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martes, abril 10, 2007

La revuelta y las situaciones liberadas

El artículo “Sobre las posibilidades de la revuelta en el mundo actual”, busca analizar simultáneamente algunas de las características del mundo de hoy, de las posibilidades reales de intervención y de su subversión, en comparación con las etapas anteriores (entreguerras, posguerra, crisis del “Estado de bienestar” y “globalización neoliberal”). Para eso, fueron publicadas ya las dos primeras partes, que intentan describir muy brevemente esos aspectos en dichas etapas.

Pero antes de publicar la tercera parte (que todavía está en preparación) o cualquier otro artículo, hace falta hacer algunas aclaraciones respecto a la práctica de alegre subversión de todo lo existente. Para eso publico este artículo, que se centra en la dimensión “pacífica” de esa actividad, por lo cual queda pendiente otro que trate las cuestiones relativas a la violencia asociada inevitablemente a las revueltas de multitudes (combate en las calles, coerción popular, represión, reacción, lucha armada, insurrección, etc.).

Las tres partes de este artículo (La producción-circulación, La Normalidad, la revuelta y las situaciones liberadas y La experimentación libertaria y autogestiva en la práctica) están ordenadas de mayor a menos grado de abstracción, así que los fanáticos de lo concreto pueden saltar directamente a la tercera parte, la más ilustrativa.


La revuelta y las situaciones liberadas


1) La producción-circulación

El producir y hacer circular bienes y servicios es la razón de ser de la sociedad, su elemento cohesionador y su principal actividad. No habría sociedad si no hubiera necesidad de asociarse para sobrevivir y satisfacer las necesidades y deseos de cada persona.

Las multitudes son la fuerza viva de esa actividad, su sujeto: ya sea directamente o a través del manejo de herramientas, maquinarias, etc. (o robots, en un futuro que ya es parcialmente presente), ya sea en trabajos manuales, intelectuales, etc., ya sea planificando o ejecutando diversas tareas.

Todo nuestro entorno, todo aquello que utilizamos y consumimos diariamente, todo lo que configura nuestro modo de vida, es producto (o al menos lleva encima una porción) de toda esa actividad social reproducida y acumulada día a día y generación tras generación durante milenios. Cada área de nuestra actividad requiere como soporte material de ese producto acumulado, por lo cual absolutamente todo se ve influenciado (y hasta determinado en algunos casos) por esa producción-circulación.

Sin embargo, hace ya miles de años que en varias sociedades diversos grupos se han desprendido de las multitudes al imponer una tiranía sobre ellas (de diferentes formas, pero siendo las principales la utilización de la coerción física y la auto-subordinación de las multitudes por causas místico-religiosas) conformándose como élites o clases dominantes. Mediante el sometimiento de la producción-circulación, esas élites consiguieron construir civilizaciones enteras proyectando materialmente su cosmovisión particular, constituyendo de esa manera sus instituciones, y presentándolas como naturales, divinas, imprescindibles, deseables, inevitables, etc. Entre ellas, las más clásicas son el Estado con sus fuerzas armadas y las distintas iglesias con sus mediadores para con el mundo de lo sagrado, que además para legitimarse debieron extender su dictadura hacia la esfera privada de la actividad individual, creando ese monstruo omnipresente conocido como “La Moral”.

Es así como a partir del accionar de dichos grupos desprendidos se desarrolló la otra fuerza que presentan esas sociedades, la fuerza ajena, que es exterior a la fuerza viva que conforman las multitudes y que la oprime. Dicha dominación recibe por esa razón el nombre de enajenante, y sus características concretas varían en cada sociedad.

La fuerza ajena tiene la doble característica de ser a la vez autónoma y dependiente de la fuerza viva, ya que es reproducida diariamente por el accionar de las elites pero sobre la base de todo el accionar social sometido, cuyo sujeto a la vez tiene interiorizado su cosmovisión e ideología (sin lo cual esa reproducción se vería seriamente dificultada, como ocurrió en varios períodos y situaciones históricas).

Todo el mundo moderno es heredero de ese esa enajenación, que desarrolló sus propias formas: la empresa o compañía como célula básica de la producción-circulación sometida, los mal llamados “medios de comunicación” como emisores materializados de esa cosmovisión dominante, etc.

