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miércoles, febrero 07, 2007

Sobre el protagonismo de multitudes

Un cambio real, en la vida social y en nuestras propias vidas, sólo puede pasar por nosotros mismos. Y con “nosotros” quiero decir TODOS nosotros, todas las personas que estamos en el “abajo” de la sociedad, en el sentido de que no somos los que manejan los hilos de lo que pasa en el mundo, ni tenemos ninguna incidencia en el Poder, ni dirigimos grandes empresas, ni mafias ni Estados enteros.

Entender que el sujeto revolucionario es algo tan poco académico como “la gente común” es el centro de todo proyecto de transformación radical.

Las consecuencias de este simple principio son gigantescas, entre otras:

1) No hay que esperar a que venga un Mesías, un líder-caudillo-dirigente (ya sea político, empresario, militar, cura, intelectual, profesional, científico, sindicalista, guerrillero, etc.) a “guiarnos” a la victoria para empezar a ser protagonistas completos de la vida social. Podemos (y debemos) empezar a actuar ya mismo.

2) Aún si una persona se destacara de entre las demás y adquiriera rasgos de “líder de masas”, tampoco deberíamos seguirla ni esperar nada de ella. Cada milímetro de iniciativa y protagonismo que perdemos en mano de los dirigentes, es un paso importante hacia la burocratización y el totalitarismo. Y ya sabemos muy bien como terminan las burocracias y los totalitarismos.

3) De la misma manera, tampoco podemos seguir a, ni depender ni esperar nada de ninguna organización que no sean las nuestras propias, las que creemos, protagonicemos, dirijamos y controlemos. De nada nos sirven los partidos políticos, ni ningún tipo de agrupación aspirante a vanguardia dirigente. Es más, muy probablemente, esas organizaciones serán un obstáculo a cualquier proceso revolucionario real, porque siempre intentarán conservar para sí mismas algo del viejo poder enajenado, o terminarán creando nuevos tipos a partir de cada espacio que les dejemos vacante. Por estar razón, hay que saber prevenir a tiempo la burocratización, controlando severamente a todos los militantes de esas agrupaciones que participen en nuestros movimientos y organizaciones, limitándoles el acceso a los puestos de representación/coordinación/administración, etc., e inclusive, si comienzan a ser una molestia real, expulsándolos de todos nuestros espacios. No importa cuantas “buenas intenciones” tengan: el vanguardismo engendra burocracia y atenta contra la democracia directa, y esto ha sido demostrado de sobra por la historia de las experiencias de transformación de la vida social e individual

4) Nunca, nunca tenemos que perder la iniciativa o bajar la guardia. La triste realidad es que ya es muy poco probable que triunfemos haciendo las cosas correctamente, y estas probabilidades disminuyen drásticamente mientras más nos descuidemos, mientras más expectante sea nuestra actitud. La militancia para la transformación tiene la lógica inversa a la de cualquier programa televisivo: tirarse en el sillón a esperar que las cosas pasen es sinónimo de suicidio.

5) Los ídolos son contrarrevolucionarios (y hasta contrarreformistas). El ídolo, el humano deificado, adorado, es justamente la negación del protagonismo de las multitudes anónimas, de la gente común, de los de abajo. En este punto se pueden agregar varias consideraciones más: no nos tiene que resultar extraño que el gran espectáculo fabrique ídolos permanentemente. Ídolo, culto a la personalidad, religión, observación pasiva, expectativa, dependencia, espectáculo, son todas caras de una misma moneda. No importa cuan subversivo sea o haya sido el ídolo en cuestión, no importan sus dotes como dirigente, su carisma, su retórica, ni su sacrificio y entrega a la causa, así como tampoco importan las ideas que predique. La relación ídolo/creyente es una de las bases de toda jerarquización, el fundamento último de la especialización del Poder como área separada de la vida social monopolizada por “profesionales”, en definitiva, una de las fuentes de las que emana la separación de la sociedad en clases. Por esta razón, el sistema disfruta intensamente de convertir en ídolos a nuestros referentes, y más aún si pueden volverlos mercancías y obtener dinero de su comercialización. Que exista algo como un “museo del Che Guevara” es una aberración completa y un contrasentido total, o mejor dicho, algo totalmente coherente dentro de los parámetros de la sociedad de clases.

