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sábado, octubre 27, 2007

Historia de la revolución proletaria mundial hasta 1939


Los primeros pasos

La rebelión de los sectores sociales oprimidos es una constante de la historia.

Ya en el mundo antiguo las revueltas de los esclavos rompían habitualmente con la "paz social" de los explotadores. El primer gran nombre que todavía recordamos es probablemente el de Espartaco, el que hizo temblar a la titánica Roma conduciendo un ejército rebelde que logró poner en jaque a sus legiones.

Durante la edad media y en los albores de la modernidad, no faltaron tampoco rebeliones de los campesinos y artesanos, contra la tiranía de los nobles y de la incipiente burguesía.

Sin embargo, estos estallidos no conseguían todavía articular un movimiento político que disputase el poder sobre los asuntos sociales en general y sobre la producción en particular.

La urbanización y el surgimiento de los grandes talleres de manufactura, así como el surgimiento de la flamante burguesía, fueron causa y consecuencia de la progresiva disolución del viejo orden en toda Europa. Fue en este marco que estalló en Francia, a fines del siglo XVIII, el primer gran movimiento político que arrastró a grandes masas populares a luchar por una perspectiva de poder, bajo la bandera de la República. Si bien la dinámica de este movimiento estuvo marcada en líneas generales por la burguesía y sus partidos, asomó también la cabeza, por primera vez en la historia, el fantasma de la independencia política de los explotados, en los sectores "incontrolados" por el jacobinismo, en las asambleas populares y las milicias, aquellos que recibieron el nombre de "rabiosos" (enragés), que no se conformaban con las pequeñas reformas, y que no veían que fuera posible ninguna "libertad, igualdad y fraternidad" si no era con una transformación social profunda. Entendían que o se cambiaba todo o no se cambiaba nada, y por eso clamaban "¡que todos los grandes principios sean puestos en discusión!". Sus cabezas fueron parte de las muchas que rodaron bajo los sucesivos gobiernos burgueses, pero aún así obligaron a estos a tomar medidas mucho más radicales de las que estos hubieran deseado, y que limitaban el desarrollo y concentración de la propiedad privada.

Desde la Revolución Francesa, las capas oprimidas de Europa levantaron la bandera de la República, dándole un sentido propio, diferente al que le daban los liberales burgueses. En la medida en que se fue desarrollando la industria moderna y la relación asalariada, el naciente proletariado se iba apropiando de ella para darle una perspectiva superadora a sus reclamos gremiales.

Las revoluciones de 1848 vieron despertar a un gigante, ahora de forma masiva y clara: el proletariado armado y constituido en clase independiente, presentando sus propias demandas, diferentes de la burguesía y conscientes de serlo. Fue su aplastamiento militar el que el hizo que al reclamo de una República social comenzara agregarle el de la dictadura de la clase obrera, la única que podía garantizar la primera y llenarla de su verdadero contenido, haciendo reales las banderas de "libertad, igualdad y fraternidad".

Durante todo ese período comenzaron a aflorar varias tendencias que proponían una visión de conjunto desde la perspectiva de la emancipación obrera y popular (entre ellos, la de Marx y Engels). Realizaron un trabajo de clarificación teórica que fue progresivamente dando sus frutos.

El resultado de todo este proceso, y de la actividad febril de varios militantes, fue la constitución en 1864 de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT). Sus dos grandes lemas ("¡Proletarios del mundo, uníos" y "La emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos") daban cuenta de que se había producido un cambio irreversible, y que la clase obrera nunca iba a volver a ser la misma.

La Primera Internacional

Desde la AIT, por lo tanto, se comenzó a preparar la revolución proletaria mundial, creando núcleos organizados en todos los países, especialmente en las potencias del momento.

No habían pasado más de siete años de su creación, cuando la guerra franco-prusiana culminó en la toma de Paris por parte de sus obreros armados, en marzo de 1871. Implementaron allí la famosa Comuna, el primer gobierno proletario de la historia, formado sobre la base de milicias populares, asambleas y delegados revocables.

Sin embargo, la Comuna de París fue aplastada tras unos pocos meses, y se desató una brutal represión contra el movimiento obrero de toda Europa.

En este marco, se agudizaron las diferencias existentes entre las dos grandes tendencias de la Internacional, los socialistas y los anarquistas, lo cual llevaría a la expulsión de estos últimos en 1872. En ese mismo año se decidió trasladar su sede de Londres a Nueva York, lo cual, junto a todo lo anterior, tuvo como resultado su disolución, oficializada en 1876, en condiciones de reflujo mundial del movimiento obrero.

La socialdemocracia y la Segunda Internacional

Impulsado por la Primera Internacional se había creado en Alemania en 1875 el partido que luego (en 1890, tras su legalización) sería llamado Partido Socialdemócrata. Este estuvo desde su comienzo impregnado de ideas positivistas que Marx y Engels combatieron ferozmente pero no consiguieron erradicar.