2) La Normalidad, la revuelta y las situaciones liberadas

El estado más normal de la vida de las personas en el mundo moderno no es más que el estado más normal de esa dominación enajenante. En esa Normalidad, completamente naturalizada para las multitudes, ellas reproducen (paradojicamente) día a día la actividad de producción-circulación sometida, despojadas de toda energía creativa y destructiva (que sin embargo sigue contenida en ellas), y de esa manera envueltas en una rutina carente de sentido, aburrida y tediosa, cuyas condiciones no controlan y cuyo producto escapa a ellas y solo puede ser parcialmente recuperado a través de los (además bajos) salarios que se le pagan (excepto a los desempleados, que ni siquiera pueden tener acceso a él). De esa manera, son ellas las que fabrican diariamente ese mundo ridículo en el que habitan y por el que son dominadas, y por cuyos problemas artificiales son torturadas y hasta exterminadas.

Sin embargo, es en esa paradoja donde reside su posibilidad de emanciparse. Al ser las que lo producen todo, tienen la capacidad de detenerlo todo, y mejor aún, de revolucionarlo todo. La única barrera que realmente las separa de su libertad, del control de su actividad colectiva y del producto de su trabajo es la amenaza de represión en caso de intentarlo. Fuera de ello, todo es cuestión de voluntad.

La mercancía acumulada por la producción-circulación separada está al alcance de todos, detrás de una vidriera. Las máquinas que la fabrican también lo están. Lo mismo que los camiones, trenes, barcos y aviones que la distribuyen. Las otras mercancías, las que se consideran “servicios”, ni siquiera están fuera de sus propios realizadores (salud, educación, etc.). El mundo todo está ahí para ser apropiado y transformado a gusto por las multitudes, superando de esa manera todas las separaciones, haciendo volar por los aires todas las limitaciones artificiales que les impone el accionar represivo y la ideología internalizada del sistema.

Esto abre una posibilidad que está inmediatamente enfrente nuestro, latente en cada instante. Cuando por una u otra razón la Normalidad se detiene para algún sector de las multitudes (muchas veces a causa de ciertas luchas reivindicativas, explosiones sociales, inclusive como consecuencia de desastres ecológicos, etc.), su efecto sedante se disipa y toda ella comienza a resquebrajarse. Por entre sus grietas se derrama toda esa energía viva, creativa y destructiva, que estaba contenida bajo su opresión. Las multitudes se descubren entonces a sí mismas y comienzan a experimentar su propia libertad y el auto-control de su propia acción colectiva. Si además a esto se suma la inhabilitación del accionar represivo policial-judicial-militar (por ejemplo, por estar tomadas las comisarías por las turbas iracundas), entonces las posibilidades que se generan son infinitas. Quedan abiertas en esos casos las situaciones liberadas en las que las personas logran deshacerse momentáneamente de todo lo que las oprime, recuperando la perspectiva unitaria de sus propias vidas capturada hasta ese entonces por el mundo de las enajenaciones, lo que hace posible la experimentación libertaria y autogestiva. Aunque en la mayoría de los casos la ideología internalizada del sistema pesa en las personas haciendo que no aprovechen las situaciones liberadas para esa experimentación (o que al menos no la lleven demasiado lejos), por suerte no siempre lo logra.

Esa experimentación consiste en la realización de cualquier actividad (que no sea dañina para sus pares ni para el conjunto) sobre cuyas condiciones, entorno, medios y producto sus autores tengan pleno control, y que les permita alcanzar un máximo placer sin tener que verse limitados por barreras represivas ni prejuicios sociales (legalistas, moralistas, religiosos, espectaculares, etc.) liberando de esta manera ellos su capacidad creativa y destructiva y utilizando libremente todos los medios disponibles. En la esfera privada (es decir, de las acciones que no afectan más que al propio individuo) implica completa libertad, y en la esfera colectiva (es decir, de las acciones que afectan a todo un grupo), completa autogestión por parte de todos los involucrados, para lo cual ellos deben desconocer y disolver cualquier factor de interferencia de la fuerza ajena.

