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Palabras Rojas
 
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miércoles, abril 02, 2008

Sobre el conflicto del campo

El blog vuelve después de un impasse con un tema poco habitual en él. Por las dudas se aclara: las opiniones expresadas son personales, discutibles y sujetas a posibilidad de revisión y cambio.

Durante estas semanas, un conflicto logró ganar un protagonismo central en los medios de comunicación e irrumpir en la sociedad generando un nivel de discusión e interés político que hace mucho tiempo no se veía. Ese conflicto es el del campo.

No se va a explayar en este espacio sobre lo que ya todos saben: el gobierno de los Kirchner implementó un sistema de retenciones móviles más elevadas que las que había hasta el momento, las principales organizaciones de productores agrarios respondieron con un lockout patronal de 21 días, se desarrollaron piquetes en las rutas de todo el país y cacerolazos en algunos barrios urbanos.

Hay en todas esas cosas algunos elementos que vale la pena destacar: mientras que el lockout es impulsado principalmente por las organizaciones agrarias (Sociedad Rural, Federación Agraria, etc.), y llevado a cabo por todo el espectro de productores rurales, los piquetes tienden a ser autoconvocados y protagonizados por los así llamados “pequeños productores”.

Este dato llevó a algunas organizaciones que se autodenominan (vaya uno a saber por qué) “revolucionarias”, “socialistas”, “obreras” y “populares” a apoyar políticamente los cortes e inclusive a participar en los cacerolazos de la clase alta y media-alta gorila y reaccionaria. Es el caso principalmente del maoísta PCR y el supuestamente “trotskista” MST (y su ruptura-satélite Izquierda Socialista). Su argumento es que “hay que apoyar a los pequeños productores”, que además “están desbordando a las direcciones reaccionarias”.

Pero hay varias cosas que estas organizaciones “se olvidan” de decir.

En primer lugar, que los así llamados “pequeños productores” no son precisamente la clase social más oprimida ni mucho menos. La mayoría de los que participan en los piquetes poseen o arriendan entre 100 y 200 hectáreas. Para darse una idea, los verdaderos campesinos, que producen para apenas llegar a satisfacer las necesidades de sus familias, y que en su mayoría provienen de comunidades con fuerte presencia indígena, suelen poseer menos de 10 hectáreas.

Pero eso no es todo. Estos “pequeños productores”, volcados principalmente a la exportación a precios internacionales (que ya son altos de por sí) y en dólares (con el tipo de cambio muy favorable), no son precisamente la imagen (muy arraigada en el progresismo centroizquierdista, de cuño peronista o estalinista) de la “burguesía nacional” que produce para el mercado interno con un compromiso nacional y popular. A diferencia de los campesinos, no trabajan la tierra con sus propias manos, sino que explotan a peones por salarios miserables y en condiciones informales y precarias.

Esta mentalidad patronal se expresa claramente en los piquetes, que nada tienen que ver con los piquetes de los obreros ocupados o desocupados que tan comunes se hicieron en la década de 1990. No solo evitan que lleguen los alimentos a la ciudad, causando desabastecimiento y brutales aumentos de precios (que perjudican a la población trabajadora y a las capas medias urbanas), sino que además, tiran comida o dejan que se pudra, en un país y en un mundo en el que siguen habiendo muertos por desnutrición.

Pero además de no ser una clase especialmente oprimida, el programa que levantan sigue siendo el mismo de los grandes propietarios, contra los cuales no se rebelaron: la reducción o eliminación de las retenciones. Esto, de llevarse a cabo, provocaría un enorme aumento de los precios (porque se trasladarían los precios internacionales al mercado interno, al ser mucho más rentable la exportación), generando una cadena inflacionaria que terminaría por licuar los ya de por sí escasos salarios de la clase obrera.

Por estas razones, por más autoconvocados que sean estos “pequeños productores”, por más desbordados que se encuentren con respecto a la Sociedad Rural y su aliada Federación Agraria, sus medidas siguen siendo reaccionarias, y por lo tanto deben ser combatidas por los trabajadores, de forma independiente de los aparatos burocráticos kirchneristas.

El gobierno de los Kirchner intenta posar de izquierdista al combatir discursivamente a la oligarquía, pero el hecho concreto es que todo su proyecto se había basado hasta el momento en enriquecerla aun más, siendo inclusive más tímido frente a ella que el ya de por sí tibio gobierno burgués de Perón. No solo no intentó realizar una reforma agraria, sino que ni siquiera puso en pie un monopolio estatal del comercio exterior, única forma realmente efectiva de garantizar precios bajos para el mercado interno y una gran acumulación de divisas para el Estado.

Precisamente por ser un gobierno burgués, no quiere incitar a los trabajadores a derrotar el lockout con los únicos métodos que realmente funcionan: los de la lucha de clases, la autoorganización desde abajo. Estas cosas harían volar por los aires la hegemonía de los patrones en sus empresas, la legalidad burguesa y el monopolio estatal de la fuerza.

Y al no hacerlo, al mismo tiempo se condena a sí mismo a la esterilidad. Si bien pudo jugar la carta de movilizar a su aparato punteril y burocrático y a sus simpatizantes pequeñoburgueses centroizquierdistas, y esto le permite por el momento cierto margen de maniobra, no es de ninguna forma una solución definitiva. Aún si se lograra una tregua, el conflicto volvería a estallar en poco tiempo o se llegaría a un acuerdo para descargar todo el peso de la crisis sobre las masas trabajadoras.

Si intentara llevar la lucha contra la oligarquía más allá de cierto punto (cosa que de cualquier forma no tiene ningún interés en hacer), se encontraría inmediatamente ante una coalición golpista de todos los sectores burgueses y la pequeñoburguesía reaccionaria, exactamente como ocurrió con Perón en 1955. Y al igual que él, se dejaría derribar sin ofrecer resistencia, con tal de no armar y llamar a movilizar a los trabajadores desde abajo. Esto es exactamente lo que hacen todos los gobiernos burgueses “progresistas”: molestar y lograr enfurecer a los sectores más reaccionarios de la sociedad, y dejarse tumbar por ellos para evitar un “derramamiento de sangre” que de cualquier forma termina ocurriendo (ya que la reacción, cuando toma el poder, no se ve precisamente escandalizada ante el hecho de tener que matar a trabajadores desarmados, cosa que hizo en todas las ocasiones históricas –Chile en 1973 es uno de los mejores ejemplos-)

En síntesis: el lockout, los piquetes y los cacerolazos patronales son reaccionarios y deben ser derrotados con la movilización obrera y popular independiente y autoorganizada. El gobierno es completamente impotente: no hay victoria posible que no sea con los métodos de la lucha de clases. Las organizaciones “de izquierda” que, en vez de tomar esta perspectiva, corren a abrazarse con los “pequeños productores”, deben ser repudiadas en todos lados y por todas las organizaciones combativas, sean agrupaciones, cuerpos de delegados, sindicatos recuperados o centros de estudiantes. En este sentido, el centro de la facultad de Filosofía y Letras dio un excelente ejemplo al votar (el 1/4), en una asamblea masiva como no se veía hace tiempo y con enorme grado de participación (casi 50 intervenciones de todo el espectro de partidos, agrupaciones e independientes), una declaración pública posicionándose políticamente en un sentido muy similar, aún contra la mayoría de la dirección del centro, formada por el PCR-MST.