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miércoles, octubre 25, 2006

No hay reforma posible: El Estado

¿Qué diferencia a la izquierda del "progresismo" de centro-izquierda y de centro?
Un punto central: para la izquierda, no hay reforma posible en el marco de este sistema.
Desde estas páginas, Alegre Subversión pretende contribuir a demostrarlo, empezando por la cuestión del Estado.

Se nos dice, desde que entramos a la más básica célula de lavado de cerebros, o sea la escuela primaria, que el Estado es "lo que pone órden a la sociedad", lo que "evita los conflictos entre las personas", la organización que "garantiza el bien común". Durante todas nuestras vidas nos llenan la cabeza con ideas parecidas, que se podrían resumir básicamente como "el Estado es lo bueno", "la ley es lo bueno", y lo que no cumple con la ley y con el Estado es "lo malo".

Pero nada de esto se corresponde en lo más mínimo con la realidad, o al menos, con la visión de la realidad que muchos tenemos.

El Estado es, desde la perspectiva de la izquierda (y en especial de la izquierda libertaria), un aparato dictatorial, mediante el cual la clase social dominante dirige a la sociedad, más allá de las formas que tome en cada situación histórica concreta.

La mayor mentira es la que afirma que sin Estado no se puede organizar una sociedad. Esta afirmación "olvida" las miles de formas de organización comunitaria, comunal, cooperativa y autogestionaria que existieron a lo largo de la historia, basadas en el protagonismo de todas las personas, en la propiedad colectiva, en la toma colectiva de decisiones, en la organización también colectiva del trabajo y de la vida en general, en la crianza y educación colectiva de los niños, etc. y al mismo tiempo, en el más pleno respeto a la individualidad y la libertad de cada uno dentro de los márgenes de la vida comunal (o sea, permitiendo todo aquello que no atente contra el bien común, desmitiendo la idea de que sociedad e individuo son contradictorios).

El Estado surge justamente como negación de esa forma de vida, como disolución de la comunidad, como enajenación del poder de las personas, como esclavización y como dictadura. Esa es su esencia, inalterada a lo largo de la historia, por más que se haya reconfigurado y adquirido nuevas características.

Una de las grandes transformaciones que atravesó el Estado fue la que, dejando atrás el sistema feudal, desarrolló progresivamente la propiedad privada del dinero, del comercio y de los medios de producción, dando origen al sistema capitalista.

La propiedad emana siempre del Estado, sea cual sea su forma concreta, porque es el Estado el que garantiza, en última instancia, mediante la coerción y la represión, el "derecho a poseer", al igual que todos los otros derechos. Los derechos deben entenderse como permisos y garantías que el Estado, en tanto maquinaria represiva, le otorga a ciertas personas y grupos.

La propiedad privada de los medios de producción, del dinero, del comercio, y más tarde de casi todo los bienes materiales (e inclusive muchos de los inmateriales), es el permiso y al mismo tiempo la garantía que le da la máquina dictatorial del Estado a ciertos grupos de personas para que gestionen la economía, a cambio de dejarlos gozar de enormes beneficios.

La clase social que surgió de ese permiso, la burguesía, se volvió tan fuerte que empezó a reemplazar a la nobleza en la dirección del Estado, construyendo su propio aparato dictatorial. Con el capital acumulado desarrolló las enormes fábricas, que generalizaron a su vez al trabajo asalariado como nueva forma de esclavitud, esta vez acotada al tiempo que el obrero pasara adentro de ella (que en esa época, podía llegar a las tres cuartas partes del día, o sea, una esclavitud al 75 por ciento, y teniendo en cuenta además que los ínfimos salarios condicionaban –y siguen haciendo- a los trabajadores aún fuera de sus trabajos)

Con el trabajo asalariado comenzó también la revuelta de los asalariados, y uno de las principales funciones del naciente Estado burgués fue reprimirla de forma sanguinaria, amontonando cadáveres obreros junto a los de las otras clases que también se rebelaban (campesinos, pequeños comerciantes, etc.)

El Estado burgués capitalista fue modificándose, a medida que se transformaba el modo de vida, el modo de producción, y todos los aspectos de la sociedad en general. Pero nunca perdió, ni puede perder, su esencia, su naturaleza de clase, y su naturaleza de conservación y reproducción de la sociedad de clases.

En su forma actual, el Estado burgués capitalista tiene varias características que vale la pena resaltar, para mostrar cómo no es posible reformarlo, y cómo no es posible por lo tanto reformar la sociedad que dirige sin tirarlo abajo.

