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miércoles, octubre 17, 2007

Desmitificando al Che Guevara (Parte 3)

La revolución en ausencia de proletariado

¿Era posible que la revolución en Cuba siguiese un camino diferente?

Es difícil saberlo. Hay quienes sostienen que inclusive hubiera sido posible una revolución basada en el escaso proletariado urbano existente. Pero suponiendo que esta posibilidad no hubiese existido realmente ¿qué se podía hacer? La pregunta debe ser formulada más generalmente: ¿qué se puede hacer en los países donde no se ha desarrollado un proletariado con suficiente fuerza como para encabezar una revolución?

La expropiación de la burguesía, y en especial de la burguesía imperialista, es de por sí un progreso ya que conduce al debilitamiento de ella en todo el mundo y facilita su derrota, llevándola a la crisis en sus propios países. Si todos los países periféricos pudieran expropiar a la burguesía imperialista, entonces muy probablemente el capitalismo entraría en una crisis terminal en las propias potencias mundiales, incitando a sus propios proletariados a darle el golpe final. Además, la expropiación de la burguesía imperialista en cualquier país siempre tiende a producir una oleada de simpatía mundial en los sectores adelantados del proletariado, de los estudiantes y de las capas oprimidas en general, que los lleva a redoblar sus embates contra el capital. La revolución cubana de 1959 fue un factor de enorme peso para la radicalización de la lucha de clases ocurrida en la década del sesenta y setenta.

Estos argumentos eran parte de los sostenidos por las tendencias tercermundistas de la posguerra, dando lugar a los movimientos “de liberación nacional”. Ellos se dividían en general en dos grandes tendencias: por un lado, la de la “revolución por etapas”, que consideraba que las burguesías nacionales podían encabezar revoluciones que expropiasen a las extranjeras, por otro lado, una mucho más progresiva, que sostenía que ninguna burguesía era capaz de encabezar una lucha hasta el final contra el imperialismo.

El Che Guevara, justo es decirlo, era un exponente de la segunda tendencia, y jamás confió ni un milímetro en la capacidad de las burguesías nativas para enfrentarse al imperialismo, pese a que a muchos de los que hoy lo idolatran forman parte de la primera tendencia.

Pero, si la burguesía nacional no puede expropiar a la imperialista, y en algunos países tampoco existe un proletariado que pueda hacerlo ¿cuáles son las fuerzas capaces de conseguirlo? Evidentemente, sólo un partido-ejército que, apoyándose en los reclamos de las capas oprimidas, las oriente de una u otra forma hacia la toma del poder. Es probable que en estos contextos, la teoría foquista sea la única que pueda dar una respuesta para el problema de cómo movilizarlas en ausencia de un proletariado fuerte.

Es en este marco que la revolución cubana fue un hecho progresivo, en el sentido de que realizó todo lo que podía realizar: expropiar a la burguesía imperialista, para contribuir de esta forma a la crisis mundial del capitalismo y alentar a las masas en todo el mundo a imitar el ejemplo. Sin un proletariado urbano masivo, es muy poco probable que se pudiera conseguir algo más que ello. En este sentido, el Estado burocrático y el modo de producción burocrático pueden inclusive ser perdonables, hasta tanto no se generen las condiciones para una verdadera transición al comunismo, de la mano de los consejos obreros. Sin embargo, no hay que darle a estos casos mayor categoría de la que realmente tienen: las conclusiones que son válidas en ellos no lo son necesariamente para los demás, y esta es una diferencia fundamental que hay que poseer respecto a las tendencias tercermundistas.

Además, las masas deben tener derecho, aún en estos casos, a poseer las libertades democráticas que usualmente los Estados burocráticos reprimen, siempre y cuando estas medidas represivas no sean realmente imprescindibles para la defensa de la propiedad estatal frente a los intentos liberalizadores capitalistas. Aunque la historia demostró que, cuando a la capa burocrática la interesa la restauración de la propiedad privada, las medidas represivas no son usadas para defender las conquistas revolucionarias sino por el contrario, para terminar de aniquilarlas. Por eso, cuando la capa burocrática se vuelve restauracionista, la conquista de libertades democráticas es una necesidad cuyo sentido principal es, paradójicamente, defender la propiedad burocrática de los ataques de la misma burocracia.

Demás está decir que, cuando realmente existe un proletariado fuerte, capaz de asumir en sus manos la dirección de la sociedad, la conquista de libertades democráticas en los Estados burocráticos es una necesidad fundamental en todo momento, y la guerra con la capa burocrática debe ser frontal y absoluta, con el objetivo de derrocarla y abrirle el paso a la transición al comunismo. Sólo deben ser admisibles las medidas represivas completamente imprescindibles, e implementadas por los mismos órganos de autodeterminación del proletariado.