En ese sentido, la experimentación libertaria debe ser tomada como un juego hecho realidad, o bien como la realidad hecha juego, ya que de cualquiera manera su principal mérito es disolver la barrera artificial que mantiene a esas esferas forzosamente separadas. Cada instante vivido en esas situaciones liberadas vale la pena de por sí y es por lo tanto un objetivo en sí mismo. No se debe rendir explicaciones ante nadie por el hecho de vivir de la única forma en que tiene sentido hacerlo, y quien se oponga a ello es simplemente un opresor que merece ser suprimido.

Pero además, son esas situaciones liberadas las que van erosionando las bases del sistema, porque logran debilitarlo ahí donde nace: la mente de las personas que lo reproducen diariamente con su hacer alienado. Simultáneamente, es en ellas donde se va construyendo la alternativa, ya que de allí brotan los lazos socialistas, autogestionarios y libertarios que podrían reemplazar a las actuales relaciones sociales enajenadas. Mientras más lejos se lleve cada situación liberada, más profunda será la herida en el sistema, y más vivo quedará su recuerdo en la memoria de las multitudes, facilitando su reiteración y permitiendo que las nuevas que se realicen tengan un punto de partida más radical y una buena cantidad de enseñanzas extraídas de los aciertos y errores cometidos.

3) La experimentación libertaria y autogestiva en la práctica

Una situación liberada habitual suele ser abierta por la ocupación o toma de los lugares en los que se realiza la rutina. Esta acción además tiene la ventaja de darse con bastante frecuencia gracias a que suele ser utilizada como medida de fuerza en el marco (o bajo la excusa) de luchas reivindicativas.

Estas ocupaciones nos permiten ser por primera vez dueños de aquellos lugares en los que pasamos nuestras vidas. Si pensamos la cantidad de horas diarias que pasamos en ellos, siendo totalmente ajenos a nuestro control, entendemos por qué solemos tener esa sensación de ser completamente extraños a nosotros mismos. Además, es muy común que no conozcamos a las personas con las que compartimos nuestro día a día: la ocupación tiende a derribar también esa separación, permitiendo que todos se descubran mutuamente.

La toma del control del espacio físico de un establecimiento abre una infinidad de posibilidades acerca de su uso y transformación. Sólo nos damos cuenta de la cantidad de cosas que se pueden hacer en los claustros de un colegio cuando lo tomamos. Una vez tomado un establecimiento, se puede tanto continuar autogestivamente su uso habitual como “desviarlo” (en términos de la Internacional Situacionista) para que cumpla la función que queramos darle. Sobre esto pueden hablar tanto los estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires como los desocupados franceses que tomaron un liceo para convertirlo en un foro de debate público (y en el cual llegaron a la “pequeña” conclusión de que era necesario revolucionar completamente la sociedad para que las cosas empiecen a tener sentido).

La implementación de la soberanía asamblearia (de la multitud hacia sí misma desconociendo toda autoridad ajena y liberando completamente la esfera privada de la actividad individual) en los establecimientos ocupados permite que absolutamente todo pueda ser discutido públicamente, y que todo lo que se discuta pueda ser llevado a la práctica. De igual manera, les permite negarles la palabra, expulsar de las asambleas y/o del establecimiento en general a los burócratas que intenten someterlas a un poder separado existente por dentro o por fuera de ellas.

A través de la soberanía asamblearia (para seguir con el caso de un colegio tomado) los estudiantes podrían si quisieran convocar a los profesores a que den clases bajo control estudiantil y suprimir todas las arbitrariedades habituales y los mecanismos de represión, entre ellos por ejemplo, el sistema de sanciones y de faltas, o modificarlos a gusto. De la misma forma, se podría decidir que cierta cantidad de horas al día serían mejor usadas para realizar asambleas y debates en general, o simplemente actividades recreativas, productivas o de cualquier tipo. Se podría avanzar en la experimentación de formas de educación mutua y libertaria carentes de docentes o reformulando su rol (como en las escuelas zapatistas, en las que no hay profesores sino promotores educativos), e infinidad de otras opciones.

De la misma forma, también se podría decidir que las paredes grises quedarían mejor pintadas de amarillo, y hacer realidad ese cambio inmediatamente. Si las tarimas de los profesores representan una humillación para el estudiante ¿por qué no destruirlas?. Siguiendo con esa forma de razonar, todo podría ser reordenado, readornado, destruido o creado si las asambleas soberanas de las multitudes así lo quisieran.

