Este blog se mudó a

Palabras Rojas
 
Aclaración preliminar (para todos los artículos)
El blog Alegre Subversión se mudó a http://palabrasrojas.blogspot.com/. El autor de A.S ya no se hace responsable por los puntos de vista expresados en ningún artículo publicado en este espacio, especialmente aquellos anteriores a septiembre de 2007. Este blog se conserva, únicamente, a modo de archivo, y no posee ningún otro valor.


jueves, marzo 22, 2007

Sobre las posibilidades de la revuelta en el mundo actual (segunda parte)

Acá va la segunda parte del artículo que había empezado antes. En realidad la idea original era que se extendiera más sobre el período de las décadas 1990-2000, pero me pareció que tenía que replantear muchas cosas anteriores. Por lo tanto quedan todavía pendientes algunas partes más.

-------------------------

Como se dijo antes, la posguerra inauguró un nuevo período para la resistencia popular. En la medida en que las viejas organizaciones reformistas habían abandonado ya toda perspectiva de abolición de la sociedad de clases, que los viejos sindicatos revolucionarios habían sido diezmados por la represión y por el fortalecimiento de los integrados, y que las burocracias “URSS”istas habían asumido la responsabilidad de liquidar toda posibilidad insurreccional en los países capitalistas (para convertir a los movimientos de resistencia en peones de sus intereses mundiales), y en el marco de una creciente integración consumista-espectacular de las clases obreras al sistema (contra el cual antes se revolvían permanentemente), no quedaba ya para aquellos que querían superar el estado de las cosas otra opción que buscar otros frentes de combate.

Excepto en los restos fósiles de los viejos movimientos anarquista y bolchevista disidente (es decir, de la religión construída alrededor de las milenarias recetas “marxista-leninistas” en su versión anti-estalinista y “renovada” por las profecías de L. Trotsky), que seguían dialogando con un viejo mundo ya inexistente, con una clase obrera ya transformada, y con un movimiento obrero ya derrotado, no quedaba prácticamente ningún espacio de militancia que conservara su autonomía frente al sistema bipolar capitalista/”comunista” estatal de dominio mundial.

Sólo unos pocos grupos y organizaciones intentaron contribuir con su obra teórico-práctica al desarrollo de una revolución autogestionaria en las condiciones modernas de existencia y a partir del accionar autónomo del proletariado real y del movimiento de multitudes. Entre ellos se encontraba la Internacional Situacionista, agrupación que desarrolló un análisis y crítica integral de la sociedad mercantil en su fase espectacular.

La llamada ”revolución cubana” de 1959, realizada por una organización político-militar con una fuerte base campesina en un país con escaso desarrollo urbano e industrial (y que, pese a tener inicialmente un carácter nacionalista y populista, tomó una deriva “URSS”ista en la medida en que necesitaba de la ayuda de esa potencia para superar la insuficiencia de su sistema de producción) inspiró a millones de personas que encontraron en ella la inyección de vitalidad que requería el adormecido movimiento de resistencia.

Dicha revolución, sumada a otros acontecimientos en todo el mundo y al enfrentamiento conocido como “guerra fría” entre las clases dominantes burguesa capitalista y burocrática de la “URSS” y China (causada por la adversidad de sus intereses particulares de clase), y que se manifestó en procesos tales como la guerra de Vietnam, produjo un reavivamiento global de los movimientos de resistencia.

La década de 1960 desarrolló por lo tanto nuevas formas de resistencia. En todo el mundo surgieron organizaciones revolucionarias armadas, muchas de las cuales retomaron todos los vicios burocráticos, alienantes y anti-históricos de las viejas organizaciones cuyo vacío habían venido a rellenar. La juventud desarrolló movimientos contraculturales y surgieron corrientes feministas, anti-carcelarias, pacifistas, etc. Los estudiantes irrumpieron masivamente en la vida social como sujeto político.

Simultáneamente, comenzó a crecer en las clases obreras desde la década de 1950 un rechazo a ese nuevo mundo alienado, y en especial al trabajo asalariado en las fábricas y oficinas del capitalismo y del “comunismo” de las burocracias, que se manifestaba en la tendencia a la huelga salvaje, a las ocupaciones y a todo tipo de acciones radicales. En todos lados estas acciones se topaban con la actitud de contención de las organizaciones integradas, a las cuales comenzaron a sobrepasar permanentemente.

La combinación de todos estos factores tuvo como consecuencia el desarrollo, especialmente a fines de la década de 1960, de una tendencia a la revuelta espontánea, caracterizada por la rebelión de las bases proletarias de las organizaciones sindicales y partidarias integradas, y por una fuerte presencia de los desorganizados (muchos sin experiencia militante previa de ningún tipo).