6) No puede existir una única filosofía revolucionaria, ni un único pensamiento político, moral, etc. en definitiva, ninguna ideología que se pretenda a si misma como “LA” ideología. Las ideologías auto-referenciales, además de generar sectarismo y por lo tanto exclusión, tienden a anular la capacidad de pensamiento propio, y por lo tanto a volver a las personas incapaces de afrontar los duros embates de la realidad, y además facilita la formación de grupos proféticos que se pretendan los intermediarios entre el mundo divino de La Idea y las masas brutas, y que terminarán convirtiéndose en los burócratas del mañana.

7) De nada sirven los “modelos de conducta” que ninguno de nosotros puede imitar. Jesucristo y el Che Guevara pueden haber sido personalidades muy respetables, pero el modelo de ser humano que predicaban es imposible de adoptar por la gente común, al menos en las actuales generaciones que fuimos criados por la sociedad de clases. Levantar las banderas de la “conducta impecable”, puramente altruista, de sacrificio pleno, solo puede llevar hoy en día a tener un discurso hipócrita no respaldado por hechos reales, y a que la mayoría de la gente nos mire como a extraterrestres. Mucho más realista y útil es ponerse objetivos de conducta que todos podamos cumplir, como por ejemplo: tratar al menos de tener en cuenta a los demás, respetarlos y respetarse a uno mismo, no agredir innecesariamente, intentar pensar y proyectar a futuro, buscar desarrollar una visión de conjunto sobre las cosas (en oposición a la visión “sectorialista”), etc. De esta manera, podemos ser completamente coherentes entre el discurso y la acción, y no espantar a las personas que, como nosotros, distan muchísimo de ser el “hombre nuevo” o el “cristiano libre de pecado”.

8) El anonimato es revolucionario. Mientras menos destaquen ciertos individuos particulares, y más se extienda el protagonismo de la gente común, más cerca se está de transformar la vida social e individual. Por más que sea necesaria la existencia de funcionarios, y que la dinámica social genere inevitablemente cuadros y referentes, es fundamental evitar la formación de polos de poder separados de las multitudes. De esto y de otras cosas se desprende:

9) Una de las principales herramientas de la democracia directa es la revocabilidad de los funcionarios. Esto significa que todo funcionario puede en todo momento ser revocado por las multitudes, y de hecho, es sano y conveniente que así sea para combatir la corrupción, la ineficiencia, la burocracia, etc. La revocabilidad no es solo una figura formal: se debe convertir en una práctica casi cotidiana. Funcionario que no alcance el rendimiento exigido por la gente, o que comience a adquirir demasiado poder, funcionario que debe ser revocado inmediatamente y sin ningún tipo de obstáculos. De la misma manera, también es central que se reporte constantemente todo problema administrativo, que se denuncie todo acto antidemocrático o corrupto, etc.

Todas las personas deben ser educadas para poder ejercer un cargo público. Lo ideal sería que no se consoliden “especialistas”, sino que exista una gran cantidad de cuadros preparados para rotar en esos cargos, surgidos de las mismas multitudes en todos sus ámbitos.

10) Los procesos de transformación no emanan de un “centro” fijo hacia una “periferia” también fija, ni tienen un curso predefinido. Pueden brotar en cualquier ámbito y de cualquier sujeto, de forma interrelacionada o aislada. No hay “un” movimiento de transformación: todas las multitudes pueden devenir en él. De hecho, el proceso de transformación ya existe subterráneamente en muchos lugares en distintas medidas, a veces de forma más manifiesta y otras, más oculta, a veces de forma auto-consciente y otras, inconsciente, formulada a veces de forma más clara y coherente y otras, más difusa y contradictoria.