sistema y con el conflicto social pacífico y legalmente regulado como alimento imprescindible de su legitimidad” (en oposición a “las ‘minorías intensas’ que pretenden imponer su verdad y su concepto de justicia por sobre la voluntad mayoritaria de la sociedad”).

Coincide en esto Página/12 con los otros medios: más allá de si los sucesos del 19/20 hayan sido reivindicables o no, está claro que de ninguna manera se debe permitir a las multitudes cuestionar al Estado mismo, a las sagradas elecciones –como supuesta expresión de la “voluntad mayoritaria”-, al pacifismo social, a la legalidad, etc., en definitiva, a las reglas de juego que impone el poder enajenado. Las “minorías intensas” seríamos los desacatados que nos negamos a subordinarnos a un sistema que no surge de nosotros mismos sino de una minoría privilegiada…

También sostiene Página/12 en el mismo artículo: “en rigor, los climas revolucionarios nunca duran mucho: terminan porque hay que ‘volver al trabajo’, a las rutinas, a los días grises de la normalidad. Lo que diferencia a los estallidos populares entre sí es el paisaje social que les sobrevive”.

Pero ¿qué quiere decir Página/12 con todo esto? Para este diario, en el mejor de los casos, los “climas revolucionarios” se distinguirían por sus consecuencias prácticas, con lo cual la praxis revolucionaria concreta no existiría. Para Página/12 probablemente carezcan de valor la formación de soviets en la Rusia de 1905 y 1917, las colectivizaciones de la Guerra Civil española de 1936, la ocupación de fábricas y facultades del mayo francés de 1968 y la negación práctica de la enajenación que conlleva cada una de ellas. Seguramente resaltará de ellas únicamente sus consecuencias: el estalinismo, el triunfo del franquismo y la restauración de la legalidad francesa. De esta manera se ahorra la molestia de tener que reconocer la existencia de toda una historia revolucionaria, paralela y contraria a la historia de la dominación, de sus aparatos y sus caudillos (reconociéndola a lo sumo como puntos de inflexión disconexos y vacíos de su contenido real). Muy felices están los intelectuales reformistas estilo Página/12 de todo el mundo, sabiendo que tarde o temprano la turba iracunda volverá al trabajo y a los días grises de la normalidad, es decir, a la rutina enajenada de la sociedad enajenada, porque saben que de esa manera podrán mantener sus privilegios de eternos profetas de la transformación “gradual y pacífica”, de guionistas del espectáculo social, y mejor aún, de empresarios y políticos que son muchos de ellos. Ni siquiera hace falta mencionar que igualmente feliz está también todo el resto de la clase dominante, a la que le hacen el favor de alejar esas ideas “alegremente subversivas” de millones de cabezas.

Pero estas no son todas las versiones. Podemos encontrar fácilmente en miles de volantes y prensas, la caracterización de los hechos que realiza el ala izquierda de la política enajenada, formada principalmente por partidos pos-bolcheviques. Este enfoque varía según el grupo en cuestión, pero en general, coincide en considerar al “estallido” como una especie de 1905 ruso, es decir, como un movimiento revolucionario o pre-revolucionario más o menos espontáneo, llevado a cabo por una masa de “trabajadores” incapaz de dirigirse a sí misma, que por lo tanto requeriría de un Partido que la guíe a la victoria.

Además de ser esta la única medicación que conoce la izquierda enajenada para todas las enfermedades, resulta visiblemente falaz, y a la vez esconde su concepción completamente alienada de la dinámica social, del movimiento de multitudes y de los procesos revolucionarios.

Ante el indiscutible argumento de que, de hecho, participaron decenas de partidos pos-bolcheviques de todas las tendencias (pos-trotskistas, pos-estalinistas, pos-maoístas, etc.) en el movimiento asambleario de diciembre de 2001, ellos suelen responder que los partidos existentes, o bien no eran “lo suficientemente grandes”, o bien no poseían “la línea acertada”, o bien acusan cada uno a los otros de sabotear su accionar dirigente, o peor aun, responsabilizan por el “fracaso” al “prejuicio antipartidario y macartista” de las “masas” que no se quisieron dejar guiar por la vanguardia…

Los cuatro argumentos son de por sí ridículos. Empezando por el primero de ellos, y aún sin cuestionar la lógica enajenada que le subyace, se lo puede refutar fácilmente: es cierto que los partidos pos-bolcheviques fueron muy minoritarios en las asambleas populares (y en general lo son también en todos los ámbitos, excepto tal vez entre los circulos militantes), pero lo que jamás se detendrán a analizar es que este problema no es gratuito, sino que se debe a una razón muy profunda, que es el total desprecio que sienten las multitudes por esos grupúsculos proféticos alienados, autistas, anacrónicos, dogmáticos, soberbios, sectarios y burocráticos, y que no proviene del "macartismo", de la indiferencia ni de los "prejuicios pequeñoburgueses", sino simplemente de la imposibilidad humana de tolerar la terquedad de sus sermones, la arrogancia de sus intentos de copar todo desde arriba, el infantilismo de sus peleas internas, la turbiedad de sus maniobras, etc. ¿Qué clase de “partido de masas” esperan construir en esas condiciones?. El tercer argumento no necesita ni siquiera una respuesta, por la poca seriedad y la mucha inmadurez de su contenido.

