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domingo, mayo 18, 2008

Marxismo vs. Anarquismo (segunda parte)

Como se dijo más arriba, la corriente marxista basa todo su accionar en el hecho de que la sociedad está escindida en clases y capas que poseen intereses contradictorios, lo que eventualmente lleva a choques que pueden transformar toda la estructura social con su impacto. No se basa en un mundo de ideas agradables que deberían regir el mundo, sino en las fuerzas que ya están contenidas esencialmente en el interior de la sociedad.

Por esta razón, la corriente marxista toma partido por la más históricamente progresiva de estas fuerzas sociales: el proletariado moderno, los obreros desposeídos de todo medio de producción que se ven obligados a venderle su fuerza de trabajo a un capitalista a cambio de un salario. Y es la históricamente más progresiva, porque es, de las dos clases sociales modernas (es decir, ligadas a las formas modernas de producción, a la gran industria: los propietarios del capital y los obreros asalariados), aquella que no tiene nada que perder con una revolución social más que sus cadenas, y un mundo entero por ganar.

La corriente marxista considera que las clases y capas sociales caracterizadas por poseer pequeños medios de producción (una pequeña cantidad de tierras cultivables, herramientas o máquinas de manufactura, etc.), por más que claramente no cumplan el mismo rol que los grandes propietarios, no son esencialmente una clase revolucionaria, a diferencia del proletariado. Si bien en los países en que el campesinado, los artesanos y la pequeñoburguesía en general conforman un porcentaje importante de la población es de vida o muerte para el proletariado el hecho de ganarse a esas clases para la revolución, eso no significa que estas desplacen a la clase obrera en su rol de sujeto revolucionario por excelencia. En todo caso, el proletariado debe conseguir “arrastrar atrás de sí” a los campesinos y las capas medias, pero de ninguna forma diluirse entre ellas ni mucho menos ir a su rastra. Aún en los países en que los obreros asalariados son una pequeña minoría de la población, deben ser estos los que tomen en sus manos las riendas del movimiento revolucionario, por más que esto implique en los hechos una imposición autoritaria por sobre las mayorías. Esto también está incluido en el concepto de dictadura del proletariado.

Todo esto se diferencia tajantemente de los postulados anarquistas, que consideran que el obrero asalariado ocupa igual lugar en el proceso revolucionario que el campesino u otro sectores sociales (sus variantes autonomistas y posmodernas extreman esto al punto de impugnar la noción de “sujeto”). De esta forma, el anarquismo termina representando, en las sociedades de mayoría campesina o artesana, el punto de vista de estos pequeños propietarios, opuestos por sus intereses de clase al desarrollo de fuerzas productivas modernas. Y como muchas veces estos sectores de pequeños propietarios terminan yendo a la rastra de los grandes en contra de la revolución proletaria, la corriente anarquista termina cumpliendo un rol reaccionario, como ocurrió en la Revolución Rusa.

El idealismo anarquista, por último, se manifiesta también en su rechazo a toda forma de acción política, y en especial a la labor parlamentaria y a la formación de partidos. Algunas corrientes anarquistas directamente llegaban a plantear que la acción de los sectores populares se debía limitar a obtener mejoras económicas, dando lugar a la tendencia sindicalista (que terminó siendo integrada por el capitalismo para combatir a las tendencias revolucionarias dentro de los sindicatos obreros, dando lugar en muchos lugares a la moderna burocracia sindical).

Quizás el anti-parlamentarismo sea el error menos grave de la enorme cantidad en los que incurre la tendencia anarquista, pero de cualquier manera, entrega un importante terreno de batalla ideológica a la burguesía, perdiéndose la posibilidad de que los sectores revolucionarios puedan participar con un programa propio en los grandes debates políticos que atraviesan a la sociedad. Mucho más grave que eso es el rechazo en abstracto a los partidos políticos, sin distinguir su signo de clase, con lo cual el anarquismo renuncia a la posibilidad de construir una dirección revolucionaria para el movimiento de masas, entregándoselo de lleno al “sentido común” impuesto por la hegemonía burguesa, a los prejuicios socialmente instalados, y a muchos otros factores que limitan seriamente las posibilidades de desarrollo revolucionario. Con su confianza ciega en la espontaneidad de las masas, el anarquismo se encuentra imposibilitado para evitar que estas avancen “espontáneamente” hacia su propio suicidio. Pero muchísimo más grave aún que todo lo anterior, llegando ya a empalmar de lleno con las tendencias abiertamente reaccionarias, es la negación a que las organizaciones de masas discutan y se posicionen políticamente. Al negarle a las masas la posibilidad de hacer política a través de sus propios órganos, terminan obligándolas a aceptar la política impuesta por los órganos de la burguesía.

