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Palabras Rojas
 
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viernes, diciembre 28, 2007

En defensa del bolchevismo

La desaparición de la URSS en 1991 dio una inyección de fuerza a todas las tendencias que atacaban al bolchevismo, tanto desde el campo burgués como desde el campo revolucionario. En este último caso, crecieron enormemente corrientes como el autonomismo, y revivieron algunas que habían sido enterradas por la historia, como el anarquismo y el consejismo.

Esta izquierda antibolchevique emprendió una tarea de cuestionamiento a todos los pilares de la teoría desarrollada por Lenin y sus colaboradores. Veían en ellos el germen, la semilla de lo que luego sería el estalinismo y todos los regimenes burocráticos (europeo oriental, chino, cubano, vietnamita, yugoslavo, camboyano, etc.).

Todas estas críticas comparten un fundamento en común: la degeneración burocrática de la URSS no sería producto de sus circunstancias específicas, de sus condiciones nacionales e internacionales de existencia, sino del desarrollo de lo que ya estaría contenido en esencia en el núcleo de las concepciones teóricas del bolchevismo.

Según estas corrientes, el Partido Bolchevique se habría limitado a tomar para sí el poder político, “en nombre” del proletariado, e inclusive dejando relativamente intacto el aparato estatal burgués-zarista. La consigna “todo el poder a los soviets” habría sido solamente una maniobra de los bolcheviques para ascender al poder llevados por la ola del movimiento del masas, tras lo cual se habrían dedicado a eliminarlos estableciendo su propia “dictadura totalitaria de partido”. Todo esto, motivados por sus propios intereses personales, de convertirse en los nuevos gerentes estatales de las empresas expropiadas, configurando un “capitalismo de Estado”, tan malo o inclusive peor que el capitalismo de mercado. El estalinismo, por lo tanto, solo sería la continuación del bolchevismo, o su “profundización”, al igual que los otros regímenes burocráticos.

Todas estas cosas tendrían su origen en la supuesta concepción bolchevique de que “las masas no pueden gobernarse a sí mismas” por lo cual deberían dejarle el lugar a su “vanguardia revolucionaria”. Para demostrar que esa sería verdaderamente la concepción del bolchevismo, esta izquierda antibolchevique recurre a un cúmulo de citas descontextualizadas y muy mal comprendidas de distintas obras, y en particular del ¿Qué Hacer? de Lenin de 1902.

Hacen especial hincapié en el siguiente fragmento del mencionado texto:

“Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata. Esta sólo podía ser traída desde fuera. La historia de todos los países demuestra que la clase obrera está en condiciones de elaborar exclusivamente con sus propias fuerzas sólo una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar al gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc.*. En cambio, la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por intelectuales, por hombres instruidos de las clases poseedoras.”

Y también, en el siguiente fragmento de Kautkzy, citado por Lenin pocas líneas después de lo anterior:

“es del cerebro de algunos miembros de este sector de donde ha surgido el socialismo moderno, y han sido ellos quienes lo han transmitido a los proletarios destacados por su desarrollo intelectual, los cuales lo introducen luego en la lucha de clase del proletariado, allí donde las condiciones lo permiten. De modo que la conciencia socialista es algo introducido desde fuera (von auBen Hineingetragenes) en la lucha de clase del proletariado, y no algo que ha surgido espontáneamente (urwüchsig) dentro de ella. De acuerdo con esto, ya el viejo programa de Heinfeld decía, con toda razón, que es tarea de la socialdemocracia introducir en el proletariado la conciencia (literalmente: llenar al proletariado de ella) de su situación y de su misión. No habría necesidad de hacerlo si esta conciencia derivara automáticamente de la lucha de clases. El nuevo proyecto, en cambio, ha transcrito esta tesis del viejo programa y la ha prendido a la tesis arriba citada. Pero esto ha interrumpido por completo el curso del pensamiento... "

De esos fragmentos, la izquierda antibolchevique extrae la conclusión de que, según Lenin, la clase obrera carecería completamente de conciencia (en un sentido general) y por lo tanto sería incapaz de gobernarse a sí misma y a la sociedad, por lo cual debería ser reemplazada en esa tarea por su vanguardia revolucionaria, el Partido.