Pero ahora sí, para responder a los cuatro argumentos de conjunto, y analizar en profundidad la lógica enajenada que posee dicha izquierda en todos sus aspectos, es necesario dar una última versión y visión de los sucesos, que es en este caso la del autor de esta nota.

El movimiento popular iniciado en diciembre de 2001, que fue progresivamente entrando en reflujo a lo largo del año siguiente hasta prácticamente desaparecer, fue muy complejo y heterogéneo, y ninguna caracterización de una carilla lo puede explicar en profundidad. A grandes rasgos, se podría decir que tuvo sus antecedentes en las luchas sociales de las dos décadas posteriores la dictadura militar, en especial en las del movimiento piquetero surgido a mediados de los noventa. Sus desencadenantes fueron: el corralito bancario impuesto por el gobierno aliancista y su ministro Cavallo, los saqueos provocados por la desesperación popular –aunque iniciados probablemente por alguna fracción del Partido Justicialista, pese a que después se le fuera de las manos-, y finalmente el Estado de Sitio impuesto por el gobierno en respuesta a todo lo anterior. Los primeros en salir a la calle la noche del 19 fueron los ahorristas perjudicados, pero se le sumaron rápidamente decenas de miles, tal vez inclusive cientos de miles de personas de todas las edades, en especial de clase media, cantando “¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!”. Comenzaron los enfrentamientos con las fuerzas represivas, que se prolongaron todo el día siguiente y se repitieron por algunas semanas. Esa misma noche renunció Cavallo, y en la tarde del 20 lo hizo también el presidente De la Rúa. A los combates callejeros se sumó el movimiento piquetero de las barriadas pobres, junto a cientos de jóvenes de todas las clases. Se formaron rápidamente Asambleas Populares en todo el país, especialmente en los barrios de clase media y media alta, mientras que en las barriadas populares crecían vertiginosamente las distintas agrupaciones piqueteras (muchas de ellas también asamblearias). Ambas alas del movimiento se sentían unidas y lo manifestaban con la consigna ¡Piquete y cacerola, la lucha es una sola! Luego de las jornadas del 19 y 20, el movimiento persistió multitudinariamente hasta la designación del presidente Eduardo Duhalde, previa designación y renuncia de los presidentes Puerta, Rodríguez Saa y Camaño. Sus consignas eran principalmente la renuncia de la corte suprema y la devolución de los ahorros, pero subyacían motivaciones mucho más profundas. Luego de la designación de Duhalde, las Asambleas Populares comenzaron a retroceder, mientras que siguieron firmes las agrupaciones piqueteras, teniendo estas su pico de convocatoria el 26 de junio de 2002, en el corte al Puente Pueyrredon que fue reprimido con balas de plomo.

Como se puede observar, la composición del movimiento real y concreto de diciembre 2001-primera mitad de 2002 era muy heterogénea, tanto en clases sociales como en edades, ideologías, experiencias militantes, etc. Era este el sujeto de la revuelta popular, y no la masa amorfa de “trabajadores” que pretende la izquierda enajenada, categoría ideal que le sirve para despojar de subjetividad a las multitudes y ponerse a la cabeza de ellas.

Tanto las Asambleas Populares como las agrupaciones piqueteras asamblearias (como los M.T.D., etc.) significaban en la práctica (y llevaban al mismo tiempo como ideología) una negación de la escisión que realiza el sistema entre intelectuales dirigentes (sujeto) y masa dirigida (objeto), y que la izquierda enajenada reproduce sin el menor cuestionamiento, bajo el esquema “profesionales revolucionarios organizados en Partido – masas subordinadas al Partido directamente o a través de los sindicatos, soviets y demás organizaciones dirigidas por el Partido”. El movimiento asambleario por lo tanto se escapaba completamente a los modelos prefabricados de esa izquierda, y era incompatible desde su esencia con ella.

El movimiento de multitudes como sujeto de su propio pensar-accionar colectivo, con el pleno protagonismo de las bases humanas en las que se sustenta, a través de la organización asamblearia y federalista, sin enajenar el poder de dirección de sí mismo, es en sí (y sin necesidad de ningún ente externo) la realización revolucionaria en la práctica. La autogestión generalizada como horizonte de la revolución social, no es más que la expansión de ese movimiento hasta englobar a toda la sociedad, disolver el aparato de dominación y abolir la estructura social de clases.