En definitiva, hay que aprovechar al máximo la incapacidad de actuar del aparato represivo hasta el momento en que no se pueda sostener más la autogestión y se deba ceder el control a las autoridades. O bien, plantear la resistencia y no abandonar el establecimiento hasta tanto no ingrese la policía a desalojar a bastonazos, e inclusive organizar la autodefensa para que no les resulte nada fácil hacerlo. En caso de que sea imposible mantener el control, siempre se pueden dejar huellas físicas lo suficientemente profundas como para que nadie pueda olvidar nunca nada de lo ocurrido. En todos los casos, la creatividad liberada por las multitudes dará a luz mejores creaciones que cualquiera de las que pueda ser incluida en este texto.

En caso de que se necesite hacer propaganda de determinada lucha o simplemente en defensa de las ocupaciones y por su extensión, siempre se pueden tomar las fotocopiadoras, salas de computación, etc. y ponerlas a producir para la finalidad deseada.

Son especialmente interesantes las posibilidades que abre la toma de los mal llamados “medios de comunicación”, como ya realizaron los habitantes de Oaxaca, México con algunos canales de televisión y estaciones de radio. Ello permite, por ejemplo, usarlos por primera vez en la historia como medio para desmentir todos aquellos mitos sobre los cuales se basa el orden actual, o para difundir cuestiones útiles para la revuelta, o simplemente para que los vecinos se expresen libremente.

En el caso de que sea inminente la recuperación policial de esos establecimientos, siempre queda la opción de hacerle un favor a la humanidad y dinamitarlos, para que nunca más puedan ser usados para la transmisión de Espectáculo enajenante. Lo mismo puede hacerse con cualquier espacio que se ocupe y no pueda ser mantenido, si le sirve al poder separado para mantener su dominación. Mientras más profunda sea la huella que se quiera dejar, mientras más se quiera erosionar la Normalidad, más necesario se vuelve el sabotaje, la destrucción o la incautación de todo lo existente.

En especial, todo lo relativo a la publicidad puede ser simplemente suprimido: desde los carteles que pueden ser saboteados de diferentes formas, hasta los “call centers” que pueden usarse como centros de comunicación para la resistencia o bien para alguna otra cosa más imaginativa, o simplemente tener el mismo destino literalmente explosivo que los otros establecimientos de su género. No hay “uso útil” que se le pueda dar a la publicidad comercial, máximo exponente del sinsentido generalizado: debe ser eliminada junto al resto de los fetiches que enajenan nuestras vidas.

Pasemos a otro plano, el de las mercancías. Las mercancías son el producto de la producción-circulación sometida, el resultado material de la enajenación y uno de los engranajes de su reproducción. Se acumulan en las vidrieras de las grandes tiendas del capital, esperando a que alguien venga a buscarlas pagando dinero a cambio. Pero sin embargo ¿porqué habríamos de pagar para recuperar lo que el sistema nos robó?

En este sentido, actúan con mucha sabiduría quienes aprovechan el momento de ingobernabilidad que provoca la revuelta para incautar toda esa mercancía, en lo que se conoce popularmente como “saqueo”. Ya que nos llenaron de publicidades para que adquiramos ese producto, y si supuestamente es tan bueno e imprescindible ¿por qué no simplemente tomarlo? (lo mismo vale para los grandes espectáculos, como el recital de los Rolling Stones en la Argentina en el que una multitud decidió suprimir la fase de comprar la entrada, y por lo cual debió enfrentarse una vez más a la policía, eterna vigilante de todas las alienaciones y enemiga visceral de la gratuidad).

De cualquier manera, es necesario distinguir en este caso las tiendas que pertenecen a grandes capitales de las que pertenecen a pequeños propietarios. Éstos últimos generalmente no tienen más fuentes de ingresos que el comercio en esos locales, por lo cual cualquier acto de incautación contra ellos tiende a dejarlos sin posibilidades de mantenerse y de mantener a sus familias, lo cual no es demasiado justo considerando que su modo de vida no es muy diferente al de cualquier asalariado. Además, los pequeños propietarios asustados tienden a ser la base social del fascismo, por lo cual no es muy inteligente ganarse innecesariamente su repudio.

