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miércoles, julio 05, 2006

Sobre el acuerdo en el Nacional Buenos Aires

Finalmente, se llegó a un acuerdo con las autoridades. Este puede ser consultado, junto a las crónicas de la toma, en la página del centro de estudiantes .

Se levantaron las medidas de fuerza y el colegio volvió a la Normalidad.

Resulta difícil hacer una valoración completa y justa de los hechos. Ya todos los que habíamos participado en la toma nos habíamos encariñado con ella. Sin embargo, la enorme mayoría del estudiantado buscaba solamente la posibilidad de dialogar con la autoridad, en vez de cuestionarse su fundamento y su rol en la educación y en la sociedad en general.

Por esta razón, cuando los parlantes anunciaron que las autoridades habían accedido a varios de nuestros reclamos, los estudiantes lo entendieron como una victoria rotunda. No cabe duda de que fue un paso gigantesco en la historia de la lucha estudiantil en el Buenos Aires. Jamás habíamos logrado que se nos escuche y se nos haga un lugar. Los festejos posteriores, la emoción, los abrazos, reflejaron la alegría de haber conseguido lo que días atrás parecía inconseguible.

Pero sin embargo, el triunfo tiene una enorme desventaja, y es justamente la vuelta a la Normalidad. Como se dijo en otro texto, el colegio volvió a ser el de las autoridades.

Esto no significa solamente el fin de las bolsas de dormir, sino también la liquidación de la Asamblea estudiantil permanente, el restablecimiento del imperio de los preceptores, del regente y subrregentes, del rector y vicerrectores. La restauración de los profesores en su trono indiscutible, en la tarima de cada aula. La vuelta al invierno, del cual parecíamos habernos escapado. Pero peor aún: el retorno absoluto y sin trabas del sistema a nuestras vidas.

Esta es por mucho la más grave de las pérdidas. Durante los seis días de toma, el colegio parecía una isla festiva en medio de un mar de desolación. Dentro de él, los estudiantes eran seres humanos, protagonistas de sus propias vidas. Decidían las cosas colectivamente, dialogaban de igual a igual para resolver los problemas, nadie estaba por encima de nadie. Afuera del colegio, mientras tanto, seguía vigente la enajenación, el automatismo, la apatía.

Se podría decir que fue, aunque de manera temporal y contradictoria, un territorio liberado, autogestivo, en el cual no regía la totalidad del sistema. Sería muy exagerado decir que fue la utopía hecha realidad, pero contuvo en sí el embrión de lo que debería ser el mundo. Al igual que en miles de otras ocasiones, quedó demostrado que la negación de la Normalidad y la afirmación de la autogestión van de la mano, y se manifiestan en cada lucha, en cada apropiación.

Se pueden citar algunos casos donde éstas adquirieron escala social: la comuna de París, los primeros tiempos de la revolución rusa, la guerra civil española y el mayo francés son tal vez los más conocidos. Pero hubo cientos de otros, efímeros, contradictorios, olvidados y ocultados, tergiversados hasta la parodia por parte del sistema. En todos ellos, las personas rompieron con la pasividad y la obediencia, tomando en sus manos sus destinos.

El caso más reciente que podemos recordar es probablemente el movimiento asambleario de diciembre de 2001. Más allá de sus defectos y limitaciones, fue una demostración práctica de que la autogestión está siempre ahí, debajo de la corteza del sistema, detrás de los muros de la enajenación estructural, esperando para hacer saltar por los aires todo lo petrificado, todo lo establecido.

La paz de cementerio podrá ser restablecida una y otra vez, pero nunca de manera definitiva. La tensión se sigue acumulando, y volverá a estallar, hasta que no haya retorno posible, hasta que la Normalidad sea finalmente desterrada y sobre sus ruinas florezca un mundo nuevo.