Ya han ocurrido en la historia casos en los que el proletariado entrara en conflicto abierto con la capa burocrática: Alemania Oriental en 1953, Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968, etc. En el caso de Hungría, llegaron inclusive a formarse consejos obreros y a plantearse la necesidad de la “propiedad auténticamente socialista de la producción”, es decir, de la planificación combinada con la autogestión, en oposición al modo de producción burocrático heredado del estalinismo.

Estas cuestiones son centrales para realizar un balance de las experiencias pasadas, y tienen importancia también para las batallas que se avecinan. Nada nos indica que ciertas circunstancias adversas no vayan a repetirse en las revoluciones del futuro, si bien, afortunadamente, esto es poco probable, ya que el desarrollo de las fuerzas productivas en todo el mundo llevó a la generalización de la relación asalariada, el crecimiento de las ciudades, el incremento de los volúmenes de producción y el desarrollo de las tecnologías de transporte y comunicación, dando menos margen a la formación de una capa burocrática. Lo más probable es que, en las condiciones modernas, en el caso de que triunfe en algún rincón del mundo una revolución proletaria, esta lleve tarde o temprano al derrocamiento del capitalismo y la transición al comunismo, o que sea ahogada en sangre en el intento. En tiempos de globalización, la lucha se juega a todo o nada.

La restauración capitalista

La reconversión en burguesía privada es la única opción que le queda a la capa burocrática cuando el modo burocrático entra en crisis por sus contradicciones internas, que a la vez son producto de las condiciones económicas mundiales y de su intento de competir mercantil y bélicamente con el capitalismo de mercado. Es una “retirada en orden” en la que esta descarga el peso de la crisis sobre la población, salvando sus propios intereses. Las mismas medidas represivas que antes usaba para garantizar su posición de privilegio a través de la propiedad estatal, ahora las utiliza para conseguir la restauración capitalista.

Esto ocurrió en la URSS, aunque caóticamente y con grandes dificultades, por lo cual en su copia china se intentó hacerlo de forma más progresiva y controlada.

Tras la caída de la URSS, Cuba se quedó sin su mayor fuente de subsidios, por lo cual su economía presenta cada vez más atraso respecto al mundo capitalista. A esto se le suma la presión política e ideológica que impuso la propaganda burguesa gracias a la caída del mal llamado “socialismo real”.

Se plantea entonces, inevitablemente, la cuestión de la restauración capitalista en Cuba. A diferencia de los otros casos, a la capa burocrática se le presentan muchas dificultades para reconvertirse en burguesía privada mediante una transición, ya sea al estilo ruso o al estilo chino: la isla posee muy poco territorio, población, recursos e industria. Excepto el negocio del turismo, una de las mayores fuentes de ingreso para la economía cubana, no existen prácticamente negocios rentables para una futura burguesía de ex-burócratas, a diferencia de Rusia, por ejemplo, donde gracias a la industria del petróleo pudieron seguir enriqueciéndose. Además, una restauración capitalista podría llegar a destruir completamente la economía de la isla, trayendo enormes dificultades como tasas elevadas de desempleo, hambrunas, etc. Es muy probable que sea por estas razones que todavía no haya comenzado una restauración masiva de la propiedad privada. Por otro lado, Cuba todavía puede obtener un respiro gracias a los subsidios económicos que le otorga el chavismo venezolano con los hidrocarburos.

Sin embargo, es muy probable que tarde o temprano se termine llevando a cabo la restauración de la propiedad privada en Cuba, por las presiones económicas y políticas que sufre. La vieja guardia de dirigentes de la revolución del ’59 no va a ser eterna, y es muy poco probable que las nuevas camadas vayan a mantener las cosas como están.

Es necesario advertir y preparar a las masas para ello, porque el efecto ideológico que va a tener la caída del modo de producción burocrático va a ser devastador, gracias a la propaganda burguesa, que lo va a hacer pasar nuevamente como “el fracaso del socialismo”, como ya lo hizo con la URSS y China. La generación que vivió en su juventud la emoción de la revolución cubana va a terminar de dar el giro a la derecha que ya emprendió desde el fracaso del ascenso proletario y popular de los setenta. Al mismo tiempo, las nuevas generaciones, que crecieron bajo la hegemonía neoliberal, van a ser afectadas en dos sentidos opuestos: por un lado, se va a fortalecer la idea que “no existe alternativa al capitalismo”, alentando la despolitización y el desánimo. Por otro lado, van a poder liberarse al fin de los últimos restos de la cosmovisión estalinista, lo cual permite que, de la mano de un balance correcto, se logre avanzar nuevamente hacia posturas clasistas, internacionalistas, dialécticas, revolucionarias y partidarias del protagonismo de masas, siempre y cuando se logre contrarrestar la influencia de las ideologías autonomistas, posmodernas, etc.