En primer lugar, hace falta desmentir la falsa dicotomía entre Estado y Mercado (entendido como el conjunto de empresas que gestionan la economía) que plantea el liberalismo, apropiándose de una retórica libertaria para ocultar que en realidad, el Estado no es enemigo de la propiedad privada sino su garante. Las empresas no son entes ajenos al Estado: son sus apéndices, a él le deben su existencia. Los políticos, los funcionarios y los dirigentes del Estado en general, no son los enemigos de la burguesía (en tanto clase dominante), son parte de ella y le obedecen. No es de extrañar que una gran cantidad de políticos sean a la vez empresarios, y que muchos de los grandes empresarios hayan realizado carrera política.

Por eso, es completamente erróneo el planteo reformista, tanto socialdemócrata, "progre" como intervencionista, de que el Estado pueda o quiera ponerse duro con las empresas. Sólo lo hace cuando la situación se lo obliga, y para eso tienen que dar muchas condiciones muy específicas que hoy en día no se dan (se desarrollará esto en notas futuras).

Pero el Estado, además de tener apéndices empresarios, tiene muchos otros simbiontes: organizaciones y grupos para-estatales a los que necesita para mantener su dominio, y que a su vez necesitan de él para acumular y sostener privilegios.

Ya se habló en otras notas de cómo el Estado es en realidad una mafia auto-legalizada, que a la vez determina la legalidad o ilegalidad del resto de las cosas. La corrupción estatal no es anecdótica sino estructural.

En base a ella, en base a romper las mismas normas que él impone, junto a los cientos de mecanismos legales que dispone, es que puede mantener a toda una casta de parásitos sociales, además de los ya mencionados políticos y empresarios. Estos son, como se dijo en otra ocasión, las burocracias sindicales, las mafias de todo tipo, las barrabravas y patotas (entre ellos, los grupos neonazis y skinheads que el Estado jamás perseguirá, a menos que se vea obligado por la presión popular), los medios de "comunicación", las instituciones religiosas, las ONGs y fundaciones, y cientos de organismos paralelos de represión, control, legitimación, robo, saqueo, etc. etc.

Podemos señalar además varias características del mismo Estado, en tanto aparato dictatorial, identificables en cualquier sociedad, por más "democrática" que pretenda ser:

Al tener una maquinaria de coerción tan grande, al garantizarle a sus esbirros la posibilidad de llevar armas e "imponer la Ley", se vuelve inevitablemente prepotente y abusador, recuriendo incluso a la tortura en las comisarías, al gatillo fácil contra los pobres y la juventud, al asesinato de militantes populares...

Al ser la represión en última instancia su razón de ser, necesita albergar siempre a individuos expertos en esa tarea: ¿qué mejor que los fascistas, nazis, ultraderechistas católicos, etc. para esa tarea? ¿Cuántos comisarios, oficiales del ejército, etc. se han declarado ya abiertamente como admiradores de Videla, de Hitler o de Mussolini? Por esa razón, el Estado nunca se saca de encima a su núcleo duro ultrareaccionario: como mucho puede juzgar cosméticamente a unos cuantos, pero siempre habrá en sus filas muchos, muchísimos más.

Al necesitar justificar la existencia de su aparato represivo, El Estado debe estar permanente aterrorizando a su población, agitando siempre un fantasma de "inseguridad", atemorizando a las personas con la "delincuencia", o bien con el "terrorismo", los dos grandes comodines de la burguesía a la hora de imponer el pánico colectivo.

Pero además de todo esto, la burguesía, al ser una clase mundial, tiene sus propias jerarquías: de esta manera, la burguesía multinacional domina además en los Estados perisféricos, imponiendo además de todo, un saqueo colonial.

La democracia es una ilusión, porque no hay de ninguna manera un "gobierno del pueblo", sino una dictadura estatal que refrenda sus dirigentes ante la población. No se debe sin embargo caer en la simplificación de creer que todos los Estados son siempre exactamente iguales: es cierto que en la sociedad actual, el Estado permite una cierta libertad de acción, aunque obviamente restringida a la sociedad de clases, a la enajenación, y que ni siquiera termina de ser completa (ya vimos en el Hospital Francés el concepto de "democracia" que tiene la burguesía, al mandar a barrabravas con protección policial a reprimir a los trabajadores)

Podemos afirmar, por todo lo dicho y sin el menor margen para la duda, que nada bueno puede esperarse del Estado, que es irreformable y que necesita ser derribado para construir un mundo mejor.

La comuna, en cambio, es posible, deseable y necesaria, y puede nacer hoy mismo a partir de la negación del Estado que implica la auto-organización, el protagonismo de multitudes, etc. Cada apropiación por parte de la gente de su propio poder de decisión, cada asamblea popular, cada voto a mano alzada, erosiona las bases mismas del Estado y por lo tanto de la sociedad de clases. Si se quiere cambiar el mundo, es inevitable hacerlo por fuera y en contra de todos los Estados, de forma autónoma, acumulando contrapoder en cada ámbito donde la población realice su vida cotidiana.