La incautación de mercancías podría además pegar un salto cualitativo si, en vez de realizarse individual y caóticamente, se organizara desde asambleas de multitud. De esta manera, lo incautado podría ser repartido a quienes más lo necesitan, o equitativamente entre todos, o bien utilizado colectivamente. En el caso de un espectáculo (o, por ejemplo, de un medio de transporte) se podrían bloquear las boleterías y permitir a todo el mundo el pase gratuito (como ya ocurre habitualmente en muchas protestas y revueltas en todo el mundo).

La combinación de estos dos planos de acción (la ocupación de establecimientos y la incautación organizada de mercancías), da lugar a una tercera posibilidad, sin duda la más interesante de todas: la ocupación y puesta en marcha autogestionaria de las fábricas, campos, medios de transporte, etc. etc. etc. y la distribución asamblearia de su producto (como ya hicieron los obreros y campesinos rusos en 1917, los italianos en 1920 y los españoles en 1936, entre otros casos históricos)

De esta manera, planificando en asambleas qué se va a producir, cómo, quienes y para quién, se podrían solucionar de raíz todos esos problemas artificiales de muy fácil solución que genera la enajenación para sostenerse a sí misma, como la escasez, la “pobreza”, la miseria, el hambre, la desocupación, la contaminación ambiental, la inseguridad laboral, la desigualdad social, etc. Si se pudiera mantener aunque sea por un día la producción-circulación autogestionada, quedaría evidenciado ante todo el mundo la ridiculez del sistema en el que vivimos.

Si toda una ciudad fuera liberada de las fuerzas represivas durante algún tiempo, se podría implementar una comuna como la de París de 1871, iniciando de esa manera inmediatamente la soberanía popular asamblearia, la única democracia verdadera (federando las distintas asambleas barriales mediante cuerpos de delegados). Aún si no se avanzara hacia la expropiación y autogestión de la producción-circulación, se podría establecer un sistema de impuestos revolucionarios por el cual sean los que más tienen los que tengan que financiar la actividad pública. Y considerando que lo más probable es que la autoridad se reestablezca rápidamente, no deja de ser tentadora la idea de expropiar rápidamente y de una sola vez las grandes fortunas individuales y empresarias (incluidas especialmente las de las instituciones bancarias). Todo lo que se incaute, si lograse ser ocultado de las fuerzas represivas, podría ser usado luego para financiar la actividad subversiva. Es especialmente importante el acumular divisas, ya que resisten cualquier posible desvalorización de la moneda nacional y permiten el intercambio exterior.

En cualquier de los casos planteados el impulso de la revuelta podría además dar origen a una revisión libre y consciente de todas nuestras pautas y conductas habituales, suprimiendo o transformando las no deseadas y realizando aquellas que son preferibles. Esto llevado a escala multitudinaria, significaría la reconstrucción total de la vida. Todo podría ser creado, destruido, replanteado, puesto en cuestión y debatido públicamente (especialmente las concepciones, roles, estereotipos, esquemas, etc).

Si la experimentación libertaria se extendiera a varios ámbitos, establecimientos, espacios, barrios, etc., la cantidad de posibilidades aumentaría exponencialmente, ya que todo podría ser combinado. Prácticamente cualquier deseo podría ser materializado, lo cual a su vez permitiría la experimentación de nuevas formas de vida, de relacionamiento y de utilización del espacio, el tiempo y los recursos disponibles.

Todo un nuevo orden se podría construir en base a la integración de todas las experiencias libertarias y autogestivas, llevando a la situación liberada a ser cada vez más global. Esta podría dotarse entonces de sus propios órganos para armonizar al máximo la actividad, facilitar la conviviencia, solucionar posibles conflictos y evitar que el desborde se vuelva contra sí mismo. Estos órganos también podrían tener (y en general suelen hacerlo en los estallidos populares) la función de organizar la autodefensa, tarea fundamental para alargar por el mayor tiempo posible las situaciones liberadas antes de que sean aplastadas por las botas de la represión. Es el caso de los consejos obreros, las asambleas populares, comunas revolucionarias, etc.