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domingo, marzo 04, 2007

Sobre las posibilidades de la revuelta en el mundo actual (primera parte)

La sociedad de posguerra

El fin de la Segunda Guerra Mundial significó el pico máximo de un proceso que ya se había iniciado desigualmente en diferentes países: el de auto-revolución de la sociedad capitalista existente. Esto marcó el comienzo de una época que perdura hasta el día de hoy, aunque en constante transformación.

La producción separada de las multitudes (es decir, cuya dirección está acaparada por una clase social dominante, en este caso el empresariado moderno), que ya había dado lugar al surgimiento de la variante asalariada del trabajo alienado (el trabajo cuyas condiciones y producto escapan al control del trabajador) y con él, al de una clase social de obreros ocupados y desocupados, se desarrolló al punto de transformar considerablemente las condiciones de la vida social e individual.

Si bien disminuyó la presión de las viejas alienaciones (mediante la reducción de la cantidad de horas al día que el asalariado desperdicia entregándole su vida a un patrón, el aumento en la capacidad de consumo, la legislación del trabajo, etc.), una tanda de nuevas alienaciones en otros aspectos ocupó su lugar.

A la enajenación del trabajo se le sumó la enajenación del tiempo libre, en forma de consumismo, es decir, el consumo por parte de todos del producto de la producción separada, que excede cada vez más la simple satisfacción de necesidades básicas, tanto para dar respuesta (de una forma alienada) a los deseos reales como para generar otros artificialmente.

Pero el más novedoso y revolucionario de los elementos de la sociedad capitalista de posguerra, es el desarrollo de los llamados “medios de comunicación masiva”.

Tal denominación es un eufemismo bastante sutil, que pretende hacer pasar por bi-direccional lo que en realidad es lisa y llanamente transmisión de espectáculo.

Este espectáculo, que se constituyó no sólo a través de los medios técnicos sino a partir de la totalidad de la sociedad alienada en todos sus aspectos, transformó profundamente la vida a lo largo y a lo ancho del mundo, pero especialmente en las zonas en las que ya dominaba el modo de vida “moderno”, los países centrales y las grandes ciudades de los países periféricos, valiéndose de ese nuevo “tiempo libre” y de esa igualmente novedosa capacidad de consumo aumentada.

La disolución de los viejos movimientos reformistas y revolucionarios

En el período de entreguerras (1917-1939), la clase obrera había protagonizado en todo el mundo un asalto general sobre las condiciones de existencia. En él, un gran dilema separaba aguas, generando dos grandes tendencias diferenciadas: reforma o revolución. La primera opción buscaba transformar la vida social e individual a partir de la participación y reforma de las instituciones creadas por el sistema. La segunda buscaba eliminarlas mediante una insurrección masiva y construir otras en su lugar.

Ambas tendencias contaban con organizaciones permanentes, multitudinarias y más o menos independientes, dependiendo del caso: sindicatos, partidos, específicas, grupos de propaganda, etc. Cada una de ellas era un ámbito de pertenencia en el cual los obreros depositaban gran parte de su tiempo y recursos, en muchos casos con enormes esfuerzos.

Esta oleada proletaria mundial fue derrotada a manos de la represión policial, militar y para-estatal (excepto en los países que integrarían la llamada “URSS”, los únicos en los cuales logró derrocar el orden existente) en algunos casos efectuada por los diferentes fascismos (que surgieron como reacción a dicho asalto en los países en que estaba más avanzado: Italia, Alemania y España), en otros por los sectores conservadores tradicionales, y en otros, paradójicamente, por los gobiernos supuestamente “reformistas” surgidos de esa misma oleada (que no lo eran más que superficial y aparentemente, ya que eran ejercidos por sus burocracias conciliadoras y no por sus bases combativas). Luego la segunda guerra mundial inmovilizaría a la clase obrera de los países beligerantes e invadidos, mientras que en el resto de los países se daría una fuerte reconfiguración de los movimientos proletarios.

