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jueves, enero 03, 2008

Movimiento de masas y conciencia

En el artículo “La Alegre Subversión” se trató la importancia del protagonismo creativo de masas, de su actividad y crítica permanentes. En “La conciencia de clase” se abordó el aspecto de la formación y desarrollo de esa conciencia. Este tema se retomó también en el artículo “En defensa del bolchevismo”, haciendo la distinción entre la conciencia sindicalista y la conciencia socialista. Sin embargo, falta todavía una perspectiva integradora de todos esos aspectos.

Este artículo pretende precisamente atar esos cabos sueltos. Las preguntas, claramente formuladas, serían: ¿cómo se desarrolla el movimiento de masas? ¿cómo se desarrolla su conciencia? ¿cómo se puede contribuir a ello?

Para poder plantear este tema, hay que empezar por romper radicalmente con la brutal deformación ideológica que el estalinismo introdujo en el movimiento socialista revolucionario. Cuestión que en la mayoría de los casos no terminó de ser realizada ni siquiera en el ala más firmemente antiestalinista de este movimiento, el trotskismo.

Es decir, hay que comprender, por sobre todo, el sentido profundo de la degeneración burocrática, tema que ya se había tocado también en otros artículos (Sobre la subjetividad de los explotados, Desmitificando al Che Guevara).

Por sobre todas las cosas, es necesario entender que el proceso revolucionario ruso murió en la década de 1920, y que a partir de allí invirtió su dirección, volviéndose un proceso contrarrevolucionario. Ese proceso, dirigido por la capa burocrática explotadora que surgió en la URSS (como consecuencia de un conjunto de circunstancias particulares explicado en casi todos los artículos anteriores), se manifestó también, y de forma brutal, en el terreno teórico-ideológico. La deformación del semi-estado obrero (que era la forma política que adquiría la dominación social del proletariado y, por lo tanto, su proceso de emancipación y de todas las capas oprimidas) en un Estado burocrático (agigantado, independizado de las masas, convertido en la forma política de la dominación social de la burocracia y, por lo tanto, de la explotación de todas las otras capas sociales), fue acompañada por una deformación del cuerpo teórico creado por el socialismo revolucionario a lo largo de sus 80 años de historia previa. Así, nació la horrenda monstruosidad ideológica mal conocida como “materialismo dialéctico” y “marxismo-leninismo”, que poco tenía que envidiarle al oscurantismo y fanatismo religioso medieval.

Esta ideología, que era en realidad una cosmovisión integral, una explicación del mundo, de la historia y de la sociedad, reducía la dialéctica y el socialismo científico desarrollados por Marx y Engels a un ridículo determinismo material y economicista, que servía para justificar la criminal política del estalinismo en el mundo y en la URSS.

A través de este engendro ideológico se despojó a las multitudes de cualquier capacidad creativa y crítica, para ponerlas bajo la dirección vigilante del Gran Hermano, el Partido infalible y omnipotente. Se justificó la brutal y sanguinaria colectivización forzada del campo. Se estableció el culto religioso al líder y el ultraopresivo fanatismo por el trabajo. Se liquidó cualquier posibilidad de expresión y de disfrute lúdico mediante la imposición del “realismo socialista” en el arte. Se estancó el desarrollo de la investigación científica. Se legitimó la teoría de la “revolución por etapas”, es decir, de la conciliación de clases con la burguesía capitalista. Se redujo al socialismo a un mero desarrollo del aparato estatal y de algunos servicios públicos, al punto de terminar prácticamente coincidiendo con el ala intervencionista del capitalismo, las diferentes formas de keynesianismo, o dando lugar a un nuevo sustitucionismo militarista (el maoísmo y el castro-guevarismo). E infinitas cosas más.

Hay que decirlo con todas las letras: pocas cosas existieron tan repugnantes como la ideología estalinista. Quien no termine de romper con ella, no puede más que ser un obstáculo para el desarrollo revolucionario del movimiento de masas, y debe ser superado por ellas.

Ahora sí, volviendo al auténtico socialismo revolucionario, es decir, el de Marx y Engels, Luxemburgo, Lenin y Trotsky. Como se dijo en el artículo anterior, para esa tendencia se trataba de que el movimiento de masas desarrollara una conciencia socialista que le permitiera emanciparse a sí mismo, lo cual requería que fueran “traídos desde afuera” elementos teóricos que, por otro lado, eran a la vez el resultado del estudio de la historia y del mismo movimiento de masas.

La conciencia del movimiento de masas avanza como resultado de la combinación de su propia experiencia y de esos elementos teóricos, volviéndose socialista en la medida en que empieza a comprender las relaciones de poder existentes en la sociedad y la necesidad de subvertirlas profundamente, superando el plano meramente reivindicativo-sectorial. Este avance se da al mismo tiempo mediante el diálogo, la interacción permanente de los individuos que forman el movimiento y de todos aquellos que contribuyen a él de una forma u otra. Es por lo tanto una elaboración colectiva.

