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sábado, diciembre 15, 2007

La alegre subversión

Cuando las masas humanas son arrastradas al torrente de la lucha, aunque sea por la necesidad defensiva de resistir a la pérdida de lo que ya tienen (trabajo, salario, etc.), logran sustraerse parcialmente y por un momento del enorme peso enajenante de las relaciones sociales capitalistas. En la lucha, ya no son “empleados” de un patrón, “alumnos” de un colegio o facultad, “ciudadanos” de un Estado burgués o marginales sin lugar en la sociedad: son compañeros.

El compañerismo en la lucha, como relación social, implica romper con la pasividad y con el rol de las personas como objetos. Es decir, recuperar la subjetividad que está enterrada por la pesadez de la vida alienada.

Una lucha realmente masiva, con un protagonismo real de las bases, no puede más que liberar toda la creatividad contenida adentro de esas personas. Toda esa capacidad humana volcada hasta el momento a una actividad dominada por otros, reglamentada, vigilada, etc. emerge ahora de sus profundidades y demuestra que el ser humano puede dirigir sus asuntos de una forma muy diferente a la que nos obligan habitualmente.

Esa creatividad, esa iniciativa que surge del interior mismo del movimiento, ese protagonismo, en definitiva, esa alegre subversión, es el alma, el corazón y el cerebro de las luchas populares genuinas, auténticas. La vitalidad de esas características es la vitalidad de las luchas: sin una no puede existir la otra.

La historia de la actividad política independiente de las clases oprimidas da sobrados ejemplos de esa efervescencia creativa, mayor mientras más masivo y profundo sea el movimiento. Si todas estas características ya están presentes en las minúsculas luchas gremiales (de trabajadores, de estudiantes, de desocupados), se potencian de forma gigantesca en los procesos revolucionarios. En ningún otro momento queda tan claramente demostrado el ingenio de la especie humana, su capacidad de generar infinitas soluciones, como en esos procesos. Alcanza con estudiar la Revolución Francesa, la Comuna de Paris, las revoluciones rusas de 1905 y 1917, la Revolución Española de 1936 o tantas otras, para notarlo inmediatamente.

¡Que todos los grandes principios sean puestos en discusión!, exigían los enragés franceses de 1792. Nada puede escaparse de la implacable mirada crítica de un pueblo movilizado. Y esto quedó claro, nuevamente, en mayo de 1968 y para toda la generación que le siguió, inclusive para los que, nueve años después, darían lugar al estallido punk en las calles de Londres.

¿Cuántas veces el placer subversivo de la lucha logró relegar a un segundo plano a las consignas que lo desataron? Incontables. “Voy a extrañar el acampe”, decía una compañera trabajadora del casino tras semanas de huelga y piquetes. “Voy a extrañar la toma”, decían varios estudiantes del Nacional Buenos Aires, después de mantener el colegio ocupado durante una semana. Muchos textos sobre el mayo francés coinciden en que una de las razones de la prolongación de la huelga en varias empresas, era que sus trabajadores ya no querían volver a trabajar como antes. Era preferible ser compañeros, y no empleados.

La revolución social, en el fondo, implica llevar todo esto hasta sus últimas consecuencias. Sin embargo, para ello es imprescindible también la revolución política, es decir, la destrucción política y económica de la clase dominante, y la construcción de un nuevo Estado de los trabajadores y el pueblo.

De la misma forma, no alcanza tampoco con la creatividad de las multitudes: hace falta también una orientación política clara, coherente, que parta de una visión de conjunto, histórica, materialista, es decir, dialéctica. Y esa orientación sólo la puede dar un partido revolucionario, que actúe con la más sólida unidad de acción, y en cuyo interior se de el más amplio debate. Es decir, que posea un régimen de centralismo democrático.

Es la relación de mutua alimentación entre la alegre subversión de las masas, su creatividad e iniciativa, y la actividad de un partido revolucionario, la que permite que el movimiento en su conjunto avance, superando todos los obstáculos, hacia la revolución social y política que puede garantizar que la vida en su conjunto sea más parecida al compañerismo militante que a la esclavitud asalariada.