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viernes, septiembre 14, 2007

Sobre la subjetividad de los explotados (segunda parte)

10) En el seno de la Primera Internacional, de 1864, se debatían dos posturas: la de los socialistas y la de los anarquistas. Estos últimos luego serían expulsados bajo la acusación de llevar adelante prácticas disruptivas.

La postura socialista sostenía la necesidad de dar la lucha política para conquistar el poder, y para ello defendía la participación en los parlamentos burgueses y la centralización fuerte de la Internacional. La postura anarquista, en cambio, rechazaba la lucha política y se centraba en el terreno económico, apostando a la auto-organización de los trabajadores y campesinos, a la agitación anti-electoral y al federalismo en la Internacional, con el objetivo de que, una vez acumulada la fuerza necesaria, una huelga general revolucionaria derribara al Estado y la propiedad privada y diera lugar inmediatamente a la “libre asociación de libres productores”. Por otro lado, los anarquistas sostenían también la necesidad de una organización específicamente anarquista que actuase en el seno de la Internacional, mientras que los socialistas consideraban que su creación era una maniobra divisionista.

Las dos posturas tenían muy buenos argumentos a su favor, que todavía hoy vuelven a presentarse una y otra vez en los debates que atraviesan al movimiento social. Sin embargo, en vez de enriquecerse mutuamente y buscar una síntesis superadora, estas posturas tendieron a excluirse una a otra y a alimentar prejuicios y resentimientos, que también, lamentablemente, todavía el día de hoy subsisten, para provecho de la dominación burguesa.

Más allá de la discusión táctica sobre si es conveniente o no la participación electoral, un mayor o menor grado de centralización, o centrarse en el plano económico o en el político (posturas que en realidad no se corresponden exclusivamente con la socialista y la anarquista, sino que inclusive se dan en el seno de cada una de ellas), es necesario reconocer, desde el punto de vista socialista, el enorme aporte que significan en el plano subjetivo las posturas anarquistas sobre la auto-organización. De la misma forma, desde el punto de vista anarquista es necesario reconocer el aporte más general y sistemático de la teoría de Marx y Engels sobre el movimiento de la historia, la lucha de clases, la economía, la lógica dialéctica y el método científico, etc.

De la misma forma, en el seno de la Segunda Internacional se volvieron a dar nuevamente debates similares, aunque esta vez entre tendencias que se reconocían como socialistas. Luxemburgo y Lenin sostenían la necesidad de la huelga general, de la insurrección y de la dictadura del proletariado, frente a las posturas reformistas. Pero mientras Lenin era partidario de la más absoluta centralización y disciplina, y otorgaba al Partido el rol de protagonista central de la revolución, Luxemburgo reeditaba las tesis sobre la auto-organización, y planteaba la importancia del impulso autoactivo de las masas. Tras la revolución rusa, criticaría al bolchevismo el rígido control que había establecido sobre todos los aspectos de la vida.

Cuando se formó la Internacional Comunista, muchos de estos debates (y otros nuevos) volvieron a darse. La tendencia leninista mantenía sus posturas tradicionales, mientras que por otro, la llamada izquierda comunista rechazaba la participación en el parlamento, las luchas de “liberación nacional”, la participación en los sindicatos y la subordinación al Partido. Proponía en cambio que todas las luchas proletarias se dieran desde asambleas de base federadas en Consejos Obreros, que serían también los órganos de una dictadura del proletariado realizada desde abajo, y que se guiarían por el más profundo internacionalismo. Esta postura en algunos grupos se denominaba también “consejista”, especialmente en Alemania y Holanda (izquierda germano-holandesa).

En la posguerra, algunas agrupaciones retomarían las posturas consejistas o de izquierda comunista, entre ellas “socialismo o barbarie” y la Internacional Situacionista, cuyas teorías sobre las condiciones modernas de dominación y resistencia son un enorme aporte que muy pocos han sabido adoptar.

Todas estas posturas fueron sepultadas en el sótano de la historia, y lamentablemente son prácticamente desconocidas inclusive para las propias minorías revolucionarias. Estudiarlas y difundirlas es parte de la tarea de reconstrucción subjetiva que es necesario desarrollar.