Por suerte, no todas las tendencias anarquistas comparten todas las características anteriormente descriptas. Hay algunas que se acercan más a posiciones coherentes, clasistas, revolucionarias. Sin embargo, en el extremo opuesto, hay decenas de ideologías, viejas y nuevas, que se embeben de la ideología anarquista para llegar a las conclusiones más reaccionarias posibles: por ejemplo, que el cambio sólo es posible “adentro de uno mismo”, que la revolución es un hecho individual, y otros horrores similares que no consiguen más que desarticular toda posibilidad de cambio real.

Sin embargo, si las tendencias anarquistas, autonomistas e individualistas florecen en el mundo actual de la forma en que lo hacen, se debe en parte a una razón totalmente comprensible y lógica: el miedo a que una verdadera revolución proletaria termine de la forma en que terminó la URSS.

Por lo tanto, no hay discusión posible con esas tendencias si la corriente marxista no explica también que la degeneración burocrática de la URSS no se debió a la esencia de su teoría y de su programa, sino a las condiciones concretas, particulares y específicas en las que se tuvo que desenvolver la Revolución Rusa. Principalmente, al hecho de haberse estancado en el interior de las fronteras de un solo país sin poderse expandir al resto del mundo (y en especial a las zonas de alto desarrollo de las fuerzas productivas), con el agravamiento de que ese país era uno que poseía una población de enorme mayoría campesina (más del 80 por ciento), con una estructura económica agraria con fuertes rasgos feudales y primitivos. Esto tuvo muchísimas consecuencias negativas, entre ellas: que el sujeto revolucionario por excelencia, la clase obrera, se encontrara en minoría frente a las enormes masas campesinas, quedando entonces el más firme apoyo a la revolución reducido a un sector minoritario con intereses parcialmente contrapuestos a los de la mayoría (y con ello, que la democracia más directa de todas, la democracia obrera basada directamente en las grandes fábricas concentradas, fuera solo una pequeña parte del proceso revolucionario). Que fuera necesario un aparato estatal hipertrofiado para poder superar las consecuencias de la dispersión poblacional (por la necesidad de gran cantidad de funcionarios, inspectores, etc.). Que se debieran tomar medidas represivas que terminaron asfixiando la democracia soviética, como la supresión de los partidos que saboteaban al Estado obrero. Que fuera necesario pasar por una fase semi-capitalista en el campo (la Nueva Política Económica, la NEP) para poder superar el enorme atraso de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, dando lugar a una capa social de explotadores y especuladores que se terminaron enquistando en el Estado Obrero contribuyendo a su deformación.

Estos son sólo algunos ejemplos de cómo las condiciones específicas que tuvo que atravesar la Revolución Rusa llevaron a su degeneración burocrática y contrarrevolucionaria y a su permanente atraso económico respecto a las potencias capitalistas, que llevaron finalmente a la restauración del capitalismo (que fue falsamente propagandizada por los profetas del capital como “el fracaso del comunismo”, como si este hubiera llegado a existir).

De cualquier forma, aún habiendo sufrido una brutal deformación, que negó radicalmente su propio origen e intenciones iniciales, la Revolución Rusa de 1917 dejó una profundísima e imborrable huella en la historia, llenando de pánico durante décadas a la burguesía mundial y obligándola a emprender reformas sociales en todo el globo. Aún con todos sus aspectos negativos, la Revolución Rusa logró conquistar importantes mejoras en las condiciones de vida para la población trabajadora, desarrollar de una forma muy considerable las fuerzas productivas en países muy atrasados, contribuir a la relativa independencia de muchos países semicoloniales, así como desarticular al mayor bastión de la reacción monárquica en Europa. Nada de esto puede decirse de las revoluciones orientadas por el anarquismo: todas ellas fueron aplastadas en poco tiempo y sobreviven solo como bellos recuerdos del pasado, para rememorar en jornadas de nostalgia y auto-afirmación ideológica.