Sin embargo, este punto de vista resulta completamente falso.

En primer lugar, tanto Kautzky como Lenin hacen referencia a un tipo particular de conciencia: la conciencia socialista, es decir, la comprensión global del lugar del proletariado en la sociedad y en la historia, del proceso de la explotación, del carácter de clase del Estado, etc. Cuando esos autores hablan de conciencia socialista, están hablando de una elaboración teórica, científica, que parte del estudio histórico y sociológico y de la reflexión filosófica.

Es esa elaboración la que no brota naturalmente del instinto o la experiencia tradeunionista (es decir, sindicalista) de los obreros, de la misma forma en que los conocimientos teóricos sobre, por ejemplo, la electrónica, no brotan naturalmente del uso de artefactos.

Sin embargo, la carencia de una conciencia socialista no significa, ni mucho menos, la carencia de “conciencia” en un sentido general. De ninguna forma Lenin está afirmando que los obreros sean estúpidos (como pretende la izquierda antibolchevique). El proletariado puede y debe gobernarse a sí mismo y a la sociedad, pero sólo tenderá a hacerlo (rompiendo radicalmente con la ideología burguesa) en la medida en que pueda fusionar su movimiento real con la conciencia socialista.

La concepción de que el proletariado debe ser dirigido verticalmente, de forma unidireccional, con aceptación acrítica de las consignas de la “vanguardia revolucionaria”, con recepción pasiva y sin elaboración propia, no es para nada la del bolchevismo, sino la de su degeneración cancerígena: el estalinismo.

Precisamente, si la intención del bolchevismo hubiera sido establecer una relación con el proletariado del mismo tipo de la que un pastor tiene con sus ovejas, no hubiera hecho hincapié en la necesidad de educar al proletariado: nada mejor para el pastor que la ignorancia del rebaño.

Por el contrario, todo el esfuerzo del bolchevismo, y de la socialdemocracia revolucionaria de la que proviene históricamente (fundada y desarrollada bajo la influencia de grandes teóricos y dirigentes de la talla de Marx y Engels), consistió siempre en proveer al movimiento obrero de esa conciencia socialista, mediante la cual este podría dirigirse concientemente hacia su emancipación y la de la humanidad toda.

Esta relación dialéctica entre el movimiento real del proletariado y su conciencia socialista ya había sido expresada por Marx en su Manifiesto del Partido Comunista de 1848:

“¿Cuál es la posición de los comunistas con respecto a los proletarios en general?
Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros.
No tienen intereses que los separen del conjunto del proletariado.
No proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar el movimiento proletario.

Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto.

Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario.

El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del poder político por el proletariado.
Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo.
No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos.”

Con la frase “teóricamente, (los comunistas) tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario.”, Marx está definiendo precisamente esa conciencia socialista, esa elaboración que no es ni un gran invento ni un gran descubrimiento de ningún genio, sino una reconstrucción de conjunto del movimiento de la historia, sus contradicciones y posibles desenlaces.

Es la posesión de la conciencia socialista lo que diferencia a un comunista de cualquier otro proletario, y lo que le permite “impulsar adelante a los demás”. Pero el comunista no pretende erigirse en pastor de los proletarios, sino contribuir a su constitución en clase, y por lo tanto, al derrocamiento revolucionario de la burguesía y a la conquista del poder político por parte de esa clase.