11) De entre las tendencias marxistas leninistas, la más rescatable en tanto tal es sin duda alguna el trotskismo, la única que no perdió la perspectiva de la revolución proletaria mundial, que mantuvo en alto las banderas de la democracia obrera, que denunció al estalinismo como contrarrevolucionario, que no confundió el engendro en que había devenido la URSS con el verdadero socialismo, como refleja muy bien en su Programa de Transición de la Cuarta Internacional (de 1938). Sin embargo, nunca pudo formular una crítica integral y radical a la cosmovisión estalinista en todos sus aspectos, sino sólo en algunos de ellos, particulares e inconexos. El hecho de que siguiera denominando “estado obrero degenerado” a uno que jamás (a excepción de unos pocos meses hasta la guerra civil) estuvo totalmente en manos del proletariado, y que además ya llevaba 15 años bajo la tiranía de Stalin (más de lo que había durado su “edad dorada” de menos de una década), deja bastante en claro las limitaciones que tenía para asumir plenamente el significado de esa capa burocrática, y cuyo origen hayan sido probablemente las mismas concepciones burocráticas que había heredado del leninismo, y que no le hicieron temblar el pulso a la hora de tener que reprimir al soviet antiburocrático de Kronstadt (al que unos años antes caracterizaba como “el orgullo rojo de la revolución”) y fusilar a sus miembros durante la guerra civil rusa.

Por otro lado, tras el asesinato de Trotsky en 1940, ninguno de sus seguidores fue capaz de actualizar ni un milímetro la teoría, llegando a sostener anacrónicamente tesis que claramente habían perdido toda su validez, tales como aquella que afirmaba que “la crisis de la humanidad es la crisis de la dirección política del proletariado”. Aquellos grupos trotskistas que quisieron revisar sus posturas, en la mayoría de los casos sólo consiguieron abandonar todo vestigio de posicionamiento revolucionario y girar hacia la socialdemocracia. En todos los casos, el aislamiento de la realidad los llevó a discusiones absurdas y a rupturas completamente innecesarias, fragmentándolos en cientos de grupúsculos, que en la casi totalidad de los casos permanecen desconocidos para la aplastante mayoría del proletariado. Al mismo tiempo, las pocas agrupaciones trotskistas medianas, con cierta inserción de masas, han desarrollado un vicio autorreferencial y una práctica burocrática que en muchos casos resulta más destructiva que constructiva. En general, la postura de que el único problema es la “crisis de dirección” impide desarrollar la necesaria teoría sobre la subjetividad de los explotados.

12) Por último, han surgido también otras corrientes revolucionarias. Una fuente de ellas es la comunidad científica social ligada a las universidades (sociólogos, antropólogos, politólogos, etc.). Si bien en algunos casos realizaron aportes muy importantes al análisis de la vida social, de las condiciones de explotación y de la subjetividad de los explotados, en general no se han esforzado mucho por salir del reducto universitario y discutir sus conclusiones con esas mismas clases a las que intentan estudiar. No está ausente, en muchos de esos casos, un elitismo intelectualista que también refleja la colonización ideológica, de la misma forma en que lo hacía el positivismo del siglo XIX. Algunos inclusive parecen olvidar el hecho de que la misma universidad que los forma y financia es una institución burguesa, y que por esa razón impone serias limitaciones.

Otras teorías renovadoras ya directamente liquidan toda posibilidad revolucionaria (como algunas variantes del posmodernismo), o bien combinan algunos aspectos rescatables de lucha de clases con llamamientos escapistas y una serie de prejuicios que rozan el macartismo (como en el caso del autonomismo), llegando al extremo de rechazar toda organización masiva y unificada (aun de forma federalista) temiendo que de esa manera se pierda “la participación y la igualdad” (como en el horizontalismo ortodoxo).

Finalmente, algunos grupos provenientes del marxismo asumen la tarea de desarrollar una teoría sobre la subjetividad, pero desde una postura semi-espontaneísta que, al quitarles la posibilidad de insertarse en el movimiento real de los explotados de forma militante (es decir, en sus luchas cotidianas ya existentes o generando nuevas), les niega también toda posibilidad de influir sobre la realidad. Este fue inclusive el caso de la Internacional Situacionista, cuyos únicos medios de acción eran la propaganda y el sabotaje, que si bien lograron dejar una huella importante en los acontecimientos de mayo francés del ’68, podrían haber desempeñado un rol muchísimo mayor de haber contado con militantes insertos en los principales centros de trabajo y estudio involucrados en el movimiento, abriendo perspectivas más que interesantes.

13) Desarrollar una teoría de la subjetividad de los explotados, desde una postura socialista, revolucionaria e internacionalista, que tenga como horizonte la concreción de una revolución proletaria mundial que instaure una república de asambleas populares y expropie a la burguesía para socializar la vida, que considere que la subversión debe ser un placer y una liberación o estar condenada a fortalecer el yugo de la vida alienada, y que busque tener una inserción militante en el movimiento real del proletariado y el pueblo en general, es una tarea inaplazable, y para la cual Alegre Subversión pretende aportar su granito de arena.