Por lo tanto, decir que “la conciencia socialista es traída desde afuera”, no debe ser entendido en una forma unilateral, donde una totalidad teórica es introducida a un espacio vacío o peor aún, mantenida como externa para justificar la superioridad de un sector (Partido o intelectuales) por sobre el movimiento.

La forma más común de intervención del socialismo revolucionario en el movimiento de masas, además de la participación e impulso militante, es a través de su programa. El programa es un conjunto de lineamientos, generales y para cada ámbito en particular, apuntando a la resolución de determinados problemas desde una determinada óptica. Por lo tanto, el programa socialista revolucionario es la forma concreta que adquiere la conciencia socialista en el movimiento práctico de masas.

Una organización socialista revolucionaria interviene en el movimiento de masas difundiendo su programa para ese ámbito en particular, sintetizado en las famosas consignas (tan atacadas por las distintas variantes del posmodernismo). Esas consignas, en algunos casos, pueden coincidir con la visión de ciertos sectores, (que ya habían llegado a esa conclusión por su cuenta, ya sea de forma clara y coherente o de manera fragmentaria y difusa), o bien ser adoptadas luego de un proceso de discusión. En todo caso, existen dos polos interactuando: la actividad de las corrientes socialistas revolucionarias, de un lado, y la elaboración propia del movimiento de masas (que en todo momento reflexiona sobre su propia experiencia e inclusive amplía sus horizontes a experiencias ajenas, más allá de que no lo haga de manera sistemática y científica), del otro.

En ese proceso de interacción, ambos polos se ven modificados: por un lado, el movimiento de masas incorpora algunos aspectos (más superficiales o más profundos) de la teoría socialista (haciéndolos prácticos), por otro lado, el socialismo revolucionario verifica su programa en la práctica, contrastándolo con las necesidades y el estado de conciencia concreto de las masas (viéndose por lo tanto empujado a modificarlo en caso de que haga falta).

Esta relación bilateral se ve, precisamente por serlo, muy influenciada por la actitud y el tipo de relación que planteen los socialistas revolucionarios hacia el movimiento. Una corriente que, desde la más absoluta externidad y con la más insufrible soberbia, intente darle a las masas instrucciones de lo que tienen que hacer, muy difícilmente vaya a lograr algo más que el repudio generalizado.

Por otra parte, para que el movimiento de masas avance en su comprensión del programa socialista, es fundamental que pueda hacer la experiencia con él, tanto por la positiva como por la negativa. A veces, una derrota producida por una mala estrategia (resultado de una falta de entendimiento sobre el funcionamiento de la sociedad y el poder), puede contribuir mucho más al avance de la conciencia (precisamente porque de esa forma hace entender qué es lo que no debe hacerse), que el mejor de los discursos o volantes de la más lúcida de las agrupaciones (aunque generalmente, el mejor resultado se obtiene de una combinación inteligente de ambas).

Esa es la razón por lo cual el socialismo revolucionario debe siempre apuntar a la autoorganización y protagonismo de las masas: sólo de esa forma, ellas pueden avanzar hacia una comprensión real del programa socialista. Y sin esa comprensión real, no sólo se vuelve imposible el anhelo de emancipación de la humanidad, sino inclusive el más pequeño triunfo parcial y sectorial que las masas persigan. La historia de las derrotas directas del proletariado, y la historia de la derrota de su mayor victoria (la revolución rusa, a manos de la deformación burocrática), lo demuestran de sobra. El socialismo mismo, la emancipación misma de los trabajadores y de la humanidad toda, es una obra del propio movimiento de masas. Ningún “partido revolucionario” ni “partido de clase” puede suplantar la falta de conciencia de ellas: todo intento sustitucionista ha terminado en la derrota o en la burocratización.

Es posible que Marx y Engels le hayan puesto más énfasis a este aspecto subjetivo que el que le pusieron la socialdemocracia revolucionaria (influenciada por el positivismo) y su continuidad bolchevique, con la honrosa excepción de Rosa Luxemburgo. En plena degeneración burocrática de la URSS, algunos brillantes miembros de la Oposición de Izquierda recuperaron ese camino, como Christian Rakovsky y en algunos textos, el mismo Trotsky.

Es necesario para el movimiento socialista revolucionario retomar esa perspectiva dialéctica, evitando los unilateralismos (apuntalados y profundizados por la degeneración estalinista), especialmente a la luz de la experiencia de la Revolución Rusa. El desarrollo del partido de clase y de la revolución proletaria, sólo podrá ser obra del movimiento de masas avanzando hacia la conciencia socialista. Ni el sustitucionismo estalinista-maoísta-guevarista, ni el espontaneísmo anarquista-autonomista-consejista, ni el trotskismo deformado (que sólo reconoce el problema de la dirección), están capacitados para contribuir a ese avance.