Por primera vez en más de ochenta años, se podrá recuperar el verdadero sentido de la palabra “comunismo”, se harán otras lecturas de las obras clásicas (de Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Luxemburgo, etc.), etc. En este marco, no sólo no pierde vigencia la necesidad de partidos revolucionarios trotskistas, sino que estos inclusive adquieren una nueva responsabilidad que se agrega a las anteriores: la de orientar esa lucha teórica.

De la misma forma en que sólo estos partidos pudieron sobrevivir a la debacle del campo burocrático, mientras que todas las otras corrientes partidarias se disolvían, quedándole el terreno despejado para su intervención en la lucha de clases, ahora este mismo proceso se agudizará, abriendo perspectivas muy interesantes. El problema que se plantea en esta nueva etapa ya no es tanto de dirección, sino de articulación entre los partidos trotskistas y las masas, los movimientos y sus sectores más avanzados.

El caso de Venezuela

Por último, es necesario hacer un balance sobre la situación actual en Venezuela. Se da allí un caso muy particular: a contramano de lo que ocurre en el resto del mundo, un gobierno surgido del ejército burgués encabeza un proceso que se denomina a sí mismo “revolucionario” y “socialista”. Y no sólo eso, sino que inclusive hace referencias al marxismo y a los dirigentes de la revolución rusa.

Es muy difícil adivinar las intenciones de la dirección de este proceso (es decir, el grupo de oficiales del ejército, los empresarios nacionalistas y la burocracia sindical, una estructura que recuerda mucho al peronismo y a todos los movimiento nacionalistas burgueses). Sin embargo, hay algo que se hace bastante evidente: el deseo de este grupo de avanzar en la nacionalización de algunos sectores de la economía.

Algunas corrientes autodenominadas “marxistas”, ven en estas nacionalizaciones, al igual que en la revolución cubana, el inicio del socialismo, especialmente por su combinación con la retórica antes mencionada.

Sin embargo, y por más progresivas y deseables que sean, las nacionalizaciones no sólo no significan la apertura del camino al socialismo (ni mucho menos su consumación), sino que son parte de los intereses de una capa de empresarios privados y estatales, actuales y futuros, que a través de ellas piensan incrementar sus ganancias gracias a las posibilidades de inversión, de explotación de los hidrocarburos y de expansión de los mercados que esas nacionalizaciones abren.

Pero entonces ¿cuál es el sentido de la retórica revolucionaria? Por un lado, ganarse el apoyo en todo el mundo de las tendencias más centristas de la izquierda, recreando ese espacio político que quedó vacante desde la caída de la URSS. Por otro lado, legitimar ante las mismas masas el proyecto de las nacionalizaciones, que desde la ofensiva neoliberal fueron víctimas de una campaña propagandística demonizadora.

Si bien es cierto que esta retórica, y la dinámica del proceso en general, pueden llevar a una radicalización del proceso, la misma estructura verticalista de los sindicatos chavistas y del nuevo Partido Socialista Unificado se encargarán de contenerlo, de la misma forma en que lo hizo el peronismo en la Argentina en las décadas del ’40, ’50, ’60 y ’70.

Los dirigentes sindicales y partidarios clasistas ya están siendo perseguidos y reprimidos, obviamente bajo la acusación típicamente estalinista de “ser funcionales a la oposición burguesa” o directamente “agentes del imperialismo”.

El porvenir de la Venezuela chavista y de los restos de la Revolución cubana están íntimamente ligados: ambos se necesitan mutuamente, y difícilmente una vaya a soportar la caída de la otra. De ellas depende también la capacidad de los gobiernos “progresistas” como el de Kirchner, Lula, Evo Morales, Tabaré Vázquez, Bachelet, Correa, etc. para mantener su retórica y simbolismo, formando entre todos ellos una simbiosis que les permite a sus respectivas clases y capas dominantes mantener y expandir sus beneficios.

En esos países y en todo el mundo, la única transformación posible vendrá de la mano del proletariado arrastrando tras de sí a las capas oprimidas, y bajo la conducción de los partidos revolucionarios trotskistas.