Esta dialéctica fue la que llevó a cabo siempre el ala revolucionaria de la socialdemocracia, resistiendo los embates del revisionismo oportunista de Bernstein y compañía primero, y de Kautzky y los renegados más adelante. La enorme tarea de elevación política y cultural del proletariado, la construcción de bibliotecas y de casas del pueblo, la traducción de las obras teóricas revolucionarias a todos los idiomas, e infinitos etc. dan cuenta de la voluntad de llevar la conciencia socialista a las masas proletarias, para que estas se emancipasen a sí mismas, a través de su partido político independiente y de los órganos de poder que constituyesen en el transcurso de la lucha (la Comuna de Paris es un gran ejemplo de ello). Rosa Luxemburgo fue también una gran exponente de esa tarea, siendo ella un ícono que ni siquiera los antibolcheviques se atreven a cuestionar, por su enorme autoridad moral y su impecabilidad militante. La misma Rosa que dejara estampadas las palabras: “el futuro pertenece en todas partes al bolchevismo”.

Los bolcheviques no abandonaron en ningún momento a la socialdemocracia revolucionaria, sino que la salvaron de la desviación oportunista y reformista que luego se volvió abiertamente reaccionaria, encabezada por Bernstein primero y por Kautzky luego. Fueron, por lo tanto, la continuidad histórica, teórica y militante de la obra emprendida por Marx y Engels, que dotó por primera vez al proletariado mundial de su teoría revolucionaria y de su organización política independiente, la Asociación Internacional de los Trabajadores fundada en 1864.

La tarea que los bolcheviques desempeñaron desde su formación como tendencia hasta la degeneración burocrática, fue siempre la misma: fusionar la conciencia socialista con el movimiento obrero, para que este se emancipe a sí mismo.

Para ello actuaron siempre con un mismo método, que es también el que proponían Marx y Engels: participar en todas y cada una de las luchas del proletariado, aún por las reivindicaciones más inmediatas y fragmentarias, exponiendo en ella la posición política que se deduce de esa visión de conjunto. Con una línea clara y coherente, con flexibilidad táctica pero sin vaivenes oportunistas ni delirios sectarios, fueron ganándose el respeto del movimiento proletario, en las luchas sindicales, en la lucha contra la guerra, en la lucha contra la autocracia zarista y por las libertades democráticas, en la lucha de los campesinos por la tierra y de la mujer por sus derechos. Sin rendirse ante la presión de las circunstancias, sin ceder a la tentación de seguir por la línea de menor resistencia. Manteniendo siempre la más firme independencia política, y sin ocultar en ningún momento sus principios, medios y finalidades.

De esta forma, el partido de los bolcheviques fue transformándose cada vez más en el partido de la clase obrera, no porque se autoproclamara como tal ni por una metafísica de la “representación”, sino porque cada vez más obreros veían en él a su propio programa, y por lo tanto, a su propia organización y sus propios referentes.

La conquista del poder político por los soviets del proletariado en octubre de 1917, la destrucción del aparato estatal zarista, la conformación del Ejército Rojo con núcleo en las fábricas y campos, la expropiación revolucionaria de los medios de producción por parte de las masas, y tantos etc., demostraron cuán correcta había sido la política de la socialdemocracia revolucionaria, de Marx y Engels, de Luxemburgo, de Lenin y de Trotsky.

La degeneración burocrática que sufrieron la URSS y la Internacional Comunista, no pudo ser producto de todo lo que llevó al proletariado a su victoria, sino precisamente de todo lo contrario. Todo aquello que en condiciones normales hubiera llevado al aplastamiento de la revolución en manos de la reacción burguesa (apoyada en sectores de la clase media urbana y rural), o a la cooptación de las direcciones obreras por parte del Estado burgués (como en la burocratización de los sindicatos y de los partidos socialdemócratas en Occidente), llevó, en condiciones de dominación política del proletariado, a una anomalía histórica: a la deformación, al cambio de signo, a la contrarrevolución desde adentro de la revolución. De idéntica forma a la que un cáncer devora a una persona desde sus mismas entrañas, hasta que la termina matando. Solo que la Revolución Rusa no se limitó a morir, sino a dar nacimiento a su imagen especular, a su versión invertida, a su alma en pena: los regímenes burocráticos que se expandieron por todo el mundo tras la segunda guerra mundial.

sábado, diciembre 15, 2007

La alegre subversión

Cuando las masas humanas son arrastradas al torrente de la lucha, aunque sea por la necesidad defensiva de resistir a la pérdida de lo que ya tienen (trabajo, salario, etc.), logran sustraerse parcialmente y por un momento del enorme peso enajenante de las relaciones sociales capitalistas. En la lucha, ya no son “empleados” de un patrón, “alumnos” de un colegio o facultad, “ciudadanos” de un Estado burgués o marginales sin lugar en la sociedad: son compañeros.

