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miércoles, octubre 04, 2006

El Estado “democrático”



Habíamos dicho Nunca Más. No sólo lo dijimos, sino que luchamos, durante treinta años, para que el terrorismo de Estado sea erradicado para siempre de nuestro país.

Impusimos, mediante la lucha popular, el Juicio y Castigo para algunos de los principales represores, asesinos, torturadores, violadores y desaparecedores de la carnicería social de 1976, el llamado “Proceso de Reorganización Nacional” o también “Guerra contra la Subversión”, ese último manotazo de ahogado de la burguesía, las FFAA y la Iglesia que estaban perdiendo hasta la última gota de legitimidad y de autoridad, siendo cada vez más desobedecidos por parte del pueblo, que se empezaba a volcar a la construcción de su propio poder autónomo (ya sea a través de los sindicatos, coordinadoras y agrupaciones clasistas, de las asambleas de base, de los centros de estudiantes, de las organizaciones sociales, de los grupos guerrilleros, de los partidos políticos de izquierda, progresistas o revolucionarios, etc.)

Logramos mandarlo en cana al hijo de remil puta Miguel Etchecolatz, jefe de la policía picanera bonaerense durante la dictadura, enemigo de la especie humana y de sus mejores valores, enemigo de los trabajadores, enemigo de la juventud, enemigo de las mujeres, enemigo de todo aquello que hace que vivir valga la pena.

Y sin embargo, cuando ya nos creíamos, o mejor dicho, cuando nos querían hacer creer (desde los medios de comunicación, el gobierno y algunos organismos de “Derechos Humanos”) que el terrorismo de Estado y el fascismo policial habían sido superados, nos enteramos de que Jorge Julio López, quien había sido detenido clandestinamente durante la dictadura por las bandas de asesinos dirigidas por Etchecolatz, y quien poseía información clave para hacerlo pudrirse en la cárcel (habiendo testificado en el reciente juicio contra dicho represor), simplemente desapareció el día 18 de septiembre de este año 2006.

No se sabe nada de él: se baraja un amplio abanico de hipótesis, que van desde una fuga “por miedo” o shock emocional –cosa que suena muy poco creíble- hasta un secuestro al viejo estilo setentayseisesco, pasando por el más aggiornado asesinato mafioso –el día de su desaparición, apareció un cadáver calcinado, pero se desmintió que fuera el de él-.

Lo que es claro es que el Estado fue totalmente incapaz de brindarle alguna protección, aún sabiendo que corría peligro. Todo el juzgado que enfrentó a Etchecolatz fue amenazado, al igual que los testigos. Pero estas no son las primeras amenazas desde la vuelta de la “democracia”. Miles de militantes sociales, de activistas gremiales, estudiantiles y de los Derechos Humanos fueron amenazados, y muchos de ellos agredidos físicamente desde 1983. Unos cuantos fueron asesinados por las mismas fuerzas del Estado “democrático”: Victor Choque, Teresa Rodríguez, Aníbal Verón, Maximilano Kosteki, Darío Santillán, los más de 20 caídos del 19/20 de diciembre de 2001...

Todo esto refleja que el aparato represivo sigue intacto: los represores de la dictadura siguen activos escondidos en gran cantidad en las Fuerzas de Seguridad, en los servicios de Inteligencia, en las Fuerzas Armadas, en las empresas de seguridad privada, en la Iglesia Católica y agrupaciones de ultraderecha nacionalista, en partidos neonazis (y posiblemente también en los grandes partidos políticos “democráticos”, en especial en los de “centroderecha”) en los grupos de militares y policías nostálgicos de los años de plomo, en las policías federal y provinciales, pero especialmente, en la policía bonaerense...

Pero no sólo los represores de la dictadura siguen activos en las fuerzas del Estado y para-estatales, sino que además, se les suma una importante cantidad de mafiosos “apolíticos”, de organizadores del crimen a gran escala (nuevamente, los muchachos de la bonaerense, los del servicio penitenciario, etc.), conformando una red mafiosa-policial-fascistoide-militar que conecta la delincuencia “común” con la enorme delincuencia estatal –recordemos que los asesino del hijo de Blumberg no fueron “negros de mierda” sino una banda organizada por policías, esos mismos policías a los que ¡el mismo Blumberg! pide mano dura, demostrando su completo cinismo y su absoluto desinterés por solucionar de raiz el problema de la inseguridad, lo cual implicaría disolver la policía mafiosa- .