Estas revueltas, sin embargo, no llegaron en la mayoría de los casos a dotarse (a diferencia del anterior asalto general sobre las condiciones de existencia) de órganos propios e independientes, como lo eran antes los consejos de obreros, campesinos y soldados insubordinados (llamados “soviets” en la Rusia de 1905 y 1917, en Alemania de 1919, o la Comuna en París de 1871, entre muchos otros) o los sindicatos y sociedades de resistencia con finalidad autoemancipatoria de Italia, España, Francia, Argentina, etc. (originados directa o indirectamente en la primera Asociación Internacional de los Trabajadores de 1864).

Por lo tanto, y como resultado de la prolongada ausencia de un proyecto de auto-emancipación entre las multitudes, cada una de estas revueltas fue desarticulada por una combinación del accionar sedante y divisionista de las burocracias sindicales-partidarias, la represión física, la concesión de ciertas mejoras muy superficiales y el desgaste propio de los movimientos desorganizados (y en muchos casos, con escasa experiencia).

Finalmente el espectáculo, a partir de la completa focalización mediática en las acciones de las organizaciones revolucionarias armadas (muchas veces infiltradas por servicios “de inteligencia” estatales y paraestatales burgueses) y de la manipulación de su imagen para hacerlas caber en el rol de “terroristas” (prefabricado por el mismo espectáculo en sus usinas ideológicas), logró asestar dos golpes mortales al movimiento de multitudes:

Por un lado, lo desplazó del centro del debate público, y con él, a la creciente radicalización de sus métodos de lucha, a su negación en los hechos y en su discurso (y en algunos casos, hasta en su teoría) de la totalidad de la vida alienada, y del mismo modo, a la afirmación que llevaba implícita de una nueva forma de vida radicalmente diferente (quitándole de esta manera su capacidad de tomar la iniciativa e imponerle el ritmo a toda la sociedad, y con ello, la mayor parte de su fuerza).

Por otro lado, generó un clima de inseguridad que se tradujo en el pánico colectivo y en el repudio generalizado a esas organizaciones armadas, que quebró al movimiento de resistencia y alentó la represión legal e ilegal sobre la totalidad de sus tendencias (inclusive las que no tenían ninguna relación con las organizaciones revolucionarias armadas).

La derrota del segundo asalto y el supuesto “fin de la historia”

Mientras este nuevo asalto general sobre las condiciones de existencia se desarrollaba en todo el mundo, se desataba (en 1973) una crisis económica internacional por causa del aumento de los precios del petróleo. Esta crisis modificó las bases sobre la cual se desarrollaba la revuelta: el problema volvía a ser el desempleo y la inflación, además de todos los otros que se seguían acumulando. Las nuevas manifestaciones de la revuelta fueron tan disímiles como la huelga salvaje argentina en 1975 (como reacción ante el anuncio de un paquete de medidas gubernamentales inflacionarias conocido como “rodrigazo”), la de Italia en 1977, y el movimiento contra-cultural de los jóvenes desocupados ingleses con pico en ese mismo año, la famosa explosión punk del ‘77 (cuya influencia sigue vigente aún hoy), entre muchas otras.

En los países periféricos comenzó a partir de esa “crisis del petróleo” una transformación macroeconómica-financiera, apoyada por el despliegue generalizado estatal y paraestatal del terror blanco represivo, que se cobró la vida de decenas de miles de personas en todos los países, desarticulando a las organizaciones combativas, asesinando, encarcelando u obligando a exiliarse a sus militantes, cuadros, simpatizantes, etc., además de a todos aquellos que cuestionasen o hubiesen cuestionado, en la práctica y/o en la teoría, al orden establecido.

Este contrataque de la burguesía acorralada y desesperada por la pérdida de su autoridad sobre las multitudes, fue lo suficientemente hábil como para lograr destruir completamente los remanentes de aquel mencionado segundo asalto generalizado sobre las condiciones de existencia. Comenzó entonces lentamente el progresivo desmontaje del modelo de pleno empleo y del “estado de bienestar” que era, según los propios militares golpistas, “un criadero de subversión”. Como parte de ello, consiguieron la más completa complicidad de las burocracias político-sindicales-sociales, cuyas organizaciones dejaron de esa manera definitivamente de ser funcionales al proletariado (ya que ahora ni siquiera podían conseguir mejoras sustanciales en el modo de vida de los trabajadores en el marco del capitalismo).