Para la izquierda enajenada, lo único revolucionario de las jornadas del 19 y 20 fue la movilización masiva y la ruptura con las expresiones políticas de la burguesía que significó. Para llegar más lejos hubiera sido necesario, según ésta, que el movimiento abandonara esas infantiles-anarquizantes-pequeñoburguesas-macartistas ideas de democracia directa y los prejuicios antipartidarios, para recibir con los brazos abiertos a su vanguardia consciente, que sin ninguna duda lo hubiera llevado por El Correcto Camino (en oposición a todos los demás).

Sin necesidad de aclarar que, de haber existido el tal Partido Revolucionario de masas (imposible por lo descrito anteriormente) y de haber guiado efectivamente al pueblo a la insurrección armada y la toma del poder (también imposible, porque ese “pueblo” estaba muy lejos de querer tomar las armas y de iniciar una guerra prolongada y sin un fin certero, y además carecía de la experiencia, de la organización, de la confianza en sí mismo y de la radicalización práctica e ideológica necesarias para enfrentar tamaña tarea), la consecuencia hubiera sido una dictadura de ese Partido sobre el pueblo, que rápidamente se hubiera vuelto totalitaria, repitiendo la historia de las detenciones y asesinatos de revolucionarios, las represiones a comunas populares, el partido único y sin tendencias, los gulags y finalmente el estalinismo y la contrarrevolución internacional.

Pero a todo esto cabe preguntarse ¿podría realmente el movimiento de diciembre de 2001 haber llegado más lejos de donde llegó, en las condiciones concretas en que se produjo? ¿Podría haberse evitado el reflujo y constituido un factor de contrapoder permanente? ¿Podría haber construido organizaciones estables? ¿Podría haberse radicalizado en la práctica y en la ideología, a tal punto de volverse partidario de su propia expansión a toda la sociedad, unificando a todos los sectores en lucha en un frente compacto, por fuera y en contra de las instituciones del sistema, y movilizando a los que todavía no lo hubieran hecho?

Estas preguntas son muy difíciles de contestar, excepto obviamente para la izquierda enajenada y su elixir partidario, que ya conoce de antemano la respuesta a todos los interrogantes que un ser humano se pueda formular. Se pueden extraer en cambio algunas conclusiones, cuestionables como todo, que puedan contribuir a que los próximos movimientos surjan en mejores condiciones y lleven todavía más lejos su potencial.

Entre ellas está la importancia de formar algunos núcleos permanentes y organizados de militantes (o sea, que sobrevivan a cualquier posible reflujo del movimiento de multitudes y a las circunstancias adversas en general) que, siendo una parte más del movimiento de multitudes (o sea, sin sustituirlo en su centralidad y subjetividad, ni quitarle protagonismo a las bases, ni subordinarlas, ni proclamarse su “vanguardia consciente” ni arrogarse derechos especiales) pueda contribuir con su accionar organizado a superar las falencias del movimiento (aunque obviamente no podría hacer milagros y llevarlo más allá de sus posibilidades reales), bajo la firme creencia de que la emancipación de las multitudes será obra de las multitudes mismas.

Este accionar consistiría en la intervención militante (con respeto, humildad, paciencia, dedicación, diálogo y yendo al ritmo del más lento) en todos los frentes de lucha, contribuyendo (es decir, junto al resto del movimiento, y no por encima suyo) a la creación de contrapoder, a su expansión, consolidación y radicalización (tanto práctica como ideológica), a la unión y coordinación de todos los focos existentes, al estudio y difusión de la experiencia histórica acumulada, al análisis y explicación de los mecanismos de dominación del sistema, entre otras tareas similares, que por supuesto no serían infalibles.

Estos núcleos serían por lo tanto organizaciones específicas, en tanto su objetivo específico sería la proyección (a partir de la contribución a su desarrollo, y a su surgimiento cuando directamente no existiera) del movimiento real de las multitudes hasta alcanzar la autogestión generalizada de la sociedad. Por lo tanto, deberían estar formados exclusivamente por partidarios firmes y convencidos de la auto-emancipación. Sus tareas de contribución se diferenciarían diametralmente de las tareas de dirección que sostiene como necesarias la teoría bolchevique, en que las primeras apuntarían al desarrollo del movimiento como sujeto, mientras que las segundas pretenden su subordinación como objeto.

A diferencia del bolchevismo y su Partido Revolucionario, las organizaciones específicas no necesitan imponerse una sobre las otras para imponer “la línea correcta”, en primer lugar porque no existe tal cosa, y en segundo lugar, porque su objetivo es mucho más humilde, y se puede llegar a él con mucha más facilidad colaborando mutuamente que atacándose entre sí. En este sentido, resulta siempre muy productiva la coordinación de todas las organizaciones específicas, y de ser posible (y conveniente en la coyuntura en particular) su federación y hasta su fusión en una sola gran organización que pueda dar toda su fuerza al movimiento de multitudes.


Alegre Subversión, 20 de diciembre de 2006 (http://alegresubversion.blogspot.com/)