Es un secreto a voces que desde las mismas policías y fuerzas armadas se organiza el crimen, ya sea por acción o complicidad –coima de por medio-.

No nos debe extrañar, entonces, que el crimen, la mafia y el fascismo conformen una extensa red, que abarca desde el narcotráfico, el control de la prostitución, el tráfico de armas, los secuestros extorsivos, la delincuencia común, los desarmaderos, las habilitaciones e inspecciones fraudulentas (como las que se cobraron la vida de 195 personas en República Cromañón), en su aspecto más “apolítico”, hasta los servicios de inteligencia, las patotas, la “mano de obra desocupada” de la dictadura –es decir los represores sueltos-, etc. etc. etc.

Esa red no existe sólo bajo la sombra del Estado “democrático”, enquistada en sus órganos, sino que además tiene sus contactos políticos, o mejor dicho, sus propios partidos políticos: desde los intendentes justicialistas y radicales, pasando por los gobernadores-capomafia al estilo Duhalde, hasta el mismo congreso y gobierno nacional (recordemos que nuestro Amado Presidente no salió de un repollo, sino que fue elegido por el duhaldismo luego de la crisis de 2001-2002)

Pero por si esto fuera poco, se le suman algunos cuantos componentes más: las burocracias sindicales, los punteros políticos, las mafias enquistadas en los grupos profesionales (abogados, médicos, jueces, etc.) y hasta en la misma Universidad (recordemos al procesista Alterini siendo elegido rector por una camarilla totalmente anti-democrática), los funcionarios-ñoquis... Si a esto le agregamos, por último, una cúpula formada por los dirigentes políticos, los grandes empresarios, los economistas, etc. tenemos ya completado el rompecabezas que es el Estado “democrático”.

Si a esta altura de los hechos, alguien sigue creyendo que el sistema en el que vivimos es realmente una “democracia”, es porque es o muy ingenuo, o ciego, o porque nunca intentó atar cabos...

Por más que aparezca Julio López (si no está muerto ya hace rato), cosa que parece cada vez más difícil, la red mafiosa-fascistoide va a seguir intacta, ya que es el verdadero esqueleto del Estado “democrático”, que es a su vez la herramienta de los grandes grupos económicos, del empresariado, para mantener su hegemonía de clase por sobre el pueblo. Todos los sectores de poder, todo lo más podrido y corrupto de nuestra sociedad se vertebra alrededor del Estado “democrático”, usándolo para chupar como vampiros el producto del trabajo de millones de argentinos.

La represión, el gatillo fácil, el crimen, la corrupción, el terrorismo de Estado, la explotación laboral, la desocupación, la pobreza, la miseria... no son simples apéndices “recortables” de la sociedad actual, sino su base misma: no hay reforma posible. Cualquier intento de transformar nuestro país tiene que partir de la base de la completa disolución de la gran mafia que es el Estado, de las mafias para-estatales, de todos los grupos fascistas, de toda la lacra que nos oprime.

Sólo el gobierno directo del pueblo, de los de abajo, de la gente humilde y trabajadora, basado en asambleas y cuerpos de delegados, puede dar hasta el final la guerra contra las mafias, hasta exterminarlas. Sólo tomando nuestro destino en nuestras propias manos, dejando de confiar en toda clase de políticos, podremos salir adelante.

La grandeza de la Argentina y de toda Latinoamérica (que atraviesa la misma situación), depende exclusivamente de que los de abajo nos organicemos e impongamos nuestro propio gobierno, por fuera, a pesar y en contra de todas las expresiones del viejo mundo que declina y se descompone cada vez más...

Contra el resurgimiento de la ultraderecha y las patotas ¡movilización multitudinaria!
¡Que aparezca YA y con vida Julio López!
¡Dijimos NUNCA MÁS!

* La imágen que encabeza este texto es el logo de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional, (CORREPI)