El compañerismo en la lucha, como relación social, implica romper con la pasividad y con el rol de las personas como objetos. Es decir, recuperar la subjetividad que está enterrada por la pesadez de la vida alienada.

Una lucha realmente masiva, con un protagonismo real de las bases, no puede más que liberar toda la creatividad contenida adentro de esas personas. Toda esa capacidad humana volcada hasta el momento a una actividad dominada por otros, reglamentada, vigilada, etc. emerge ahora de sus profundidades y demuestra que el ser humano puede dirigir sus asuntos de una forma muy diferente a la que nos obligan habitualmente.

Esa creatividad, esa iniciativa que surge del interior mismo del movimiento, ese protagonismo, en definitiva, esa alegre subversión, es el alma, el corazón y el cerebro de las luchas populares genuinas, auténticas. La vitalidad de esas características es la vitalidad de las luchas: sin una no puede existir la otra.

La historia de la actividad política independiente de las clases oprimidas da sobrados ejemplos de esa efervescencia creativa, mayor mientras más masivo y profundo sea el movimiento. Si todas estas características ya están presentes en las minúsculas luchas gremiales (de trabajadores, de estudiantes, de desocupados), se potencian de forma gigantesca en los procesos revolucionarios. En ningún otro momento queda tan claramente demostrado el ingenio de la especie humana, su capacidad de generar infinitas soluciones, como en esos procesos. Alcanza con estudiar la Revolución Francesa, la Comuna de Paris, las revoluciones rusas de 1905 y 1917, la Revolución Española de 1936 o tantas otras, para notarlo inmediatamente.

¡Que todos los grandes principios sean puestos en discusión!, exigían los enragés franceses de 1792. Nada puede escaparse de la implacable mirada crítica de un pueblo movilizado. Y esto quedó claro, nuevamente, en mayo de 1968 y para toda la generación que le siguió, inclusive para los que, nueve años después, darían lugar al estallido punk en las calles de Londres.

¿Cuántas veces el placer subversivo de la lucha logró relegar a un segundo plano a las consignas que lo desataron? Incontables. “Voy a extrañar el acampe”, decía una compañera trabajadora del casino tras semanas de huelga y piquetes. “Voy a extrañar la toma”, decían varios estudiantes del Nacional Buenos Aires, después de mantener el colegio ocupado durante una semana. Muchos textos sobre el mayo francés coinciden en que una de las razones de la prolongación de la huelga en varias empresas, era que sus trabajadores ya no querían volver a trabajar como antes. Era preferible ser compañeros, y no empleados.

La revolución social, en el fondo, implica llevar todo esto hasta sus últimas consecuencias. Sin embargo, para ello es imprescindible también la revolución política, es decir, la destrucción política y económica de la clase dominante, y la construcción de un nuevo Estado de los trabajadores y el pueblo.

De la misma forma, no alcanza tampoco con la creatividad de las multitudes: hace falta también una orientación política clara, coherente, que parta de una visión de conjunto, histórica, materialista, es decir, dialéctica. Y esa orientación sólo la puede dar un partido revolucionario, que actúe con la más sólida unidad de acción, y en cuyo interior se de el más amplio debate. Es decir, que posea un régimen de centralismo democrático.

Es la relación de mutua alimentación entre la alegre subversión de las masas, su creatividad e iniciativa, y la actividad de un partido revolucionario, la que permite que el movimiento en su conjunto avance, superando todos los obstáculos, hacia la revolución social y política que puede garantizar que la vida en su conjunto sea más parecida al compañerismo militante que a la esclavitud asalariada.