Este Partido se desarrollaría luego hasta volverse gigantesco, con una enorme influencia de masas.

En 1889, los partidos socialistas y laboristas del mundo, construidos a imagen y semejanza del alemán, fundaron la Segunda Internacional, que llegó a consolidar poderosas secciones en todos los países. Sin embargo, el positivismo que había estado presente desde un comienzo en la socialdemocracia alemana (sumado a un creciente liberalismo) comenzaron a ocupar un lugar cada vez mayor. La participación parlamentaria, que para el marxismo era una forma más de desarrollar la conciencia revolucionaria, se volvió para los partidos socialdemócratas el único medio para realizar una transformación social, y cada vez más un fin en sí mismo. Las instituciones burguesas ya no eran denunciadas como tales, e incluso eran embellecidas y defendidas, cayendo en un creciente legalismo.

En ese marco, los obreros radicalizados ya no encontraban en los partidos socialistas una herramienta para su liberación, por lo cual muchos de ellos se volcaron a los sindicatos anarquistas y revolucionarios, especialmente en los países latinos (España, Italia, Francia, América latina), que tuvieron en esos años un gran desarrollo. Sin embargo, el anarquismo, por sus propias concepciones teóricas, no ofrecía una perspectiva de superación revolucionaria a través de la toma del poder político, con lo cual condenaba a toda esa radicalidad a permanecer estéril, mientras que cientos de militantes eran masacrados en combates con la policía o directamente por el ejército y las bandas reaccionarias de la patronal.

Sin embargo, en 1905 la situación empezaría a cambiar. En Rusia, los obreros lanzaron una huelga general política contra la autocracia zarista, y construyeron sus órganos de poder paralelo, los consejos de delegados ("soviets" en ruso). Se armaron por doquier y se negaron luego a desarmarse, lo cual constituyó un enorme avance en el camino de la independencia política, aplicando en la práctica lo que Marx teorizaba ya en 1848.

Este hecho, de enorme impacto, provocó que se delimitara dentro de la Segunda Internacional una tendencia radicalizada, que recuperaba concepciones revolucionarias que hasta el momento sólo eran defendidas por el anarquismo y el dudoso "sindicalismo revolucionario", como la defensa de la huelga general política, de los organismos de autodeterminación obrera y de la insurrección armada. Sus principales exponentes fueron dos grandes dirigentes y teóricos: Rosa Luxemburgo y Vladimir Lenin.

Lamentablemente, la tendencia revolucionaria de la socialdemocracia permaneció siendo minoritaria en todo el mundo (excepto en Rusia, cuya situación particular empujaba hacia una profunda radicalización). Sin embargo, esta situación no duró más de diez años.

La Primera Guerra Mundial y la Internacional Comunista

En 1914, las tensiones acumuladas entre las potencias imperialistas (producto de la tendencia de concentración de capitales), estallaron en forma de guerra mundial.

La socialdemocracia, en vez de combatir esta guerra, votó en los parlamentos el otorgamiento de créditos para financiarla. Esta traición fue sentida por muchos militantes como la gota que rebalsó el vaso de agua: en todos lados, el ala radicalizada de la socialdemocracia rompía con los partidos oficiales y creaba nuevos agrupamientos.

En 1917, el proletariado ruso lanzó la ofensiva que en Octubre lo llevó a conquistar el poder político, dando inicio a ese asalto proletario mundial cuya preparación había llevado a la formación de la Primera Internacional en 1864, es decir, 53 años antes.

En todo el mundo, los obreros radicalizados desataron huelgas generales y levantamientos insurreccionales, estuvieran agrupados en el socialismo disidente, en el anarquismo o simplemente desorganizados.

En 1919, se fundó en la Moscú revolucionaria la Internacional Comunista o Tercera Internacional, con el objetivo de constituirse en la dirección de esa revolución proletaria mundial. Su existencia es el pico más alto alcanzado hasta el día de hoy en el camino hacia ella. En todos los países se constituyeron Partidos Comunistas que buscaron orientar al proletariado a la conquista del poder político.

Sin embargo, la revolución proletaria mundial fue derrotada militarmente (y luego políticamente) en los primeros años de la década de 1920. Sólo en Rusia se consiguió derrotar definitivamente a la burguesía, destruyendo su Estado, expropiándola y despojándola de toda posibilidad de manifestarse políticamente. Sin embargo, la derrota de la revolución mundial se manifestó allí también: la victoria militar en la Guerra Civil, que cesó en la mayoría de sus frentes en 1920, fue una victoria pírrica, que significó en última instancia la muerte de la revolución proletaria, por sus enormes consecuencias en el bando revolucionario (muerte de sus principales cuadros, desánimo y pesimismo general, destrucción de la economía, militarización de la producción y de la vida social en general, etc.).