La represión física había logrado ya eliminar, aterrorizar y dispersar a enormes cantidades de militantes, principalmente de las organizaciones más combativas e independientes, lo cual produjo un crecimiento en importancia e influencia de las más conciliadoras, que se tradujo en un muy fuerte crecimiento numérico de estas últimas.

La llamada “URSS”, que ya había nacido dominada (aunque parcialmente) por la burocracia bolchevique, sufrió la consolidación de ese grupo (el cual fue a su vez hegemonizado tras la muerte de Lenin por el sector más recalcitrantemente burocrático -el liderado por Stalin-) que logró monopolizar completamente los resortes del poder y estabilizarse como clase social dominante, proyectándose al mismo tiempo en todo el mundo como supuesta “representante del proletariado” a través de los partidos mal llamados “comunistas” y de los sindicatos y organizaciones dirigidos por ellos. Esta burocracia internacional “URSS”ista, dirigida desde el Kremlin pero existente en todos los países capitalistas, no pensaba en extender su modelo hacia ellos sino en lograr el control de sus respectivas clases obreras para hacerlas defender los intereses de la clase social burocrática de la “URSS” en cada uno de ellos.

El resultado de todo esto, de la mencionada auto-revolución de la sociedad capitalista y de su consecuencia (la vertiginosa expansión del consumismo y el espectáculo), fue la aceleración del proceso (que ya se había iniciado tiempo atrás en todo el mundo) de pérdida de independencia política por parte de la clase obrera y de sus organizaciones reformistas y revolucionarias, que quedaron cada vez más en manos de burocracias político-sindicales conciliadoras e integradas (cuyos proyectos no cuestionaban la separación de la sociedad en clases, o que lo hacían solo formalmente, sin dar ningún paso real hacia su supresión). Dichas burocracias podían ser, o bien “URSS”istas (anteriormente descriptas), o bien locales. Estas últimas presentaban a su vez dos variantes:

-las que conservaban su forma clásica de movimientos partidario-sindicales socialdemócratas dirigidos por “intelectuales” liberales. Estas existían desde la Segunda Internacional (e inclusive desde la primera) y tuvieron un rol protagónico en el proceso de integración.

-las que estaban estructuradas verticalmente en aparatos políticos dirigidos por militares o civiles (llamados “nacionalistas” o “populistas”), especialmente en algunos países del llamado “tercer mundo”.

Estas burocracias conciliadoras no buscaron nunca eliminar al capitalismo mediante una reforma o una revolución, sino mantener controlada a la clase obrera, a partir de la obtención de mejoras superficiales en sus condiciones de vida en el marco del sistema. Por su parte, la enorme mayoría del proletariado aceptó (y hasta buscó) este cambio, o al menos no fue capaz de articular una alternativa. Los que aún sostenían la necesidad de organizaciones independientes debieron o bien permanecer en las organizaciones integradas con la esperanza de recuperarlas, o bien formar o incorporarse a grupos minoritarios por fuera de ellas, o bien permanecer desorganizados.

De esta forma, quedó completamente obsoleto el viejo proyecto transformador centrado en el accionar de las organizaciones reformistas y revolucionarias permanentes, multitudinarias e independientes.

El nuevo movimiento de transformación social

Las consecuencias de este proceso no fueron menores: para obtener una transformación más o menos profunda de la sociedad, no se podía contar ya con las grandes organizaciones permanentes tales como eran, y tampoco era posible recuperarlas (como demostró luego la historia). No habría ya movimientos reformistas o revolucionarios al viejo estilo en las zonas donde imperaban las condiciones modernas de vida, sino revueltas más o menos espontáneas protagonizadas por multitudes desorganizadas o por las bases insubordinadas de las organizaciones integradas.