En todo el mundo comenzó, sobre los últimos embates del segundo asalto y como su derrota definitiva, una progresiva reconfiguración productiva que desarticuló los grandes bastiones industriales de la clase obrera, que habían sido los cuarteles de la revuelta (“hay que liquidar a la guerrilla fabril”, según las sinceras palabras de un político capitalista argentino). En los años ochenta, sobre la base de la recuperación del empresariado y de sus nuevas condiciones sociales, políticas y técnicas, se intensificó y diversificó el espectáculo y el consumismo, profundizándose además la tendencia a destruir el “estado de bienestar”. La década finalizó con la reconversión de la burocracia de la “URSS” a empresariado “privado” fragmentario (en oposición al empresariado estatal colectivo-jerarquizado del “socialismo” de Estado).

Esta “URSS”, si bien ya había significado desde su nacimiento una derrota de la resistencia (que vio en ella negada su proyección autogestionaria total) y cuyo fracaso no tuvo otro origen que sus propias restricciones internas (que dieron lugar a la formación de una capa burocrática que comenzó a realizar la contrarrevolución aún antes de que triunfara la propia revolución), era paradójicamente al mismo tiempo la consecuencia de la mayor victoria histórica parcial de esa misma resistencia, que aún de forma efímera y contradictoria había conseguido tomar el poder derribando a todo un Estado. Por esa razón fue siempre adoptada por muchas personas combativas como su máximo estandarte. Además, aún en su aspecto renunciante de la autogestión generalizada, seguía significando la posibilidad de otro tipo de configuración de la producción y circulación diferente a la del capitalismo de libre mercado, y que al menos ofrecía la ventaja de asegurar a todos un puesto de trabajo (alienado, obviamente) y consecuentemente una remuneración suficiente para sobrevivir, además de un acceso gratuito a los sistemas de salud y educación, etc.

Con el impulso que adquirió la burguesía gracias a la derrota simbólica de la resistencia que significó la disolución de la “URSS”, pudo darse el lujo de proclamar el fin de la historia (la historia, en tanto devenir de la sociedad, es la negación de la rigidez estática de la vida alienada. Su reflujo hace cristalizarse a lo dado haciendo que se nos presente falsamente como normal, natural, en definitiva, inmutable, mientras que su retorno lo hace estallar por los aires). Esta proclama puramente formal tuvo sin embargo un correlato real en la destrucción definitiva de la ya escasa moral combativa que le restaba a las multitudes tras la secuencia de derrotas anteriores.

Un nuevo derrumbamiento se producía sobre las esperanzas de millones de personas: habían caído simultáneamente la posibilidad de mejorar sustancialmente las condiciones de vida dentro del capitalismo (porque la “globalización neoliberal” había destruido todos los resortes estatales que la habían realizado anteriormente, en la etapa keynesiana) y el único sistema “alternativo” al capitalismo de mercado que existía en el mundo, el “comunismo” burocrático.

Las consecuencias fueron devastadoras para la resistencia, que sufrió probablemente el mayor reflujo de la historia, aún peor que el producido desde la Segunda Guerra Mundial. La época profundizó enormemente la tendencia a no luchar y sobre todo a no organizarse.

Como consecuencia de este reflujo, la burguesía intensificó aún más su ofensiva en toda la década del noventa: se multiplicaron los despidos, se flexibilizaron y precarizaron las condiciones de trabajo, bajaron los salarios, aumentó la explotación de la mano de obra inmigrante (aun mayor que la sufrida por la local) y se relocalizaron los centros de producción y circulación hacia los países donde la mano de obra era más fácil de explotar.

Sin embargo, ni siquiera así se pudo verificar su hipótesis del supuesto “fin de la historia”, que sufrió una doble desmentida: desde el propio campo burgués, con las guerras de medio oriente, el “terrorismo”, los conflicos étnico-culturales-religiosos (balcanes, chechenia, etc.) y desde el campo de la resistencia, con las revueltas latinoamericanas de fines de la década del ochenta y de toda la del noventa, con la insurrección armada llamada “zapatista” de los indígenas de la selva Lacandona (México, 1994), con el nacimiento del movimiento llamado “piquetero” de Argentina, con el surgimiento de un movimiento contra las guerras y contra la “globalización neoliberal”, etc. Todas las tensiones acumuladas durante esa década comenzarían a estallar en la del 2000 (especialmente en América Latina), en forma de desbordes más o menos espontáneos y muy heterogéneos (tanto respecto a su componente social como a sus orígenes, métodos, objetivos y características en general).

(Continuará...)