Esta derrota mundial se puede explicar por varias razones: la falta de madurez de la nueva dirección revolucionaria, la Internacional Comunista, que no tuvo tiempo de consolidarse, las ilusiones que todavía quedaban en el proletariado respecto a la socialdemocracia, los prejuicios que restaban en los obreros anarquistas tras años de enfrentamiento con el socialismo, etc. Sin embargo, todos estos defectos podrían haber sido revertidos con el tiempo, si no hubiera sido porque la burguesía, que retomó entonces la iniciativa en todo el mundo, supo articular una respuesta contundente.

La contrarrevolución mundial

Los primeros años de la década de 1920 significaron entonces el inicio de la contrarrevolución mundial, con el ascenso del fascismo en Italia en 1922. En Rusia, las penosas condiciones en que había quedado el país tras la guerra civil, sumadas al aislamiento desolador, llevaron a un creciente enfrentamiento entre la dirección comunista y algunos sectores populares, que se tradujo en más derramamiento de sangre y más desánimo, y por lo tanto, en un reflujo del protagonismo de masas que sentó las bases para la apropiación del Partido Comunista por parte de la capa social de arribistas, burócratas, oficiales y campesinos enriquecidos por la liberalización económica (que también fue producto de todo lo anterior). Esta capa social parasitaria aprovechó la enfermedad de Lenin para imponer a Stalin como representante de sus intereses, iniciando su dominio desde 1924.

Fascismo y estalinismo fueron las dos tendencias políticas que marcaron la dinámica del período comprendido entre 1924 y 1939. La primera, exterminando a la vanguardia proletaria con la más absoluta complicidad de las burguesía liberales, y la segunda, llevando a esa misma vanguardia proletaria a derrota tras derrota, con su nefasta teoría del "socialismo en un solo país".

La burguesía, que había tenido un respiro por la recuperación económica de posguerra y la derrota militar de la revolución, se vio nuevamente sacudida en 1929 por la crisis económica que era expresión de sus más profundas contradicciones estructurales.

Ese mismo año, Trotsky y otros revolucionarios rusos fueron expulsados de la URSS por la dirección estalinista, fundando estos luego la Oposición de Izquierda dentro de la Internacional Comunista.

Esta crisis, de terribles consecuencias para la clase obrera, llevó a crecer considerablemente a muchos Partidos Comunistas, pero el estalinismo se encargó de que esto no se tradujera en un nuevo avance proletario.

En Alemania, la "amenaza comunista", combinada con la destrucción de la economía por la crisis, logró que la burguesía nacional, la pequeñoburguesía y los desocupados unieran filas alrededor del Partido Nacional Socialista, que conquistó el poder en 1933, gracias a la completa incapacidad del estalinismo y la socialdemocracia para ponerle freno, y a la complicidad de las burguesías liberales.

En 1935, el estalinismo lanzó en todo el mundo la consigna de formar frentes populares con la burguesía antifascista, terminando de liquidar la perspectiva de una revolución proletaria.

En 1936, el proletariado español lanzó su contraofensiva contra el intento fascista de derribar la República que el anterior había conquistado en 1931, y a la cual le había impuesto una serie de medidas que atacaban los privilegios de las clases dominantes y de la Iglesia. Esta contraofensiva estuvo conducida por el anarquismo, principalmente, y la socialdemocracia en segundo lugar, que habían formado con la burguesía liberal el Frente Popular que proponía el estalinismo.

Este Frente Popular se encargó de que la contraofensiva proletaria no derivara en una disputa por el poder político. En mayo de 1937 la burguesía republicana y el estalinismo recuperaron el terreno perdido disolviendo las milicias y buena parte de las colectivizaciones urbanas y rurales. Finalmente, el Frente Popular perdió la guerra civil en 1939.

La única tendencia que en este período conservó la perspectiva de la revolución proletaria mundial, defendiendo hasta el final la más absoluta independencia política del proletariado, fue el trotskismo, que en 1938 constituyó la Cuarta Internacional, el partido que pretendía retomar la lucha traicionada por la socialdemocracia y el estalinismo, como manifiesta en su Programa de Transición.

Sin embargo, la derrota del proletariado en la Guerra Civil Española significó un durísimo golpe para la clase obrera en todo el mundo, y dio vía libre al nazi-fascismo para avanzar sobre Europa, obligando al mismo tiempo al proletariado a subordinarse políticamente a las direcciones burguesas para poder defender las más mínimas libertades democráticas.

De esta forma, el proletariado ingresaba en el nuevo período histórico totalmente desmoralizado y atado de pies y manos, con un único bastión de resistencia que todavía no había tenido tiempo para consolidarse, la Cuarta Internacional.