En la década de 1950 esto se comenzó a observar en los países dominados por la burocracia “URSS”ista (especialmente en la revuelta húngara de 1956, en la que volvieron a formarse consejos obreros), y en una creciente agitación en los países capitalistas, que se volvió semi-insurreccional en el llamado mayo francés de 1968, en el que diez millones de personas (cuya enorme mayoría no estaba encuadrada en ninguna organización) se lanzaron a una huelga general salvaje (por fuera de los sindicatos y la legislación gremial) con ocupación de todo tipo de establecimientos (incluídas fábricas, universidades y oficinas, entre otros).

Esta revuelta desencadenó en todo el mundo otras similares. En Argentina tuvo lugar el Cordobazo de mayo de 1969. Se extendió la ocupación de fábricas (inclusive con toma de rehenes empresarios) como método habitual de lucha. Se desarrolló una tendencia a la huelga salvaje, convocada por asambleas de los mismos trabajadores, que desbordó una y otra vez la contención burocrática sindical-partidaria.

Durante toda la década transcurrida entre fines de los años sesenta y fines de los setenta, se sucedieron revueltas de este tipo en todo el mundo, sacudiendo las bases del sistema capitalista. Este nuevo asalto sobre las condiciones de existencia fue finalmente derrotado (por represión o contención), y una reconfiguración general del sistema modificó las bases sobre las cuales se había desarrollado, dando lugar a una nueva etapa.

Las revueltas en el mundo actual

A partir de la crisis económica mundial de 1973, comenzó en todo el mundo capitalista un proceso de reorganización económica, política y social. Este proceso (llamado “de globalización neoliberal”) se aceleró con la reconversión del supuesto “socialismo” de la “URSS” en liso y llano capitalismo de mercado, y de su clase social burocrática en empresariado clásico. Una de las consecuencias de dicho proceso fue el enorme crecimiento de la desocupación en las clases obreras, que logró quebrarlas definitivamente en un sector con capacidad de consumo y en otro sin ella (y por lo tanto, completamente marginal). Pero aún el primero de ellos se vio fuertemente golpeado por la precarización, la flexibilización laboral, etc. Las viejas organizaciones integradas perdieron todo su restante carácter proletario, al vaciarse de militantes de base y al evidenciarse cada vez más la cercanía de sus burocracias a las clases dominantes. La revuelta ya no podía ni siquiera considerarlas un obstáculo.

A finales de la década de 1980 y a lo largo de la del 90, comenzó a gestarse en todo el mundo una nueva oleada de agitación social, esta vez protagonizada por los sectores más perjudicados por la “globalización neoliberal”. Pero esta vez el espectáculo ya no podía aparentar que tuviesen alguna relación con las organizaciones integradas, y debió reconocer que tenían un carácter anti-político. En algunas zonas llegaron inclusive a resurgir algunas organizaciones permanentes independientes y multitudinarias, sobre todo en los sectores más duramente golpeados (el Ejército Zapatista de Liberación Nacional entre los indígenas de México, el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, las organizaciones piqueteras entre los desocupados de Argentina).

En la década del 2000, la agitación social se agudizó hasta volverse revuelta en muchos países. El diciembre argentino de 2001 marcó un punto de inflexión: las multitudes se lanzaron al saqueo, se volcaron masivamente a las calles, se enfrentaron a la policía, derribaron a un gobierno, formaron asambleas populares, recuperaron empresas quebradas, ocuparon espacios abandonados, construyeron centros culturales, organizaron emprendimientos productivos, realizaron piquetes y constituyeron agrupamientos de diferentes tipos (y todo esto aún sin la participación de la enorme mayoría de la clase obrera ocupada y de la sociedad, y de forma fragmentaria, sin un análisis integral, ni una perspectiva superadora, ni un proyecto alternativo).

Otras revueltas, similares o diferentes, se desatarían luego en otros países, tanto de América Latina (Bolivia, Ecuador, México, Chile, etc.) como del resto de mundo (especialmente en Francia). Vale la pena analizarlas en profundidad, porque en ellas se manifiesta todo el carácter que adquiere la el proyecto transformador en el mundo actual. (Continuará...)